Desde hace meses, este y otros espacios han externado que de manera paulatina pero constante México esta ingresando -tal parece por propia voluntad- a una crisis de grandes proporciones a nivel internacional. No debemos olvidar que hace apenas unos años -en aquel periodo que actualmente se le sataniza y denota como un pasado ignominioso; pero que a la fecha la actual administración, sus seguidores e ideólogos siguen sin demostrar con pruebas contundentes la gran mayoría de sus calificaciones negativas- México era un referente internacional en materia aeronáutica, y se aproximaba vertiginosamente a convertirse en el líder latinoamericano en aeronáutica comercial. Hasta que cancelaron injustificadamente el NAIM (Aeropuerto de Texcoco) y sepultaron un proyecto viable para tratar de dar vida a uno que no llegará jamás ni a una mera fracción de aquel que ceremonialmente sacrificaron públicamente para dar aparente legitimidad a un régimen que mucho alardea, pero poco hace. O al menos eso es lo que demuestran las evidencias.
Sin embargo, poco a poco se han demostrado en prácticamente todos los aspectos de la administración pública sus limitaciones, sus desaciertos y sus ocurrencias producto de profundo desconocimiento y un complejo miópico-astgimático profundo en sus procesos cognitivos. Evidentemente, como sociedad y como sector no quisiéramos ver esto, sino todo lo contrario, pues esa era la promesa en aquel distante 2018 de el nuevo periodo que comenzábamos como sociedad. Pero, contrario a las expectativas, vemos con dolorosa realización inequívoca los resultados de estas malas decisiones. Día a día vemos los resultados de procesos poco eficientes, de silencios innecesarios y de acciones negligentes que en su momento se justificaron bajo frases ideológicamente abstractas y prácticamente no sustentadas.
La auditoría de la Agencia Federal de Aviación de Estados Unidos (FAA) sobre el Sistema de Seguridad Operacional de México muestra -entre otras cosas- un conjunto de inconsistencias e incompatibilidades entre las disposiciones de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) y el sistema normativo-operacional mexicano. Recordemos que México al ser suscribiente de esta entidad transnacional y operar a nivel internacional se encuentra obligado de iure y de facto a apegarse a las normas internacionales y a los estándares globales de la aviación comercial. Esto no es optativo, es una obligación que hasta hace poco tiempo (relativamente hablando) habíamos mantenido con un suficiente grado de responsabilidad.
Esto, aunado a un conjunto de actitudes que desde el 2019 se han emprendido desde la autoridad, ha generado serias dudas y cuestionamientos en el ámbito internacional sobre la solidez del sistema aeronáutico mexicano y sus autoridades. Esto es algo que, en esta columna, como en tantos otros espacios se había externado de manera propositiva, posteriormente descriptiva, y finalmente con elevada preocupación. En otras palabras, esto no es nada nuevo, y en prácticamente todo el sector comercial aeronáutico mexicano se veía venir: existe una muy profunda desconexión entre los estándares, normas y expectativas internacionales y el desempeño de las autoridades nacionales en la materia.
Como en otros espacios se ha acertadamente apuntado, al término de la auditoría de la FAA vendrá una resolución que es prácticamente cantada, aunque todos esperamos que por “milagro” no ocurra: el cambio de Categoría 1 a 2 de México y su sistema aeronáutico. El primero denota a aquellos países que cumplen razonablemente las disposiciones de la OACI, y por tanto son viables para la inversión, el tráfico aéreo y cuentan con beneficios adicionales para el desarrollo aeronáutico. El segundo, que es donde realmente estamos, implica que un país no cumple con los requisitos de la OACI, y que tiene “áreas de oportunidad” tan grandes que no es confiable. Es un largo, muy largo y angosto sendero de la Categoría 2 a la 1. Tarda años. Y a eso nos vamos a enfrentar.
Pero ¿qué tan grave es esta degradación? De entrada, que no podemos expandir nuestras rutas aéreas, y que dejaremos rutas y oportunidades que sin duda serán tomadas por aerolíneas internacionales. En otras palabras, perdemos oportunidades de negocio y de crecimiento, que vaya que nos urgen. Dejamos de ser competitivos, de ser confiables. Sería un golpe durísimo para el sector aeronáutico mexicano, y aunque ciertamente no es algo insuperable, es algo que era totalmente innecesario. Solo debíamos darle continuidad a la trayectoria que llevábamos. Pero no, se hizo un “cambio”, aunque no necesariamente para bien.
Podríamos repetir una vez más la gravedad de la situación descrita. Pero más bien debemos concentrarnos a entender por qué las autoridades nacionales dejaron que esto pasara. Más allá de discursos ideológicos, discursos vacíos o buscar culpables imaginarios denostándolos con categorías pseudo-descriptivas vacías, la conclusión general es sencilla y dolorosamente transparente: a la actual administración, desde su liderazgo máximo hasta sus operadores político-administrativos, poco le importa el desarrollo aeronáutico nacional.
La razón es sencilla. Prefieren concentrarse al interior del país que ver al exterior, prefieren concentrarse en la comodidad doméstica que, en la competitividad global, y quieren regresar a un pasado imaginario donde creen tienen el control que ver la realidad de la comunidad y dinámica internacional con visión el futuro. En otras palabras, prefieren la cómoda mediocridad estática que la competitiva apertura a la trascendencia. Esto no es un calificativo, es un descriptivo; y no es un insulto, es una caracterización fundamentada. El que estemos al borde de caer de Categoría 1 a 2 y no haya ni el más mínimo pronunciamiento oficial de nuestras autoridades (SCT, AFAC, SENEAM, etc.) es no sólo un claro indicador de esto, sino una confirmación silenciosa.
En menudo problema estamos. Poco a poco estamos entrando en pérdida, y más que recuperar la altitud las autoridades aceleran la caída. El que en vez de dar respuesta oportuna para evitar un problema mayor prefieran recurrir a las descalificaciones y denostaciones de quienes argumentan críticamente y señalan sus deficiencias señala claramente una inadecuada orientación de sus esfuerzos. Particularmente esto se debe a que el mismo trabajo que les cuesta descalificar a los críticos informados lo podrían emplear en arreglar la situación, si no totalmente, al menos de manera parcial. Pero deliberadamente no lo hace, y eso es preocupante.
Esto deja al sector privado en un “limbo”. No pueden operar contra la autoridad, pero tampoco con ella. Es entonces donde los capitales salen del país, cierran operaciones, colapsan empresas, y se inicia un proceso irreversible de minimización. Justo el espacio ideal para que ciertos actores internacionales ocupen estos espacios vacíos. ¿No era eso justamente lo que la nueva ideología en el Poder quería? ¿No era exactamente eso lo que con sus acciones querían evitar? ¿O será acaso otra profunda inconsistencia e incoherencia entre el discurso y la acción?
Dejo al lector sus propias conclusiones. Este tema da para más. Solo le recuerdo algo: después de la auditoría de la FAA viene la de OACI. Ahí si ¡agárrese!
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