El 17 de diciembre se cumplieron 119 años del invento de la aviación moderna, cuando en 1903 los hermanos Wright realizaron por primera vez un vuelo tripulado, controlado y sostenido. Es significativo notar que pasaron solamente 65 años y siete meses entre ese evento y la llegada del hombre a la luna, en 1969, en lo que fuera el crecimiento más acelerado de una industria en la historia, ayudado tecnológicamente por dos guerras mundiales, y representado en una confianza de la sociedad hacia la aviación, ya que en 1960 hubo cien millones de pasajeros aéreos al año y en el 2019 fueron 4,560 millones.
El éxito de la aviación ha tenido un costo cada vez más evidente en nuestro medio ambiente, dado que, si todo el sector aéreo fuera un país, estaría en el top 10 de los más contaminantes, aportando entre el 2% y 3% de las emisiones mundiales de CO2. Ante ello, la Asociación del Transporte Aéreo Internacional estableció metas y parámetros para poder lograr que la industria (o al menos sus miembros asociados) sea descarbonizada en el año 2050.
Para lograrlo se deben cumplir varios puntos, como la promoción de métodos de transporte alternos más eficientes, porque viajar en avión es la actividad más contaminante que una persona puede realizar. Ejemplo de esta iniciativa se dio recientemente en Francia, que busca vetar los vuelos menores a 2.5 horas de tránsito en favor del uso del tren. El proyecto francés puede ser copiado a corto plazo por otros Estados primermundistas, pequeños y con redes ferroviarias capaces, pero es irreal para países como el nuestro, de geografía extensa y sin lana suficiente.
Otra meta esencial es la creación y uso de combustibles para la aviación, más sustentables o alternativos, siendo el Sustainable Aviation Fuel (SAF) la opción principal. El SAF se formula con plantas o desechos (como plásticos o aceite para cocinar usado) sin agregar más gases invernadero al ambiente, y es la apuesta más viable para descarbonizar el medio en las próximas décadas, porque funciona en motores ya existentes; de allí que la investigación y producción de SAF se haya incrementado un 200% este año, cifra alentadora pero insuficiente, además de que algunos productores hacen “greenwashing”, es decir, le tapan el ojo al macho mintiendo que sus métodos para hacer SAF son completamente ecológicos.
El desarrollo de aviones eléctricos es una alternativa, como el modelo Alice de la compañía Eviation, teniendo en su haber más de 120 pedidos y una prueba exitosa de vuelo en septiembre, con rango de vuelo de 500 kilómetros y 1,100 kilos de carga, equivalente a nueve pasajeros, o el ES-30 de Heart Aerospace, para treinta pasajeros, que finalizó su etapa de diseño. Pero todo avión eléctrico tiene la importante restrictiva que es la capacidad de la batería, limitando considerablemente su tiempo de vuelo.
La implementación de motores de hidrógeno es también muy compleja y costosa, por lo que varias compañías tienen proyectos propios o financian investigaciones de terceros. El uso de hidrógeno es complicado, entre varias razones, porque sus criotanques de almacenaje son voluminosos y pesados, y para tener una perspectiva, un Boeing 747 requeriría de más de un millón de litros de hidrógeno para suplir 250 mil litros de combustible. Por ello, Airbus, como parte de su programa ZEROe, adaptará una turbina experimental al laboratorio aéreo MSN001, un gigantesco A380; Rolls Royce también está desarrollando su proyecto de hidrógeno y ZeroAvia y Cranfield Aerospace convierten Cessnas 208 en aviones de hidrógeno para ser probados en Escocia y Nueva Zelanda.
Mientras más líderes negadores del cambio climático -por ignorancia o conveniencia a sus intereses- se retiran de puestos decisivos en gobiernos y corporaciones, sus reemplazos toman la sustentabilidad con mayor seriedad. Las nuevas generaciones son cada vez más consientes y activas ecológicamente hablando, al grado que jóvenes manchan pinturas famosas en museos o incursionan a pistas de aeropuertos (como en Países Bajos y Alemania) para protestar contra el impacto ambiental de la aviación y el preocupante incumplimiento de objetivos mundiales. Esta presión hacia la acción inmediata es entendible si reconocemos el caso de las Islas Marshall, país ubicado en la micronesia del Océano Pacífico y que está condenado a ser el primero en desaparecer bajo el mar, algo que han venido sufriendo y combatiendo sus habitantes desde hace décadas, antes que el resto del mundo.
Dudo que a algún marshalés le parezca tranquilizador el hecho que aviones grandes que no contaminen no volarán hasta dentro de veinte años o más, pero, mientras tanto, la flota aérea se irá conformando por aviones viejos o de mayor alcance propulsados por SAF, aeronaves regionales de hidrógeno y aviones pequeños o taxis aéreos eléctricos, que ya es ganancia.
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