Sin adentrarnos en filias ni en fobias debemos reconocer que el 2020 se ha caracterizado por ser un amasijo de sorpresas, la gran mayoría no gratas. Si nos vamos a analizar objetivamente el proceso de la Administración Pública Federal no podríamos considerarla más que un rotundo y contundente desastre. Y lo anterior no debido a una postura política o a una visión de la realidad, o a una suscripción dogmático-ideológica particular; sino más bien por un análisis objetivo de la dinámica medible, observable y registrable del desempeño de la Función Pública a los más altos niveles. La evidencia es contundente, los números no mienten, y la realidad escapa al reinado de la especulación infundada.
Tal parece que cada semana se superan los límites de lo esperable, lo creíble y en algunos casos lo risible. Nos adentramos vertiginosamente en el terreno de lo trágico, sólo para darnos cuenta que lamentablemente estamos en ese sendero desde mediados del 2018, donde el rumbo se perdió y el Estado Mexicano comenzó a construir la “Tormenta Perfecta” que se avecina. Más allá de una postura o visión político-social debemos circunscribirnos al terreno de la Política Pública, de la Administración Pública y de todos aquellos conceptos ineludibles que de ellas emanan. No se trata, imperativamente, de ser de una postura o corriente política presente, pasada, real, inventada o creada: son conceptos, preceptos y dinámicas estratégico-operativas que no se pueden eludir, cambiar o minimizar.
Así como sería impensable que se hiciera una cirugía mayor a un paciente en condiciones insalubres o no sanitizadas, de igual forma una Administración Pública sin un Plan Estratégico es igual de inadmisible. ¿Se puede hacer sin esta precondición? Claro, pero con pronóstico reservado. Al igual que el paciente podría sobrevivir a la intervención quirúrgica, pero morir de infección o septicemia si los médicos realizan el procedimiento sin las medidas de esterilización requeridas y prestablecidas para dichos procesos, igual un Estado puede destruirse y vulnerar irreparablemente a su sociedad si su gobierno no sigue los cánones estratégicos, operacionales y administrativos requeridos para su adecuada gestión. Entre ellos, y tal vez de manera esencial y no sustituible está la Planeación Estratégica Nacional.
En el caso de México las figuras que materializan esta actividad esencial es el Plan Nacional de Desarrollo y los Programas Sectoriales. El primero es esencial por definición, y en teoría busca darles continuidad a proyectos estratégicos de administraciones anteriores para adecuarlos al beneficio nacional contemporáneo. Sobra decir que en la actual administración esto no ha ocurrido. Por el contrario, esta tal vez fue una de las primeras muestras que los que actualmente encabezan la Administración Federal no tienen los conocimientos, la preparación o la disposición para llevar a cabo los cánones universales de las mejores prácticas gubernamentales.
El PND 2018-2024 es, por decir lo menos, sui generis. Cuestionable es llamarlo “PND”. De hecho, el mismo no es ni “plan”, ni es “nacional”, y mucho menos para el “desarrollo”. Recordemos que el mismo fue presentado en la fecha límite -se presentó ante San Lázaro a horas antes de que se acabara el término legal para entregar “algo”- y consistió de dos documentos inconexos, abstractos, sin sustento, descoordinados y con una redacción francamente reprobable. El primero emitido por la Presidencia de la República -naturalmente- pero que en realidad era un abstracto ideario ideológico sin sustento, frases etéreas y aspiraciones utópicas bajo una visión anacrónica y descontextualizada. El segundo elaborado “al vapor” por la Secretaría de Hacienda -completamente atípico- el cual poco o nada tenía que ver con el primer documento, y en algunos apartados franca y evidentemente contradictorio. Imposible operar a nivel nacional con estos dos textos. Pero en un momento donde la turbulencia nacional comenzaba a levantar, los problemas integrales agolpaban y las tensiones se elevaban en múltiples frentes, el tema fue quedando en un papel secundario. Recordemos que una definición de “política” -trágicamente realista en el caso mexicano- es “aplazar con datos agobiantes una discusión hasta que el tema sea irrelevante y redundante”, y en este caso “los dos PNDs” fueron victimas de este proceso enajenante.
Sin embargo, ahí no acaba todo. Por norma general tres meses después de que se presenta el PND las Secretarías de Estado deben presentar sus Programas Sectoriales, es decir, la materialización del Plan Nacional en el ramo que encabezan. Por obvio se debe omitir que los mismos deben estar alineados a la visión y disposición nacional, ya que de éste se desprenden. Pero reconociendo que “los dos PNDs” tienen ninguna articulación en común, difícil es este encargo sectorializado.
En medio de la peor crisis sanitaria de México en décadas, en la puerta de una de las mayores crisis económicas y sociales que ha visto nuestro país desde la Revolución, e inmersos en un completo descontrol político-social caracterizado por dediciones ejecutivas altamente cuestionables, surge una noticia que más que darnos ánimos nos debe sorprender negativamente: casi un año después de lo requerido por la norma administrativa federal se publica el Programa Sectorial de Comunicaciones y Transportes. Y al analizar el documento -del que podrían salir muchas críticas- en materia aeronáutica y aeroespacial aparece exactamente… nada.
No sólo debemos sorprendernos del inaceptable retraso en la publicación de este documento sectorial, sino que en materia aeronáutica no aparece nada nuevo, nada de trascendencia. Evidente y dolorosamente obvio es que a la presente administración federal no le interesa la aviación, y la aeronáutica no es su prioridad. Fuera de construir un aeropuerto que no necesitamos y destruir uno que nos urgía, realmente no hay ningún interés en desarrollar o apoyar esta rama esencial de la interacción de México con el mundo. De hecho, en términos muy vagos y ambiguos se puede aludir a la aeronáutica mexicana, pero realmente en un papel secundario o terciario. El “Plan Sectorial” es uno de profundo retraso, visión retrógrada y anclado en un ayer que no existe más y que sin duda no regresará.
Es entonces donde por todos lados como sector aeronáutico nacional debemos sorprendernos y ser fríamente objetivos en nuestro análisis contextual y coyuntural contemporáneo. Debemos reconocer con total neutralidad lo que las evidencias nos muestran: la aviación no es prioridad de la actual administración federal, y los procesos de planeación estratégica nacional tienen serias limitaciones y carencias para promover un desarrollo prospectivo eficiente y contundente.
Luego entonces el preguntarnos por qué la inversión nacional y extranjera en la aeronáutica y el ámbito aeroespacial en México se ha retirado, contenido o congelado resulta redundante. No hay elementos de certidumbre ni estabilidad para que estos esfuerzos se materialicen en algo trascendente. Confiar en la autoridad vigente es algo impensable, y apostarle a un buen manejo administrativo y normativo del liderazgo federal del sector es como “jugar” a la Ruleta Rusa. Con seis balas en el cilindro. Es apostar a una cirugía de corazón abierto al aire libre, con ninguna medida de esterilización, en plena tormenta y rodeado de agentes patógenos. ¿Usted se la juega? Los inversionistas tampoco.
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