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27/04/2024

Sentimientos, sabores y… magia. Un poco de mi próximo libro (DR)

Francisco M. M… / Miércoles, 21 Junio 2023 - 20:15

Noviembre de 2014 fue la fecha de mi jubilación definitiva como piloto comercial, después de trabajar para tres aerolíneas internacionales, y la pregunta constante entre los amigos y la familia sigue siendo “¿extrañas tu trabajo?”.

La verdad es que nunca trabajé siendo piloto, al menos no como la mayor parte de la gente puede entender la palabra “trabajo”.

Pasé cuarenta y cinco años, y poco más de veintiséis mil horas “allá arriba”, disfrutando al máximo lo que hacía a cada minuto y no, no lo extraño, porque llegué al límite de lo que la profesión permite y eso me dejó total, completamente satisfecho, pleno.

Debo decir, sin embargo, que lo recuerdo constantemente, pero nunca con tristeza o con nostalgia, al contrario, siempre lo recuerdo con alegría, con satisfacción, con una sonrisa en los labios y con orgullo.

En mis días como piloto comercial, pude vivir de todo.

Tuve para llorar, para reír, para sorprenderme, para no creer, para entristecerme, para alegrarme..., y también, debo decir, que alguna vez hasta para caer en pánico.

Tomoagui, un entrañable colega japonés con quien compartí la cabina del B-777/300ER, volando en Turkish Airlines, me dijo, hablando metafóricamente en una ocasión, después de conocer mi historia, que durante todas esas décadas en el aire gocé lo mejor de la profesión, "fuiste muy afortunado, porque en Aeroméxico te comiste el pastel, en Turkish las fresas, en JETAirways la crema y, además al final de la fiesta, te llevaste la cuchara, el plato y el mantel"... ¡Y tenía razón!

Volé sobre cinco continentes, seis mares y el Polo Norte, aunque me perdí volar sobre Polo Sur, sobrevolé y conocí muchos países y bellísimas ciudades alrededor del mudo.

En mis primeros días como piloto, despegué y aterricé en alejadas pistas de tierra y pasto dentro de México, en aviones muy primarios y, años después, también en los aeropuertos más modernos, complicados y congestionados del planeta, al mando de los aviones más modernos.

Volé áreas peligrosas de países en guerra y enfrenté todo tipo de condiciones meteorológicas, compartiendo también cielos azules, auroras boreales y astrales, bellísimos amaneceres y puestas de sol, con inolvidables, entrañables amigos y compañeros de 15 nacionalidades diferentes, en tres aerolíneas comerciales de nivel internacional, a bordo de las más grandes y modernas aeronaves del momento, y todo con una seguridad del 100%... ¿Qué más podría pedir?

La otra pregunta que me hacen ahora, y que otros me hicieron no pocas veces a través de los años de mi ejercicio profesional fue, “para ti, ¿qué es volar?”.

Bueno, durante el transcurso de mi carrera, tomé cantidad de cursos de todo tipo, incluyendo investigación de accidentes, compartí cabinas y salones de clase como instructor durante 14 años, leí y aprendí una buena cantidad de manuales, y en la escuela estudié fórmulas aerodinámicas y de física, el diseño de perfiles de ala y  los conceptos de resistencia al avance, empuje, levantamiento y gravedad, CRM, CFIT, Factores Humanos, técnicas didácticas, etcétera, pero aún después de muchas décadas de ejercer la profesión, cuando veo un avión de 450 toneladas de peso levantarse tan graciosamente del suelo, sigo pensando que volar es un arte, y tiene mucho de magia, de magia pura, además de diversos sabores y sentimientos.

Volar tiene sabores inolvidables, como el recuerdo del olor del combustible quemado, o ese que se disfruta cuando los enormes motores de pistón despiertan durante el arranque, o cuando al iniciar el despegue y se lleva atrás la columna de control, llevando la nariz del avión a quince grados arriba del horizonte, durante la rotación casi imperceptiblemente, las ruedas se despegan del suelo, o el sabor que deja “romper” la capa de nubes durante el ascenso, volando hacia el cielo más azul imaginable o hacia una noche sin luna, colmada con miles de  estrellas.

También ese sabor especial que tiene el atravesar una capa de nubes durante el descenso y después, al dejar atrás la niebla, la nieve o la lluvia, tener al frente la visión maravillosa que es una pista de aterrizaje, iluminada después de muchas horas de jornada.

Hay sabor especial en el volar recto y nivelado, a solo unos cuantos pies por encima de una capa de nubes muy blancas, mientras el avión se desplaza a velocidades cercanas a las del sonido, o el sabor  que tiene el vuelo sobre grandes valles, selvas, bosques, mares, montañas y desiertos, mientras se puede tomar una taza de café repasando con la vista los instrumentos de vuelo, cómodamente instalado en un asiento ergonómico de la cabina de mando de un avión comercial, repleto con casi 400  pasajeros... O el sabor que deja la goma de mascar en la boca cuando se hace líquida por culpa de la adrenalina en momentos de alta tensión.

He vivido sentimientos, como es la tristeza de dejar a nuestras familias y amigos constantemente, o el de pasar una Navidad o alguna fecha especial alejados de casa, o el gusto de conocer nuevos lugares y personas, o la soledad en la distancia, o la nostalgia, o la indescriptible alegría del regreso a casa y abrazar a la familia.

Por encima de todo, existe un sentimiento muy especial y muy reconfortante, que es  la total satisfacción que se tiene cuando, después del corte de los  motores en la plataforma y después de completar su lista de comprobación final, el piloto desabrocha su escapulario de seguridad, remueve los audífonos sobre su cabeza, reclina su respaldo del asiento hacia atrás y, mientras da el último sorbo a su café, normalmente ya frío, echa un vistazo por la ventanilla y puede ver a sus pasajeros caminar fuera del avión, por el pasillo, cansados pero contentos de llegar a su destino.

Sí, para mí, volar es un cúmulo de sentimientos y sabores, pero pienso que el vuelo también tiene mucho de magia, por todo aquello tan excitante que lo rodea, desde el primer minuto hasta el último antes del retiro, ya sea a bordo de un pequeño avión escuela o en un gigantesco avión comercial, y sigo convencido de que más allá de controles, pantallas, sistemas, interruptores y computadoras, los aviones tienen alma y escuchan a su piloto, si el piloto sabe cómo hablarles.

 

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