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16/04/2024

¡Cuidado con Don Goyo!

Juan A. José / Martes, 25 Junio 2019 - 20:16

“Don Goyo” le hace honor a su nombre: Popocatépetl, que en lengua náhuatl significa “montaña humeante”, de eso no hay duda; es más, los habitantes de las comunidades cercanas, incluyendo las del Valle de México hemos visto su tenue fumarola como algo normal, tanto así que solíamos hacer excursiones hacia sus faldas, aventurándonos en algunas de ellas más allá del entonces muy popular albergue de Tlamacas, con acceso virtualmente restringido a partir del 21 de diciembre de 1994, cuando el coloso se sumó al susto que nos dio a los mexicanos el llamado “error de diciembre”, despertando de un relativo letargo de décadas.

Mi padre, ingeniero civil de profesión, decía que el “Popo” era una verdadera amenaza en varios sentidos, incluyendo lo aeronáutico. Alguna vez nos tocó volar juntos entre los aeropuertos de Oaxaca y la Ciudad de México en un Boeing 727-200 de Mexicana de Aviación que al realizar su aproximación, se dio el lujo de sobrevolar su cráter, el cual pude disfrutar con detalle desde la ventanilla del avión, no sin escuchar a mi alarmado padre, al que la montaña le generaba profundas emociones; y es que el 26 de septiembre de 1949, cedió su lugar en el Aeropuerto de Oaxaca en otro vuelo de Mexicana con destino Ciudad de México a un paisano suyo al que le urgía llegar a la capital. El avión Douglas DC-3, matrícula XA-DUH se impactó contra el volcán sin dejar sobrevivientes, entre ellos la actriz Blanca Estela Pavón.

Sobra decir que hoy día las aeronaves comerciales no solamente no lo sobrevuelan, sino que deben mantenerse lo más lejos posible de él. Bastante conocidos y documentados son los riesgos que suponen las cenizas volcánicas para la navegación aérea. Quizás algunos de mis estimados lectores recuerden las afectaciones al tráfico aéreo del Atlántico del Norte y el norte de Europa, generadas por la actividad del impronunciable Eyjafjallajökull islandés en el año 2010. Afortunadamente no se registraron entonces incidentes que pudieran haber puesto en peligro a aeronaves y sus ocupantes, como sucedió en dos eventos ocurridos en los años 1982 y 1987, el primero en Indonesia, involucrando a un Boeing 747 de British Airways y el segundo en Alaska, involucrando a otro 747 pero de KLM, que al traspasar nubes de ceniza de manera inadvertida en pleno vuelo sufrieron pérdida de potencia de sus motores, producto de bloqueos generados por el material volcánico, emergencias que finalmente fueron resueltas con audaces maniobras por parte de la tripulación, pero mediando grandes sustos a bordo, en particular en el caso del KLM, que logró recuperar potencia suficiente como para mantenerse en el aire hasta lograr llegar a un aeropuerto, cuando ya se encontraba críticamente cerca del terreno.

Es así que, conforme “Don Goyo” siga vomitando, a veces con extraordinaria intensidad, como recientemente hemos constatado, las alarmas sonarán en las oficinas de las aerolíneas y de otros operadores de aeronaves, de los servicios de control del tránsito aéreo, de los aeropuertos cercanos y de las autoridades aeronáuticas mexicanas. La preocupación tiene mucho que ver con la posibilidad de que las operaciones en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México pudieran terminar siendo afectadas en mayor o menor grado por su actividad, con las consecuencias económicas, no solamente para el aerotransporte, si no para el país en general, que supondría el tener que cerrarlo, por el plazo que sea. No hay que olvidar que algunos procesos eruptivos pueden durar mucho tiempo y alcanzar grandes magnitudes luego de actividad moderada. Desgraciadamente, tal y como me han comentado algunos expertos, no debemos descartar que el “Popo” se comporte así.

Esperemos que se calme.

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