Debo confesar que me hubiese encantado que esa tarde de martes 21 de junio, sentado en la mesa comiendo con mi madre y escuchando el noticiero de López-Dóriga por medio de la radio, la noticia fuera que finalmente los resultados de la más reciente visita técnica de expertos de la Agencia Federal de Aviación (FAA) norteamericana a la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC) fueran positivos y que la aeronáutica civil mexicana va en camino a recuperar la Categoría 1 en materia de seguridad de las operaciones aéreas, que con justa razón, la gestión de la autoridad aeronáutica civil mexicana perdió desde hace más de un año. Amo tanto a la aeronáutica, y más a la mexicana, que aquello que la afecte, me pega, me molesta, me indigna y me preocupa.
Sería muy fácil seguir atribuyéndole la culpa de esta penosa debacle regulatoria a la AFAC actual y a sus funcionarios, muchos de los cuales, me consta, son verdaderos profesionales de lo aéreo, algunos inclusive de prestigio internacional. Lo anterior no solamente me parece injusto, sino hasta miope. Y es que en mi opinión, la calidad de la gestión de una autoridad gubernamental refleja la calidad de la gestión oficial de manera integral, la cual a su vez, refleja la calidad de las decisiones políticas de sus ciudadanos. Toda, absolutamente toda la aeronáutica civil, incluyendo a sus actores públicos y privados de todos los niveles, somos los que le estamos fallando a los mexicanos al proveerles el aerotransporte que hoy día “disfrutan”. Somos la “gente de aviación” mexicana los que por acción u omisión, directa o indirectamente, en mayor o en menor grado, hemos permitido que la AFAC vuelva a reprobar una revisión técnica por parte de la FAA relacionada a la categoría 2.
Creo que ya es tiempo de que los aeronáuticos mexicanos, activos o no, dejemos a un lado a las fobias, pero en especial a las filias, es decir, a los intereses personales, gremiales o profesionales, para poner cada uno y cada una, desde su particular trinchera, tan grande, profunda o importante que sea, ese granito de arena, es decir, ese profesionalismo, ética, honestidad, conocimiento, experiencia, dedicación, legalidad, objetividad, generosidad y compromiso, que refleje su amor por la aeronáutica, anulando a la apatía, la comodidad, la corrupción y su hermana mayor la impunidad, el miedo, el desperdicio, la inflexibilidad, la envidia y la incompetencia, entre otros “detallitos” que plagan mucho de lo aéreo en México.
Mis limitaciones técnicas, académicas, jerárquicas, económicas, profesionales y estratégicas, restringen cualitativa y cuantitativamente los espacios en los que puedo poner ese granito de arena al que me refiero. Aun así, ya sea en el aula, en la sala de juntas, en la oficina, en la videoconferencia, en la plataforma, en los chats con amigos, y como en este caso, haciendo uno de la voz por medio de la palabra escrita tal y como lo he hecho siempre en mi ejercicio profesional aeronáutico, seguiré intentando llamar la atención de aquellos y aquellas que tienen mayor capacidad de hacerlo que yo, sobre la necesidad de finalmente comprender que desde hace décadas, los aeronáuticos mexicanos y claro está, su autoridad, misma que por cierto tiene alto grado de representatividad, bajamos la guardia en lo que a seguridad operativa toca al grado de tener al prestigio en el concierto internacional de la otrora orgullosa gestión integral de la seguridad aérea en México en los lamentables niveles en los que se encuentra.
Sobra decir que ante la noticia de esa tarde, la rica comida de mi madre no me cayó muy bien que digamos, tanto así que heme haciendo la digestión redactando esta entrega.
¡Es tiempo de que despierten los “Cuautlis!, diría en una de esas el entrañable e inolvidable periodista e historiador Manuel Ruiz Romero, guerrero de muchas batallas en pro de lo que realmente importa en lo aéreo, y al que vería sumado a esta nueva lucha.
Si fulano o fulanita, por más que sea nuestro amigo o amiga, está errando voluntaria o involuntariamente en algo que impacte en la calidad de la gestión de la seguridad aérea en México, hay que tener el valor de decírselo, claro está con respeto y prudencia, pero sin duda con determinación. Si aún así no hace caso, hay que evidenciarlo por los canales conducentes.
Hay que dejar, siquiera por un tiempo, de servirse de la aeronáutica y dedicarse mejor a servirla, en especial entre aquellos y aquellas con los que ha sido generosa, por cierto mi caso. De no hacerlo, corremos el riesgo de perder, si no toda, sin duda una buena parte de nuestra amada aeronáutica civil, lujo que, por lo menos quien firma esta nota, no se puede dar.
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