En una nota publicada el pasado 17 de marzo de 2023, en un portal de noticias citando al periódico The Wall Street Journal, se afirma que los abogados del fabricante aeroespacial norteamericano Boeing, de cuyas líneas de ensamble que emanaron esos dos Boeing 737 MAX 8 que, entre octubre de 2018 y marzo de 2019, el primero en Indonesia y el segundo en Etiopía, se accidentaron matando a 346 personas, argumentaron ante una corte en el estado de Texas, Estados Unidos: “que las víctimas murieron sin dolor, debido a que la aeronave se estrelló contra el terreno tan rápido que sus cerebros no tuvieron tiempo de procesar las señales de dolor procedentes de sus sistemas de negocios”.¿En serio?
Son este tipo de acciones, por parte de algunos integrantes de la muy digna profesión de la abogacía, las que me obligan recordar la razón por la cual, hace unas décadas, habiéndome dado cuenta del valor que potencialmente un título en Derecho podría aportar a mi ejercicio profesional aeronáutico, también comprendí que en las artes de velar por la justicia y el orden se incurre con extrema frecuencia en comportamientos que no solamente superan lo ético, sino, tal y como es el caso con los letrados que representan a Boeing en el juicio en comento, rayan en lo inhumano.
Esta característica de algunos juristas la experimenté en carne propia hacia 1997, ante el intento de los “defensores” de mi ex esposa de marginarme, se dice fácil, de convivir con mi entonces menor hijo. ¡Qué triste labor la suya!, literalmente les dije alguna vez a esos “profesionales” de las leyes con los que me enfrenté, afortunadamente con éxito, y no precisamente gracias a los buenos oficios de mi propio abogado, por cierto, evidentemente poco comprometido en mi causa, dado lo marginal de los honorarios pactados.
En fin, la presente entrega no tiene como objetivo quejarme de cómo me fue en un divorcio, sino solidarizarme con esas 346 almas que, contrario a lo que afirman los licenciados de Boeing, sin duda sufrieron muchísimo en los pocos o muchos segundos que les tomó a dichas aeronaves caer del cielo, solo para destrozarse y destrozar los cuerpos de todo ser vivo a bordo.
Si bien es cierto que un impacto súbito, por más contundente que sea, puede resultar no tan hondo en lo que toca a sufrimiento, caso por ejemplo del accidente que sufrió un avión Sukhoi S100 al chocar contra una montaña en Indonesia en el año 2012, virtualmente sin enterarse de ello sus ocupantes, que un incidente en el que le da tiempo al involucrado de procesar la realidad de la inminencia de su muerte, caso de los accidentes de los MAX.
Y no hablo por hablar. De alguna manera viví una situación de gran sufrimiento en una aeronave en estado de emergencia un año después de haber logrado salir airoso de mi litigio familiar, cuando abordé en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México un Boeing 727-200 boliviano, con destino inicial en Panamá, aeronave que tuvo que regresar a su origen tan pronto fuese posible al haber registrado una falla, que por lo menos a quien firma esta nota, la tripulación de cabina describió como catastrófica, tanto así que me confesaron que se les había informado que lo más probable era que no lograríamos aterrizar en un aeropuerto y que terminaríamos impactados contra el terreno. Es decir, que sé perfectamente lo que es estar dentro de una aeronave en una condición de extremo peligro.
No, señores, y seguramente muy, pero muy onerosos abogados de Boeing, no salgan con tan despiadados argumentos en la corte frente a los familiares de las víctimas que, con justicia, están demandando al fabricante por la criminal negligencia con la que condujo el diseño, desarrollo, introducción al servicio y manejo de los accidentes del 737 MAX, tan grave que, a cuatro años de distancia, tiene algunas de sus versiones aún en tierra, es decir, sin las correspondientes certificaciones de seguridad. No le sigan haciendo tanto daño a Boeing y a digna profesión como se lo están haciendo a las víctimas y a sus acreedores. No sigan lastimando más de lo que de por sí Boeing y quienes certificaron el MAX han lastimado tanto.
Creo que queda clara la magnitud de mi molestia al haber leído la nota que refiero al comienzo de este texto. La verdad, no me gusta leer ese tipo de noticias, toda vez que me hacen pensar mal sobre la calidad de algunos seres humanos con los que comparto mi planeta.
Menudo reto de manejo de relaciones públicas le han impuesto a Boeing los despachos legales que contrató para este juicio. Mire usted, estimado lector, que soy fan de Boeing y heme aquí criticándolos objetiva, pero decididamente, por lo menos en torno a este caso.
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