Tomando en cuenta las formas que ha manejado la administración Trump en sus trato con el resto de las naciones, no descarto que eventualmente, ya sea en el marco de la renegociación de algún acuerdo comercial, caso por ejemplo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA o TLCAN) o en alguna etapa posterior de su muy original paso por la Casa Blanca, se le ocurra revisar el contenido de los instrumentos legales que rigen las relaciones de los Estados Unidos con los países con los que tiene intercambio de derechos de tráfico aéreo, llámense Convenios Bilaterales de Aviación Civil o de Aerotransporte, en el caso mexicano vigente desde finales del año 2014, luego de haber concluido un último proceso de renegociación.
Para nadie es un secreto la importancia que tiene para México el intercambio de viajeros, incluyendo turistas y de mercancías por vía aérea y, por ende, la importancia del instrumento que regula esta relación que por el número de rutas potencialmente explotadas, por los volúmenes de tráfico y operaciones que se manejan y por las diferencias estructurales entre ambas naciones, resulta una de las más complejas en el mundo entero.
No me cuesta trabajo imaginarme la línea que Trump intentaría imponer a México y al resto del mundo en la materia.
Ya lo veo, por ejemplo, exigiendo acceso irrestricto a los mercados aéreosdomésticos e internacionales de la contraparte para las aerolíneas norteamericanas, incluyendo derechos desde la primera hasta el cabotaje.
Además, se pediría que las aerolíneas norteamericanas tengan prioridad en la asignación de slots en los aeropuertos fuera de los Estados Unidos en los que les interese operar y que las que pretendan volar a Estados Unidos deberían hacerlo empleando en la mayoría de sus frecuencias aeronaves ensambladas en esa nación, aunque sea Airbus hechos en Alabama.
Sobra decir que querrían que los alguaciles norteamericanos armados volasen en cualquier aeronave comercial que tenga origen o destino en los Estados Unidos, o en los vuelos domésticos de cabotaje por las aerolíneas norteamericanas y que puedan hacer su labor de manera libre también en cualquier aeropuerto en el extranjero en el que opere una aerolínea norteamericana, o tenga vuelos desde y hacia dicha nación, además de que en cada aeronave se reserven espacios para el transporte de pasajeros de origen norteamericano.
Y hablando de aeropuertos, igual y se solicita que en estos se asignen áreas especiales seguras para el procesamiento del tráfico desde y hacia la tierra de Lincoln.
Todo lo anterior sin garantía de poder conceder una básica reciprocidad a la contraparte, principio rector de toda relación bilateral.
¿La hipótesis suena descabellada? Antes de la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos sin duda que lo sería, sin embargo, dado lo que nos ha demostrado es capaz de hacer, la verdad no me parece y, por ende, quizás sea tiempo de irnos preparando para este tipo de presiones ahora en la aviación comercial.
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