La importancia estratégica de la aviación y los servicios a la navegación aérea internacional de la Federación Rusa es tal, que su principal idioma (el ruso) es (todavía), junto con el árabe, el chino, el español, el francés y el inglés, uno de los idiomas oficiales de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), cuyos Estados Contratantes han decidido, en el marco de su 41ª Asamblea de octubre de 2022, retirar al país más grande del mundo, su asiento entre los miembros del primer grupo de su Consejo.
Es decir, las naciones de mayor importancia en el transporte aéreo, luego de que la comunidad internacional acusara al régimen de Vladimir Putin de una serie de infracciones al Convenio de Chicago sobre Aviación Civil Internacional, relacionadas con el desvío forzado en el año 2021 de un avión de Ryanair que operaba un servicio aéreo internacional regular de pasajeros entre Grecia y Lituania, la violación del espacio aéreo de Ucrania, duplicidad de registros a aeronaves civiles y retención ilegal de aeronaves, entre otras.
La reacción de Moscú, en lugar de tratar de calmar los ánimos y mejorar sus relaciones exteriores, ha sido, por lo menos en lo que se refiere a lo aeronáutico, marginarse aún más bajo una bandera neo-nacionalista, llegando a extremos de declarar que dejará de operar aeronaves “occidentales”, reactivando su obsoleta industria aeronáutica en materia de aeronaves comerciales y reviviendo conceptos tan anacrónicos como sería regresar a esa Aeroflot de hasta los años 90 del Siglo XX, que con una flota de más de cinco mil aeronaves hechas en la Unión Soviética, atendía tres mil destinos nacionales e internacionales, integrando la que por décadas fue la aerolínea más grande del orbe.
Independientemente de que estemos de acuerdo o no en condenar las acciones del pretenso nuevo Zar de Rusia, en especial su brutal e injusta campaña bélica contra Ucrania, lo cierto es que la escisión de esta potencia del orden que gira en torno al Convenio de Chicago, por más mínima que resulte, es una pésima noticia para la seguridad, eficiencia, sostenibilidad, sustentabilidad, calidad y competitividad del transporte aéreo internacional.
Y es que, insisto, no estamos hablando de Andorra, Mónaco o el Estado Vaticano. Rusia es y será siempre un factor importante en todo lo que tenga que ver con las actividades aeroespaciales, incluyendo la realización de ciertos vuelos de largo recorrido que se beneficiaban de acortar sus rutas sobrevolando su geografía. De ahí que me parezca no solamente interesante, sino relevante tener en cuenta las consecuencias de la degradación de las relaciones en materia aeronáutica con el resto de las naciones, de este gigante de la geopolítica global.
Hago votos para que Rusia se quede en el nivel que sea en el Consejo de la OACI, pero que se mantenga ahí. Eso contribuirá a que su respeto al orden normativo aéreo no se siga perdiendo en perjuicio de todos, y todas, los que compartimos con los compatriotas de Yuri Gagarin y Laika nuestro planeta.
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