Contrario a lo que estoy seguro que todos los habitantes de este crecientemente atribulado planeta llamado Tierra hubiésemos deseado, el “bicho ese” que desde hace casi ya dos años ha llenado de dolor a millones de familias, en lugar de menguar su peligrosidad, por el contrario tiene a fortalecerla conforme, cual mal nacido, tiende a adoptar nuevas y cada vez más contagiosas variantes.
Conscientes de los riesgos, pero también cansados de encierros con relativo grado de efectividad y de haber dejado de hacer muchas de las cosas que les proveían sustento, placer, salud, crecimiento o distracción, los humanos decidimos ahora sí que “salir a la calle” con tal de no seguir deteriorándonos física, emocional y económicamente, recuperando actividades tan esenciales como es el ir al médico, tan importantes como trabajar o ver a la familia, o tan necesarias como es el ocio al exterior de nuestros domicilios.
Debo confesar que, habiéndole otorgado al turismo una alta prioridad a lo largo de mi vida y con el ánimo de mantener hasta donde sea posible la cordura y por ahí hacerme de nuevo material para mi ejercicio profesional, a comienzos del año en curso decidí darme la oportunidad de hacer algunos viajes por vía aérea, derivado de los cuales han emanado comentarios editoriales que como el presente, han recorrido el camino necesario para ser publicados y en los que he intentado compartir mi experiencia de tránsito por los aeropuertos nacionales y extranjeros en los que he despegado y aterrizado a bordo de modernísimas aeronaves operadas por una industria del aerotransporte en crisis, que aun así hace lo posible por sobrevivir, tal y como lo estamos intentando sus favorecedores.
Independientemente de temas relacionados con el pobre manejo de conceptos y técnicas tan elementales para minimizar el riesgo sanitario como es el uso correcto de cubrebocas y mantenimiento de sana distancia tanto en terminales como en aeronaves, caso notable de los criminales hacinamientos que tienen lugar en los filtros de seguridad para acceso a salas de abordaje en los aeropuertos (mexicanos) en los que me ha tocado transitar en los últimos meses, un tema que me preocupa y la verdad mucho, es la manera tan absurda hacer “como que están haciendo algo” en los aeropuertos mexicanos para contener la pandemia, esfuerzo que tiene como eje el llenado y presentación por parte del pasajero de un cuestionario de identificación de factores de riesgo en viajeros con el fin de recabar datos sobre la salud de los usuarios y mantener la seguridad en la industria, como parte de la iniciativa “México Vuela Seguro”, a cargo de la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC) y la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) en conjunto con las autoridades de Turismo, Salud, así como aerolíneas y aeropuertos, de la que dio cuenta el portal de noticias del sector aéreo A21 en pasado 8 de febrero de 2021.
Suena padrísima la iniciativa, como suenan la mayoría de las campañas publicitarias o propagandísticas emanadas de la creatividad de los talentos de profesionales de la comunicación a cargo de concebirlas. El problema es que ésta en particular no pasa de ser eso: un campaña en este caso propagandística, como todo lo que se hace actualmente en México, destinada a hacer creer al usuario del aerotransporte que efectivamente se están tomando medidas para para mantener la seguridad sanitaria en los aviones y los aeropuertos del país.
Sustento mi opinión en el manejo que se le da a la información que el pasajero vierte en el cuestionario de factores de riesgo que como parte de la iniciativa se está exigiendo al ingresar a los filtros de seguridad en los aeropuertos en nuestro territorio, antes de abordar su vuelo.
Dígame usted estimado lector o lectora, ¿de qué sirve el que un pasajero llene electrónica o manualmente un cuestionario, si no hay medios de control para confirmar la veracidad de lo anotado, protocolos y equipos humanos y técnicos para registrar y ordenar la información o estrategias para dar seguimiento a alguna amenaza, si es que fuese detectada?
¿En serio alguien en su sano juicio va a poner que está enfermo de Covid, que ha estado en contacto con un infectado o que tiene síntomas en un cuestionario carente de los blindajes y acompañamiento que convierta tal falsedad en el delito que supone no hacerlo?
No pretendamos “tapar el sol con un dedo”; tal y como lo he podido constatar en diversos tránsitos aeroportuarios nacionales e internacionales en México, en los que además he tenido la oportunidad de entrevistar a representantes del administrador aeroportuario, de la AFAC o de Salud, el mentado cuestionario es tan efectivo como el llenar un papel con garabatos. Ningún funcionario con los que he interactuado me ha podido explicar el manejo que se le da a una información con la que además he sido testigo, en muchos casos, no tiene más contacto que el momento en el que el pasajero muestra el cuestionario al agente que se lo requiere. Es decir, por lo menos en lo que a un formato llenado manualmente toca, la información no se registra, ni se conserva en otro lado que no sea un papel en el bolsillo del pasajero que al llegar a su destino termina depositándolo en un bote de basura.
Lo anterior, tal y como ocurre por ejemplo con un extinguidor sin el correspondiente mantenimiento, se convierte en un arma de doble filo ya que ofrece una peligrosa falsa seguridad, y eso sin mencionar las complicaciones en materia de Facilitación (Anexo 9 de la OACI) que la exigencia del cuestionario supone para el pasajero y los costos que representa para el erario o para quien debe imprimir y distribuir los formatos impresos o facilitarlos en forma electrónica en cierto portal o aplicación.
Lo que el aerotransporte mexicano necesita para minimizar riesgos sanitarios derivados, no solamente del Covid, sino de cualquier otra enfermedad contagiosa, no son cuestionarios tan inútiles como el que he comentado en esta entrega, sino efectivos controles sanitarios a pasajeros de entrada y salida, nacionales e internacionales en los aeropuertos y las aeronaves y lo más importante, una verdadera cultura sanitaria en la sociedad, comenzando por sus más altas autoridades, algo que la verdad no logro percibir, ni en las conferencias de prensa en la televisión, ni en las calles y hasta ni a bordo de los aviones de bandera mexicana, en las que contrario a lo que he experimentado en aeronaves extranjeras, el pasajero sigue haciendo virtualmente lo que quiere.
Hace poco hice un vuelo nacional sentado detrás de una parejita que se dedicó toco el recorrido a darse de besos, eso sí, retirándose para ello el cubrebocas. Tres veces tuve que pedir apoyo a la sobrecargo, tres veces que los pasajeros se ponían los cubrebocas unos segundos sólo para volver a quitárselos, pasajeros que terminaron riéndose de mi conforme abordaron sin portar sus protecciones el aerocar que nos llevó del avión al edificio terminal en nuestro destino.
¿No se supone, estimado lector o lectora, que desobedecer una instrucción por parte de un miembro de la tripulación es motivo de sanción?
¡A que no lo harían en un vuelo de Delta, Lufthansa o Emirates, por ejemplo!
Mientras gobierno, autoridades y sociedad mexicanas “quesque sigamos haciendo que nos cuidamos o que nos cuidan” el desgraciado bicho seguirá matando, tal y como a quien firma esta nota ya le ocurrió, a muchos de sus seres queridos, si es que no a nosotros mismos.
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