Llevamos más de un año y medio adaptándonos a un mundo que cambió radicalmente. La cotidianidad que conocíamos previo a enero del 2020 quedó en un distante y nostálgico pasado, y desde entonces tratamos de sobrevivir a un contexto donde la amenaza del COVID-19 y sus múltiples variables nos acosan en todo momento y en casi cualquier lugar. Primero vivimos el desconcierto, una avasallante realidad global que nos abrumó, después nos estancamos como civilización global en el más profundo, básico y esencial de los miedos. La mortalidad y el temor al contagio, ambos procesos que la mayor parte de la población del mundo tuvo que enfrentar en mayor o menor medida, aunque sin entenderla plenamente. El mito superó la realidad, y el mundo se detuvo. No maximizamos las cosas -el riesgo es real- pero negligente es minimizarlas.
Luego al inicio del 2021 surgió un nuevo reto: la vacunación. Esta bendición científica y tecnológica -en los anales de la historia humana jamás se había presentado semejante ejemplo de cooperación internacional, de intercambio de información, de estímulos a la investigación, al desarrollo de tecnología y a la ciencia aplicada tan rápido y con tanta vehemencia- nos llenó de esperanza, pero a la vez también de angustia: todos queremos la vacuna, rápido y la mejor. Entró una nueva crisis, la del abastecimiento y aplicación de las dosis de vacuna a nivel global. Se favoreció esa ruta, a sabiendas que todavía falta una etapa esencial si queremos regresar a cierta “normalidad”: nos falta el tratamiento y curación de la enfermedad, no sólo la prevención.
A partir de esta nueva etapa el mundo comenzó a reiniciarse, a buscar la recuperación poco a poco, con limitantes, pero de manera sostenida. La aviación comercial fue un claro ejemplo de ello, pues en muy poco tiempo incrementó sus operaciones, y en buena parte del mundo se encuentra en una tendencia a la normalización operativa. Por supuesto, ahora las medidas preventivas del COVID se han estandarizado, y en buena parte del planeta se están extremando precauciones. Pero esto no es suficiente.
El 2021 también nos trajo una realidad que no debería sorprendernos en lo más mínimo: las mutaciones de la enfermedad. Es bien sabido desde hace décadas que las infecciones cambian, se adaptan, evolucionan. Los virus no son la excepción, y en ocasiones las mutaciones y variantes de las enfermedades suceden muy rápido. La del COVID-19 fue relativamente “lenta”, y por lo tanto era bien sabido en los círculos epidemiológicos mundiales que esto estaba por venir. En todo el mundo se tomaron las medidas preventivas para esta eventualidad. Excepto en un puñado de naciones donde las autoridades decidieron deliberadamente no hacer caso a las señales de la obviedad, y emprender el contra cíclico sentido de enfrentar el dogma a la ciencia. El primero perdió, el segundo demostró estar en lo correcto, la realidad se impuso.
Ahí es donde esta México. En un entorno donde las nuevas variantes del COVID-19 (en particular la Delta) están adquiriendo cada vez más fuerza, las autoridades nacionales haciendo gala de su característico rechazo a aceptar la realidad y enfrentarla con madurez y responsabilidad, se han encargado de tratar de minimizar los riesgos que como país enfrentamos. Debemos reconocer, en un plano individualista, que todos estamos ya muy cansados de la situación que vivimos. Buscamos ya opciones para cambiar nuestro estilo de vida para tratar infructuosamente de regresar a la “antigua normalidad” (lo que sea que esa ilusión represente para cada quien). Eso es entendible.
Pero es justo en ese contexto donde las autoridades nacionales y su liderazgo deben imponer el recurso de su autoridad e investidura para que no se relajen las condiciones sanitarias y preventivas. Esa es exactamente su responsabilidad, el reconocer el contexto potencial y llevar a cabo gestión pública preventiva en consecuencia para el bien social. Lamentablemente, vemos lo contrario. En un momento donde estamos en los máximos históricos de contagios diarios de COVID-19, un alza desmesurada en el número de muertes por esta enfermedad, y entornos previsivos para la el incremento de transmisión de la enfermedad, la postura gubernamental es ilógica: minimizar la situación, atenuar el riesgo, promover la apertura de espacios públicos, incentivar la convivencia social sin sana distancia, relajar las medidas preventivas, subregistro de datos, eliminar instrumentos de medición epidemiológica, recurrir al un discurso para relajar las normas.
Ante esta profunda irresponsabilidad, muchos mexicanos y en muchos sectores de la vida nacional han bajado la guardia. Pensando que “todo va mejorando”, equiparan estas falsas afirmaciones a la percepción de que “no hay riesgo”. Ambas declaratorias totalmente contrarias a la realidad nacional. Es entonces donde como sociedad y sector privado debemos tomar providencias, asumir responsablemente la realidad y no secundar -por omisión o sumisión- un discurso profundamente negligente e irresponsable. Todos debemos ser parte de este esfuerzo preventivo permanente, pero el sector aeronáutico nacional debería tomar un papel preponderante en ello.
Como hemos comentado en este espacio en numerosas ocasiones, uno de los principales medios de difusión de esta terrible enfermedad ha sido la vía aérea. Las aeronaves comerciales han sido uno de los principales medios de difusión, y de manera no intencional fueron los responsables de que se expandiera la enfermedad a nivel global a una velocidad imparable. Con mayor razón, nuestro sector debe ser promotor de mantener y extender las medidas preventivas, así como de no bajar la guardia ante los riesgos y amenazas que supone la “nueva ola” de contagios en México.
Una visita rápida a los aeropuertos nacionales nos mostrará que los controles preventivos se han relajado muy considerablemente. Difícil es generalizar, pero también es innegable que los controles aeroportuarios preventivos no están siendo tan estrictos como deberían, y algunas aerolíneas nacionales lamentablemente también están bajando la guardia. Insisto, no en todos los casos ni en todo momento. Pero debemos recordar que las labores preventivas son permanentes, y que pequeñas omisiones son aditivas y pueden generar mayores problemas.
Las medidas preventivas al COVID-19 deben ser ya parte de la Seguridad Aérea de manera permanente. Su gestión no sólo le hace frente a esta enfermedad, sino también a otras posibles infecciones que pueden amenazar a la civilización humana del tercer milenio. Debemos reconocer que esta infección y sus variantes -así como tantas otras enfermedades más- son y serán parte de nuestra cotidianidad de aquí en adelante. Pese a los discursos, dogmas o intenciones de algunos grupos, la realidad es clara y la realidad impone: la amenaza todavía no termina, y al ritmo que vamos no va a terminar pronto.
Nos enfrentamos a una adecuación de nuestra cotidianidad a un nuevo paradigma, y como sector productivo debemos asumir con responsabilidad los retos que enfrentamos. El primer paso es no relajar las medidas preventivas, y no dejar de preparar las medidas reactivas. Es responsabilidad conjunta, para un beneficio compartido. No cuentan los discursos, cuentan las realidades, es decir, la prevención de pérdida de vidas humanas y la salvaguarda de la salud colectiva.
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