En el complejo marco de la crisis global del COVID-19 -fenómeno que sin duda marcará un importante capítulo de la historia del siglo XXI- México se ha mostrado como particularmente vulnerable a esta delicada situación. Sin duda hay países y regiones mucho más afectados que nosotros, pero la atención y respuesta de las autoridades titulares de la Administración Pública Federal ante esta contingencia han dejado, por decir lo menos, mucho que desear. Eso, aunado a una serie de muy cuestionables decisiones (directa e indirectamente vinculadas a la pandemia) nos han llevado a una verdadera situación de vulnerabilidad. Esto es alarmante, no sólo para el entorno internacional sino también para los actores nacionales.
En el sector de la aviación nacional la situación no es mucho mejor. De hecho, los impactos en la aeronáutica mexicana han sido brutales, y la baja atención de las autoridades a este rubro ha dejado un vacío de respuesta que el sector privado ha tenido que subsanar, con un costo extraordinariamente alto. Pero esto solo puede ser subsanado hasta cierto punto; más allá de lo que se pueda hacer en la iniciativa privada, las autoridades del rubro son las ultimadamente responsables de garantizar y promover un entorno permisivo, estable y conducente a las operaciones aeronáuticas nacionales. La evidencia nos señala que han hecho todo, menos eso.
Es en este marco donde muchos actores nacionales e incluso internacionales (OACI, IATA, entre otras) han externado una propuesta importante y, terriblemente, reiterativa: suspender (aunque sea temporalmente) la construcción del “aeropuerto” Felipe Ángeles en Santa Lucía y orientar los recursos a otros proyectos más rentables, viables y lógicos. Se ha señalado varias veces que los impactos en el sector aeronáutico presentes y potenciales futuros hacen que la construcción de esta instalación sea redundante; y aunque algunas voces del sector privado (la minoría) se suman al impulso de este proyecto, en su gran mayoría hay un silencio sepulcral que denota el profundo rechazo a esta “instalación”. Entrar a la discusión del por qué sería redundante, e invito al lector interesado a revisar numerosas colaboraciones del suscribiente y de otros actores nacionales e internacionales donde se explicita a lujo de detalle el por qué.
Pero en vez de hacer caso, o al menos ser sensibles ante esta contingencia de manera temporal, tal pareciera que al titular del ejecutivo le dieron más impulsos para acelerar este controvertidamente fatuo proyecto: la velocidad de la construcción del “aeropuerto” en Santa Lucía se ha incrementado muy considerablemente. Tal pareciera capricho, pero mientras la Secretaría de Salud nos recomienda “sana distancia”, “estar en casa” y otras medidas para prevenir el contagio de coronavirus, tal pareciera que en Santa Lucía le ordenaron redoblar esfuerzos y sacar el proyecto “al paso veloz”. La ironía, contradicción y absurda posición es impactante.
A tal punto hemos llegado en este proceso que este proyecto le acaba de cobrar la vida a dos planteles educativos militares de alto nivel. El primero es la Escuela Militar de Materiales de Guerra, la cual por su ubicación debe ser demolida. Lo trágico de este destino es que el plantel tiene menos de dos años de su inauguración, y sus instalaciones son de vanguardia nacional e internacional. Invito al lector a buscar en internet fotos de este plantel, y de esta manera validar que se trata de una instalación de primera; no con lujos (el ambiente castrense mexicano lo impediría a todas luces), pero si eficiente, moderno, y con el estándar de calidad de un plantel educativo militar mexicano. Ahora quedará en la historia, pues una instalación prácticamente nueva tiene una sentencia de muerte, y será demolida para dar pie al proyecto sexenal.
Otra instalación que sufrirá este destino es la Escuela Militar de Tropas Especialistas de Fuerza Aérea. Este es uno de los planteles militares de más alta calidad y excelencia en México, con importantes reconocimientos nacionales e internacionales, y uno de los centros educativos con los más altos estándares de calidad del Sistema Educativo Militar, parte de la red de planteles de excelencia de la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea de nuestro país. De este centro de estudios egresan los técnicos de aviación de nuestra FAM, así como algunos de los profesionales más destacados de los servicios aeronáuticos en México. Otros países mandan a su personal militar y naval para ser formados en este plantel, y es referente internacional al ser promotor de avances y desarrollos en diversas especialidades aeronáuticas que han beneficiado íntegramente al sector. Este importante plantel (“Soporte de la Fuerza Aérea, Fortaleza de la Patria” reza su lema) tendrá un amargo final en la Base Aérea Militar No. 1 al ser demolida también para dar pie al Felipe Ángeles.
Sin duda ambos planteles serán reubicados, y tal vez es una coyuntura permisiva a la innovación y la renovación. Pero indudablemente esta acabando una era importante, y el reubicar estos planteles manteniendo su misma calidad representará un mucho mayor gasto al presupuesto de la SEDENA. También queda claro que habrá un desfase importante en los ciclos educativos del personal militar discente, y que suponen un problema de personal y logístico considerable para la Fuerza Aérea y para el Ejército Mexicano.
Prudente es reflexionar sobre este importante tema: la construcción del Felipe Ángeles representa no sólo costos directos, sino afectaciones y costos indirectos, que elevan por mucho el estimado numérico del proyecto. Tal vez los costos sean mayores que los beneficios (eso apuntan las estimaciones cuantitativas), lo cual cuestionaría el proyecto en sí mismo. Pero también debemos considerar las construcciones “nuevas” y eficientes que deben ser destruidas para dar vida al proyecto sexenal. Se trata de “destruir para crear”, pero en este caso es destruir lo que si funciona y funciona bien para dar vida a algo que no sabemos a certidumbre si funcionará, o siquiera si lo necesitamos.
Trágico el destino de dos planteles militares de excelencia en Santa Lucía, pero más terrible es reconocer que la lógica subyacente es destruir el pasado -por bueno y eficiente que sea- para dar pie a la incertidumbre, a la controversia y a un proyecto que muy probablemente en el mediano plazo nos demos cuenta que era redundante, insuficiente, ineficiente, y no necesario. Habremos destruido lo bueno para crear algo…no tan bueno.
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