El pasado 2 de enero nos despertamos con la noticia que un Airbus A350-900 operado por Japan Airlines había chocado contra un de Havilland Canada DHC-8 de la Guardia Costera de Japón con 6 almas en las pistas del Aeropuerto Internacional “Haneda” de Tokio, provocando, por lo menos 5 muertos, todos ellos ocupantes del avión militar.
Dentro de la desgracia sorprende que, ante la magnitud del incendio que la colisión generó, ninguna de las 379 personas que volaban el A350 fallecieron, habiendo logrado evacuar la aeronave como es debido, es decir, a la brevedad, con orden, sin llevar consigo equipaje de mano y seguramente obedeciendo las órdenes de la tripulación de vuelo, antes de que el avión fuese consumido por las llamas. Los videos a mi alcance de lo ocurrido dentro y fuera del avión demuestran lo anterior.
Familiarizado un tanto con la manera en la que se hacen las cosas en Japón, incluyendo su aerotransporte, en el que aclaro he tenido el privilegio de volar, ya me imagino la clase de preparación de cabina que tuvo lugar a bordo del A350, no solamente antes de su intento de aterrizaje, sino también al inicio del vuelo, a la cual no me cuesta trabajo atribuir en buena medida el positivo desenlace del procedimiento de evacuación de la aeronave siniestrada.
Y es que no concibo tan fácilmente a un japonés desobedeciendo los protocolos relacionados a esa cabina en orden o segura que deben prevalecer antes de intentar un despegue o un aterrizaje, como tampoco me imagino que un sobrecargo de Japan Airlines le permita a un pasajero atentar contra ellos, caso por ejemplo de no colocar su equipaje de mano ya sea en los compartimientos superiores o en el piso debajo del asiento de enfrente, o no plegar como corresponde la mesita de servicio a su disposición, medidas que no tienen otro objetivo que contribuir a la seguridad de los ocupantes de una aeronave en caso de tener que evacuarla.
Quien me haya otorgado el honor de leer mis columnas en el año 2023 muy posiblemente haya notado que emprendí una suerte de campaña en torno al mal servicio que consistentemente, por lo menos a quien firma esta entrega, dio ese año una aerolínea mexicana. La principal queja que manifesté contra Viva Aerobus, no solamente en mis columnas, sino también por medio de sus canales de “Servicio al Cliente” en los que literalmente se me dio “el avión”, tiene que ver con la falla de sus sobrecargos en asegurar cabinas en orden o seguras al aterrizar o despegar. En 8 de los 11 segmentos que volé en ella en los últimos 12 meses fui testigo de cómo no solamente al pasajero le importaba muy poco o nada cumplir con las medidas preventivas, sino que también a los tripulantes que, siempre apresurados por cumplir índices de productividad, pasaban junto a los pasajeros violando protocolos sin detectarlos y lo que es peor sin hacérselos notar. Ya me imagino a esos mismos pasajeros evacuando en su caso la aeronave, llevando consigo los mismos bultos que obstruirían la maniobra ante la mirada aterrada o imposibilitada de los tripulantes. ¡Viva México!
La tragedia de Haneda y el adecuado manejo de cabina en el avión de Japan Airlines me brindan una valiosa oportunidad para explicar el origen de mi molestia hacia una aerolínea como la citada, que al poner la seguridad de sus clientes en manos de personal con tan mal perfil, tan mal capacitado y con tan mala actitud, refleja el poco interés sus directivos hacia la cultura de la seguridad, lo que, combinado a la consistente debilidad de la gestión de la supervisión de la seguridad de las operaciones por parte de la autoridad aeronáutica mexicana, constituye la receta perfecta para prever, con cierto grado de precisión, que un accidente similar al de Tokio no tendría el mismo resultado en una aeronave con bandera mexicana que el que tuvo con la del sol naciente.
Y no, no es mala onda contra Viva Aerobus ni contra la aviación de mi amado país; no tengo otra agenda en contra de ellas que no sea el que finalmente se den cuenta de que, por lo menos desde mi perspectiva están haciendo muy pero muy mal las cosas en materia de cultura de la seguridad, lujo que dados los riesgos que el accidente japonés demuestra siguen siendo inherentes a la operación aeronáutica, aun en los más desarrollados países, qué decir en naciones como la nuestra en la que el desprecio al marco legal cada día es más evidente.
No me hago ilusiones; habiendo invertido sin éxito meses en un desgastante ejercicio para llamar la atención no solamente de la aerolínea, sino también hasta de autoridades aeronáuticas hacia lo que he detectado en la operadora, claro está con las debidas evidencias en la mano, no me queda otra que aprovechar sucesos como el del primer A350 accidentado y declarado como pérdida total, para seguir insistiendo, prudente y espero objetivamente, sobre la importancia de no bajar la guardia en materia de seguridad operativa en la aviación civil mexicana, protección que cada día noto más baja, en especial entre las aerolíneas que privilegian el cumplimiento de ciertos objetivos financieros u operativos sobre conceptos tan elementales como es disponer de equipos de trabajo en su organización que verdaderamente escuchen la voz de un cliente que se atreva a hacerles comentarios como herramienta de detección de áreas de mejora.
¿Cuántas violaciones al concepto de cabina segura o en orden están ocurriendo en este mismo momento en aeronaves mexicanas que no están siendo denunciadas ya sea por ignorancia, por temor o por flojera? A este columnista aeronáutico no le da ni miedo, ni flojera exponerlas cuando las constata.
Con la seguridad no se juega y algunas aerolíneas, incluyendo mexicanas, sí que lo hacen.
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