No cabe duda que uno de los grandes temas de la Administración Federal 2018-2024 es (y seguirá siendo) el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). Una obra estratégica de grandes dimensiones, de alcance transexenal y influencia trascendental para el Estado Mexicano, sus instituciones y sus ciudadanos, así como un desarrollo que influiría en la dinámica aeronáutica de Norteamérica y América Latina en su conjunto, el “Proyecto de Texcoco” representaba una mirada al porvenir. Trillada y acribillada está ya la historia del 2018 y cómo este innegable avance “se vino abajo”. ¿O no es así? ¿Vimos ya el fin de este episodio? ¿Hay una parte dos? ¿Quedan esperanzas?
Nos habla mucho del sentir, latir y reflexionar de diversos sectores de México que el NAIM siga siendo tema de que hablar, y que nos neguemos –al menos conceptualmente– a dejarlo morir. Más nos habla que sigue siendo una herida que alberga un poco de “esperanza” en el ideario nacional, y que hacemos hasta lo imposible por dejarlo fenecer en el ignominioso olvido del quehacer nacional. Tal vez es por que hay algo más en esta historia, un capítulo por cerrar, algo que aclarar; cómo terminaron las cosas nos deja demasiadas dudas, nos condena a la inquietud y nos obliga a dar respuesta a interrogantes lógicas.
Esto nos lleva a pensar que hay algo más en este episodio nacional, y con el paso del tiempo se suman cada vez más las voces que invocan otros “posibles y potenciales” escenarios. El atento y avezado lector notará que utilicé comillas en la expresión inmediata anterior y esto se debe a que debido a la naturaleza y contenidos de dichos “rumores” es difícil confirmarlos definitivamente, o clamar certeza absoluta sobre su futuro desenlace. Pero cada vez más se integran indicios que nos llevan a pensar algunos de ellos son ciertos.
Desde diciembre del año pasado se ha sugerido que diversos intereses privados y particulares (nacionales, transnacionales e internacionales) se han acercado a la Oficina de la Presidencia de la República, al Titular de la SCT y a otras autoridades y funcionarios para plantear una alternativa “airosa” al tema del NAIM: que el proyecto se concesione a la Iniciativa Privada con la finalidad de que el Aeropuerto sea terminado. Esto solucionaría muchos problemas, entre ellos recuperaríamos la credibilidad internacional, nos ahorramos como Estado cantidades monumentales de dinero en materia de pagos y multas por terminación anticipada de contratos, damos alternativa a una crisis de aeronavegabilidad en el espacio aéreo del Valle de México, evitamos un potencial conflicto con la operación de tres aeropuertos en un entorno demasiado reducido, evitamos saturación aeroportuaria, entre muchos otros beneficios. La “corrupción” (eje central y toral de las motivaciones para cerrar el Proyecto de Texcoco) también sería atendido por la IP al introducir estándares de revisión más estrictos; la concesión implicaría que el Estado Mexicano puede emplear el aeropuerto como parte de su infraestructura estratégica nacional pero no necesita invertir un centavo más en su desarrollo, a la vez que cobraría onerosamente por la misma; recuperaríamos el voto de confianza de numerosas calificadoras transnacionales y se abriría un nuevo capítulo de cooperación entre el gobierno de la 4T y la iniciativa privada.
Todos ganamos: el gobierno queda bien con una imagen de apertura y progreso, la IP queda como un agente positivo de cambio y apertura, el Estado gana una nueva instalación estratégica, y el sector aeronáutico recibe el estímulo que necesita para crecer y proyectarse. En su momento se habló de grandes empresarios que hicieron esto (predominantemente Carlos Slim), grandes entidades comerciales (Grupo Salinas), e incluso agentes extranjeros (alemanes, españoles y estadounidenses principalmente). Sin embargo, los últimos “rumores” señalan a otros acercamientos de esta naturaleza encabezados con instituciones reconocidas con nombre y apellidos. La COPARMEX figura entre ellos, y grupos financieros nacionales les hacen la dupla. Lo más interesante del caso y contrario a otros incidentes en meses pasados: no se han pronunciado confirmando dicho planteamiento (lógico, predecible y esperable), pero tampoco lo han negado (interesante).
Si estas versiones son ciertas, los indicios se validan y se cristaliza un buen acuerdo entre la IP y el Gobierno Federal vigente en, tal vez algunas semanas, veremos un giro contundente en las determinaciones en torno al NAIM, y de manera muy rápida y acelerada el escenario nacional va a cambiar. Sería una salida milagrosa a un dilema nacional, una resolución a un innegable conflicto y un desenlace que cerraría satisfactoriamente un tumultuoso episodio nacional.
Difícil es ahora dar total validez a estos indicios, y prematuro e imprudente es cantar victoria y echar las campanas al vuelo. La sobriedad, la prudencia y la paciencia son imperativos en este caso por más que queramos un desenlace así de positivo. Nos negamos a clavar el ataúd, nos abstenemos a incinerar el planteamiento, y nos resistimos a su intrascendente olvido. Tal vez esto nos dice más de nosotros como sector y como sociedad. Este sentir invoca un resabio de sabiduría rectora de nuestra Fuerza Aérea Mexicana que reza: “luchamos para volar, volamos para luchar, luchamos para ganar”. Tal vez ese mismo espíritu es el que mantiene al NAIM con una vela prendida. Esperemos se convierta en hoguera incandescente.
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