Bien decía Saint-Exupéry que, para escribir, “hay que tener algo que decir”.
A diferencia de mis compañeros reporteros, que muchas veces abordan temas atendiendo encomiendas por parte de sus editores, mi cercanía a la labor periodística se relaciona con columnas de opinión, en las que la libertad es lo suficientemente grande como para afirmar que el columnista es el responsable de lo que firma.
Si bien valoro el privilegio de poder elegir los asuntos a desarrollar, no voy a negar que a veces envidio a mis compañeros reporteros, quienes, mediando órdenes directas o la guía de su editor, tienen “tela de dónde cortar”. Y es que, de pronto, me doy cuenta que, como hacía años no me sucedía, que el archivo de mis notas en elaboración apenas está muy vacío.
¿Sequía intelectual o escasez de temas para comentar?
Lo segundo, la verdad, lo dudo. Es más, la agenda aeronáutica está dando muchísimo para analizar y compartir. Lo primero es más probable, en especial tomando en cuenta que como a muchos otros aeronáuticos mexicanos le sucede, lo que está pasando en nuestra amada aviación literalmente nos está dejando “sin palabras”.
Lo bueno, no sé si para mis estimados lectores, amigos editores o para mi propia persona, es que como diría Marco Polo al ser cuestionado en su lecho de muerte sobre la veracidad de sus relatos de viaje, “no he contado ni la mitad de lo que he visto…”, en mi caso en 1255 generosos despegues en 76 aerolíneas, 176 aeropuertos cuarenta y pico de países y 93 tipos de aeronaves. Además, como refiere Richard Bach, “un escritor profesional es un amateur que no se dejó vencer.” No en vano Ernest Hemingway afirmaba: “No hay nada de especial en escribir. Todo lo que haces es sentarte ante una máquina de escribir y sangrar…”.
Quizás lo que tengo que hacer, e igual y no soy el único, es dejar de leer o escuchar noticias y mejor recuperar entre el material documental y recuerdos que he acumulado en mis 45 años de actividad en esta industria, algo que resulte más sano para comentar que seguir rumiando en cuestiones que no van a cambiar de rumbo por una opinión más (la mía) que, hay que reconocerlo, no tiene el poder de influir en las decisiones nacionales, como lo tiene la voz de los grandes y reconocidos comunicadores de nuestro país.
Es más, en una de esas, hasta le hago un bien al vuelo en mi mestiza tierra, concentrándome con un poco más de frecuencia en la riqueza cultural asociada a las aeronaves y a quienes las hacen surcar los cielos. Al final de cuentas, lo mío con el aerotransporte nació al maravillarme con los aviones, inspirado además en el profesionalismo de personalidades del medio en esos años sesenta y setenta del siglo pasado, en los que se me inyectó turbosina en las venas.
Claro está que, de ser necesario, tocaré lo que haya que abordar, con tal de que, agradecido con lo que me ha regalado, hacer lo que esté a mi alcance para que la aviación civil mexicana recupere el prestigio que alguna vez tuvo.
“Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de sus autores y pueden o no reflejar el criterio de A21”
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