Antoine de Saint-Exupéry, mi gran amigo Toño, quien desde su asteroide ha sido sumamente generoso no solamente conmigo, sino con cualquier otra persona que se atreva a leerle, conocerle y por ende fascinarse con él, nos decía en voz de un astuto zorro que intentaba alimentar el alma de un Principito que “lo esencial es invisible a los ojos” y que “solamente es posible ver bien con el corazón”.
Si bien queda más claro que nunca la validez de la afirmación, lo cierto es que en estos tiempos nuestros ojos han cobrado particular valor en las relaciones humanas. Y es que forzados a virtualmente enmascarar nuestros rostros, los ojos son las más de las veces lo que nuestros interlocutores básicamente pueden ver en nuestras caras.
Hemos llegado al grado de tener que de pronto buscar un espacio para desprendernos siguiera por unos segundos de los cubrebocas para presentarnos ahora sí que mostrándonos de rostro completo ante nuestros nuevos allegados. Sobre decir que hay personas con las que hoy día interactúo personal y profesionalmente a las que nunca les he visto el rostro sin cubrebocas, no dejándome otra opción que virtualmente “hackearlos”, mejor dicho “googolearlos” para descubrir sus facciones.
Este comentario editorial nace en el marco de una comida familiar en la que un sobrino se sorprendió de constatar que mis ojos tienen un tono verde. “No me había fijado tío pero tienes los ojos claros”…me dijo.
¿Qué sucedió para que Alonso finalmente pusiese atención a mis ojos? Sencillo: tal y como casi todo el mundo hace hoy día, finalmente fijó su mirada en los ojos del otro al conversar en persona, algo que soy de la idea siempre debería ocurrir, independientemente de la pandemia.
No en balde se dice que “los ojos son el espejo del alma”, es decir, son el más efectivo y profundo medio de comunicar a los demás lo que sentimos y lo que realmente somos. Para bien o para mal, los ojos hablan mucho de nosotros, ciertamente mucho más que las palabras, de ahí que no se debe olvidar que si bien nos hemos visto obligados a destacarlos, resulta particularmente necesario comprender que al ver los ojos de alguien o ver a alguien con los ojos, debemos hacerlo desde el corazón.
¿Qué hay detrás de esos ojos hermosos de esa dama?
¿Qué me dice el mensaje de los ojos de ese infante?
¿Qué debo aprender de los ojos de mis compañeros de trabajo?
¿Qué estoy transmitiendo con mi mirada?
Ver a los ojos de los demás con el corazón nos va a permitir empatizar un poco mejor y por ende a mejorar nuestros intercambios personales.
Les dejo entonces estimados lectores y lectoras una nueva gota de sabiduría proveniente de un grande de la historia aeronáutica que con ello confirma que no todo lo relacionado con el vuelo es técnico, por el contrario, viendo a una aeronave con el corazón más que con la mirada, cobra una dimensión diferente y seguramente más espiritual, por más que se trate de una máquina.
Sigan cuidándose amigos y amigas, despréndanse un ratito y a sana distancia de sus cubrebocas para presentarse ante los demás y continúen descubriendo los verdaderos ojos de sus seres queridos, colegas, amistades y conocidos.
Quizás esto resulte ser una de las pocas herencias positivas de la pandemia.
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