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23/12/2024

A veinte años de ese terrible martes

José Medina Go… / Domingo, 12 Septiembre 2021 - 20:09

Al momento que usted esté leyendo este texto hace exactamente veinte años, nuestro mundo estaba transformándose demasiado rápido y existía una confusión internacional sin precedentes. No sabíamos bien a bien lo que vendría, impensable era pensar en las consecuencias. Hace exactamente veinte años nuestro mundo, nuestra vida, nuestro porvenir, cambió profundamente. El 11 de septiembre del 2001 se inauguró formalmente el nuevo siglo, el nuevo milenio y la nueva realidad internacional. En mayor o menor medida nuestra cotidianidad dio un giro inesperado, y por meses no tuvimos definición ni claridad de lo que vendría.

Claro, con la transparencia y esclarecimiento que nos da la distancia crítica de la posteridad, vemos el panorama bastante claro y razonable. Ahora. Por que en su momento la confusión y la incertidumbre eran la orden del día. Ese martes, ese terrible martes hace veinte años, amanecimos en un mundo estable, ordinario, sencillo en comparación a lo que vivimos hoy en día. Para medio día todo había cambiado para siempre. Todos, prácticamente todos los aspectos de nuestra vida han cambiado. Pero aún más en el mundo de la aviación, donde los cambios fueron permanentes y trascendentes.

Creo que todos podemos recordar claramente dónde estábamos cuando los aviones impactaron las extintas Torres Gemelas en Nueva York, o en el Pentágono en Virginia. Tal vez podemos recordar el impacto de la noticia o de haber visto caer estos emblemáticos edificios. Para aquellos de nosotros que tuvimos la oportunidad de conocer estas instalaciones, la memoria es trascendente. Ver caer las torres, o bien ver los estragos en el edificio castrense norteamericano por excelencia dejó una indeleble marca en aquellos que fuimos testigos remotos de estos atentados, y que nuestras vidas se vieron afectadas por esta despreciable tragedia.

Para aquellos que nacieron después del 2001, o bien que eran demasiado jóvenes cuando ocurrió no pueden imaginar lo profundo del cambio ni lo abrupto del mismo. El transporte aéreo tuvo una transformación casi inmediata. Porque en el pasado, el aerotransporte comercial era ordinario, sencillo, parte de lo normal. Claro que desde la década de los cincuentas y sesentas del siglo pasado la aviación ya había sido blanco del terrorismo. Imágenes trascendentes de los sesentas y setentas quedaban como antecedente de que los aviones eran susceptibles a ser secuestrados por terroristas. Pero el desenlace por lo general era favorable.

Pero ¿usar los aviones como “misiles guiados”? ¿Tomar aeronaves comerciales como rehenes en atentados suicidas? ¿Matar a miles de personas en ataques coordinados? ¿Y en Estados Unidos? Eso era totalmente impensable, irracional, increíble. Era material de películas, de ficción. Recuerdo claramente que en la segunda mitad de la década de 1990 se exhibieron varias películas de Hollywood donde el tema principal eran atentados terroristas en Estados Unidos, y particularmente en Nueva York. En su momento fueron destrozados por la crítica dura del Séptimo Arte internacional, al tildarlas de “sensacionalistas”, de “ficción barata”, de “tramas delirantes”. Menos de una década después parecerían proféticas.

Antes de ese terrible martes mirábamos a los cielos y a los aviones como un futuro seguro, estable, y hasta había posturas de críticos y especialistas que señalaban que el espacio aéreo debía ser “desregulado”, “liberado” y que debía suprimirse la intervención del Estado. Libre mercado, libre albedrío. Después del 11 de septiembre del 2001 esas voces callaron, y muchos de ellos empezaron de manera intempestiva -pero entendible- a sugerir exactamente lo contrario. Recuerdo con nostalgia y tristeza que en aquellos días los planes de estudio universitarios de Relaciones Internacionales se orientaban al comercio, la cooperación internacional, la liberalización y flexibilización de las fronteras, la Comunidad Global. En menos de una semana todos los planes de estudio cambiaron, y por al menos dos años no se estabilizaron dichos programas académicos de Relaciones Internacionales en prácticamente todas las instituciones educativas del mundo. La gran pregunta giraba en torno a la orientación de la visión internacional.

Esto fue muy de la mano con la visión prospectiva de la aviación y el aerotransporte. Así como la orientación internacional estaba en entredicho, la aeronáutica, vehículo y motor de estos terribles y desdeñables actos, también. El nombre del juego era “seguridad”, seguido de la condición de “pánico”. Todo era una amenaza, todo era un riesgo inmediato. Recuerdo cómo incluso aquí en México esa misma tarde y por algunos días en las calles, en las instituciones educativas con espacios abiertos, y dentro de algunos edificios de la Capital del país muchas personas (jóvenes y no tan jóvenes) oían el ruido de un avión pasando y se transformaban en manojos de nervios y el estrés se incrementaba casi instantáneamente.

Si eso era en México entre la población civil, ¿cómo estarían las autoridades encargadas de la Seguridad Nacional? ¿Y en Estados Unidos y Europa? Podemos darnos una idea, pero a la posteridad de dos décadas hemos perdido tal vez la sensibilidad -o la memoria- de lo que transpiraba en aquel momento de incertidumbre, de temor, de confusión. El terrorismo había tocado profundamente a la aviación, y a partir de ese momento toda la industria aeronáutica cambió a pasos agigantados. Desde más controles de seguridad, hasta un rediseño de las cabinas comerciales, hasta revisión de antecedentes, y nuevas disposiciones para minimizar posibles futuros atentados. Y aún con todo ello, las medidas no fueron infalibles.

A partir de esta fecha, e incluso con todas las medidas de seguridad, puedo invocar de pronta maniobra al menos cinco intentos -afortunadamente todos fallidos- de atentados terroristas en aeronaves comerciales. Algunos fueron frustrados por las autoridades, otros por los pasajeros al notar que algo andaba mal, y otros fracasaron por mero milagro. Y es así como a dos décadas de ese cambio global, como industria y como sector seguimos sin alcanzar el estatus de “invulnerables”. La crisis del COVID-19 en el 2020 lo dejó de manifiesto, cuando por vía aérea la epidemia se convirtió en pandemia global en cuestión de semanas. Si esto hubiera sido otro atentado terrorista ¿cuánto más daño se podría haber creado?

La aviación, como lo hemos apuntado en esta columna en incontables ocasiones, por naturaleza es muy noble. Es una aspiración a la superación, a nuevas altitudes, al progreso, a la interconexión, al desarrollo, al futuro. Es el camino al porvenir, y una y otra vez se demuestra que es una de las rutas para la gestión expectante de nuestra civilización. Pero también es susceptible a la más profunda de las maldades y perversidades, y de aquellos grupos que quieren emplear estos instrumentos de progreso para infundir terror y llevarnos a una visión ofuscada de la realidad.

Mucho hemos avanzado en veinte años. Mucho más nos falta por recorrer en los siguientes veinte. Pero no debemos olvidar cuáles eran nuestros sueños y aspiraciones en la aviación antes de aquel terrible martes 11 de septiembre del 2001. Tomémonos un momento para la reflexión. Recordemos, y volvamos a soñar en el futuro de nuestro sector. Miles de vidas se perdieron por ese noble sueño aquel fatídico día. No dejemos sean en vano, retomemos altura para el provenir.

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