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08/05/2024

Entre el padre de la bomba atómica y quien piloteó la aeronave que la lanzó

Juan A. José / Miércoles, 9 Agosto 2023 - 01:00

Tuve la oportunidad de ir al cine a disfrutar de la película británico-estadounidense Oppenheimer, cinta de corte biográfico que versa sobre una parte de la vida de Robert Oppenheimer, físico norteamericano considerado el “padre de la bomba atómica”, instrumento empleado en dos ocasiones por las fuerzas armadas de Estados Unidos para darle un durísimo golpe a la moral de los japoneses entre el 6 y 9 de agosto de 1945, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, destruyendo las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, con efectos tan devastadores que el emperador nipón Hirohito decidió rendirse, constituyendo el fin de un cruel capítulo en la historia de la humanidad.

Oppenheimer resulta un material fílmico de alta calidad, sumamente atractivo para cualquier apasionado de los temas de geopolítica. Para quien firma la presente, la obra del director Christopher Nolan invoca un extraordinario episodio de corte aeronáutico en su vida, relacionado con la experiencia de haber conocido, ahora sí que “en persona”, nada menos a quien por su labor al frente del grupo encargado del primer despliegue aéreo operativo del arsenal nuclear de la historia y en particular como piloto del bombardero Boeing B-29 “Enola Gay”, del que cayó la bomba en Hiroshima, hizo posible que el “Proyecto Manhattan”, del que emanaron estas tristemente famosas armas, por cierto, con capacidad de acabar eventualmente con la raza humana, concluyese con éxito. El personaje del que hablo se llamaba Paul Tibbets, aviador militar norteamericano, fallecido unos años después de que me firmó un libro de su autoría en el marco de un evento en el Museo Motts de historia militar, en las cercanías de Columbus, Ohio.

¿Héroes o villanos?

El pacifista que llevo dentro no dudaría en calificar los actos de estos dos señores como atroces e injustificables, sin embargo, el pragmático que procuro ser, trata de entender las circunstancias en las que se encontraban; uno en su laboratorio y el otro al mando de la aeronave, en tiempos en los que su país estaba en guerra y cuyo trabajo era contribuir a la victoria, obedeciendo órdenes y cumpliéndolas lo mejor posible. Bastante documentado ha quedado, además, que el hecho de que los Estados Unidos posean “la bomba” o más bien dicho, miles de ellas, ha evitado que soviéticos y chinos, por ejemplo, se sientan tentados a usarla en cualquier geografía, sabedores que ello significa el fin de la historia del hombre en la Tierra, como también ha quedado claro que la consigna en la hermosa “Tierra del Sol Naciente”, en tiempos de Hirohito, era pelear “hasta el último hombre”, por lo que una invasión a las principales islas japonesas por parte de los aliados hubiese terminado con muchas más vidas civiles y militares que las que desgraciadamente se extinguieron con los ataques nucleares de agosto de 1945.

La realidad es que, aun mediando tanto dolor en ellos, los temas que comento en esta entrega no dejan de ser representativos de la “evolución” de los humanos en nuestro planeta, cuerpo celeste siempre en peligro conforme, tal y como la guerra en Ucrania lo demuestra, los intereses geopolíticos, generalmente relacionados con jugosos negocios realizados por unos cuantos, acercan a los integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte a un conflicto directo con Rusia y sus aliados, en el que muy posiblemente se recurra al arma que Oppenheimer ayudó a crear.

Así las cosas. Por lo pronto, no voy a negar que, como buen enamorado de la historia, especialmente la que involucra aeronaves, el haber conocido a Tibbets y el ejemplar con su firma que conservo en casa, son recuerdos que atesoro, eso sí, comprendiendo que no necesariamente se relacionan con lo mejor del Homo sapiens.

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