Dando seguimiento a la columna de la semana anterior en este mismo espacio, hoy nos encontramos concluyendo la segunda semana de la llamada “Nueva Normalidad”. Y ahogados ya en tantas “noticias” de la presente administración federal en prácticamente todos los aspectos, sentidos y rubros de la vida cotidiana de México parece obscurecerse o tomar un aparente segundo plano el proceso de “recuperación” en torno al COVID-19. Adrede se pone este término entre comillas, en razón de que realmente no nos estamos recuperando, estamos empeorando. Dramática y vertiginosamente.
México llegó a niveles récord en su tasa de contagios, mortalidad y letalidad del coronavirus, resaltando incluso frente a los demás países latinoamericanos. Mientras que por un lado sigue el infundado y falaz discurso presidencialista de “hemos domado a la pandemia” y “se ha achatado la curva de contagios”; por otro lado, se reporta que nos encontramos en el punto más brutal de esta enfermedad. Pero esto tampoco es nuevo: de acuerdo con el titular de la Subsecretaría de Salud hemos estado en el “pico de contagios” como tres o cuatro veces ya. Difícil es creer ya este discurso, y fácil es resignarse a lo inevitable. El COVID-19 todavía tiene un largo trecho por delante, y reclamará decenas de miles de muertos más en nuestro país.
En el ámbito aeronáutico la cosa no pinta mejor. En su momento se comentó en este mismo espacio semanal que la expectativa que “mágicamente” el primero de junio se abrieran de nuevo los cielos mexicanos era una franca ilusión. No hay los medios ni los recursos para tal fin. De hecho, tampoco se percibe mucha voluntad para ello por parte de las autoridades federales, sino más bien un franco abandono de los cielos nacionales. Tal vez algunas autoridades expresan en palabras lo contrario, pero los hechos resuenan ensordecedores en la dirección opuesta.
Si vemos una gráfica radar de los espacios aéreos de América Latina y del mundo en su conjunto veremos algo verdaderamente impactante, y sobre lo cual puede haber muy poca discusión ante los datos. En Estados Unidos y Canadá, así como en Europa, Medio Oriente, Sudáfrica y Asia los cielos están llenos de trazas de aeronaves en vuelo. Definitivamente no al nivel pre-pandemia, pero si se aprecia un tráfico aéreo considerable. En América Latina se aprecia una disminución considerable del volumen de operaciones aeronáuticas, pero se percibe movilidad creciente.
En el caso de México es otra cosa: los cielos nacionales están prácticamente vacíos. Lamentablemente no esta a la mano una estadística oficial actualizada del volumen de tráfico aéreo mexicano en las últimas dos semanas -aunque se ha buscado por diferentes medios de obtenerla- pero en términos generales, en un momento determinado el número de vuelos es ligeramente superior a los de mediados de mayo. Es decir, mientras que en Estados Unidos y Canadá el volumen de tráfico aéreo en cualquier momento es bastante elevado, tendiendo ya una eventual recuperación de los niveles pre-pandemia, en México seguimos en tierra.
Pocos vuelos, esporádicos, con rutas limitadas. Todo esto se veía venir, no es nada nuevo. Tampoco debemos sorprendernos que las autoridades federales tampoco han hecho mucho por reactivar las operaciones aéreas nacionales. Buena parte de nuestra flota aérea sigue en tierra, y todo parece ahí seguirá por un largo rato. Desde problemas comerciales hasta falta de personal operativo, limitantes administrativas y frenos burocráticos, y desde falta de viajeros hasta la continuación de un “semáforo rojo” que limita las actividades ordinarias en todo el país, han mantenido a nuestro tráfico aéreo en tierra. Evidentemente, esto también cuesta, pues el mantenimiento ordinario de las aeronaves se ha visto disminuido en consecuencia.
Sabíamos de sobra que este era el escenario que se nos avecinaba. Ya desde hace más de un mes en este mismo espacio semanal se pronosticaba que esto seguiría así tal vez hasta agosto del presente año. Lo que no se podría sugerir -pero que en retrospectiva era bastante predecible- era el aparente bajo interés de las autoridades federales por incentivar el regreso a las operaciones aeronáuticas mexicanas. En el resto del mundo las ansias colmaban a los actores públicos y privados para dar un empujón de salida a la industria aeronáutica, con sus obvias y obligadas medidas de seguridad y prevención.
Recordemos que de aquí en adelante tendremos que “convivir” con el COVID-19. Para bien o para mal, ahora figurará como parte del catálogo de infecciones que afectan a nuestra especie, y por tanto no tendremos de otra más que desarrollar protocolos de atención, manejo, prevención y administración de la enfermedad. Pensar en erradicar este mal es una franca ilusión, pero una meta a la cual debemos aspirar, pues solo así se tomarán las medidas necesarias para su contención oportuna y evitar rebrotes. Pero debemos acostumbrarnos a este nuevo episodio de la vivencia humana, y la historia nos juzgará como la generación que pudo o no enfrentar esta crisis, y que logró o no superarla para bien de la civilización.
Esto implica una labor conjunta y coordinada de actores públicos y privados para tal fin, y nuevamente a nivel global hay grandes casos de éxito que debemos reconocer y emular. Pero tal parece que las autoridades federales quieren que seamos únicos, pero no por originales y eficientes sino por soberbios, obtusos, miopes y astigmáticos. En vez de aprovechar esta coyuntura para desarrollar protocolos y procesos conjuntos para reactivar con seguridad y eficiencia las operaciones aéreas nacionales, parece que lo que se busca es distraer la atención en otros temas y dejar pasar esto a manos de los particulares. Si tienen éxito fue un logro de las instituciones, si fracasan “allá ellos” diría el titular del ejecutivo.
Es así como cerramos la segunda semana de la “Nueva Normalidad” en nuestro sector, y nos disponemos a empezar la tercera: Sin Novedad. Pero absolutamente ninguna novedad, ni para bien ni para mal. Bueno, tal vez para mal sí. Recordemos que la no acción es una acción, y cada día que no emprendemos acciones consistentes y congruentes para reactivar nuestro sector de manera integral genera un costo adicional, que se traduce en gastos (no en inversión) en el corto, mediano y largo plazo.
Si tomamos al sector aeronáutico como indicador de la dinámica nacional, negro es el panorama que se avecina, y cielos nublados nos esperan con nubes de fuertes tormentas. Entraría entonces la pregunta obligada ¿y qué podemos hacer para evitar este escenario? La respuesta es elegantemente simple, pero dolorosamente obvia: hacer exactamente lo contrario de lo que se esta haciendo. Debemos revertir la apatía del gobierno federal en reactivar el sector aeronáutico, tomar acciones propositivas y proactivas y evitar ser pasivos ante la tormenta que se avecina. Debemos desarrollar una visión progresista y de futuro, no de un pasado retrógrada. Debemos redoblar esfuerzos y concentrarnos en lo importante y no sólo en lo urgente, y evitar distracciones discursivas e ideológicas y ser pragmáticos y eficientes. ¿Es mucho pedir?
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