(Una reflexión en torno a la Defensa Aérea Nacional)
¿Cuántas veces tiene que pasar un incidente grave para llamar la atención de una sociedad sobre un problema importante? ¿Qué tan frecuente tiene que pasar algo grave que debería llamarnos la atención para que pase virtualmente desapercibido por la sociedad? En el caso de México ya perdimos la cuenta.
Esta reflexión es aplicable a una amplia cantidad y gama de temas de nuestra realidad nacional, de políticas públicas y hasta de la cotidianidad del país; sin embargo, esos ámbitos no nos ocupan, mientras que el la aviación, la Defensa y la seguridad aérea, si nos deben preocupar.
Caso en cuestión y ejemplo fortuito: el sábado 20 de octubre de este año un helicóptero de la Armada de México realizaba labores de patrullaje rutinario en el Mar de Cortés entre la población de Golfo de Santa Clara, Sonora, y San Felipe, Baja California, siendo su objetivo principal disuadir con su mera presencia a posibles y presuntos pescadores irregulares en protección de las especies marítimas de esta región. A bordo llevaba doce tripulantes, así como el equipo necesario para tales labores rutinarias. De manera intempestiva la aeronave de ala rotativa tuvo aparentes “problemas mecánicos” y se desplomó sobre el mar, causando la pérdida total de la aeronave naval.
Mientras que afortunadamente no se reportan víctimas fatales de este incidente –tan solo cuatro tripulantes seriamente heridos y los demás con lesiones menores–, este caso mantiene una triple tragedia: por un lado vuelve a poner en la mesa de discusión la seguridad aeronáutica de nuestro país, en la cual los accidentes aéreos se han incrementado muy considerablemente en recientes años; por otro lado, este tipo de incidentes están siendo tan frecuentes que casi pasan desapercibidos; y finalmente, que la mayor parte de estos sucesos están ocurriendo a aeronaves militares y navales cuando, por el contrario, es donde menos deberían de pasar estas cosas. Vamos por partes.
Incuestionablemente el ámbito de la aviación es complejo por la gran cantidad de variables que intervienen en el mismo y por lo tanto es riesgoso. Sin embargo, cómo enfrentamos ese riesgo y que acciones tomamos para prevenirlo, disminuirlo y/o gestionarlo, determina mayoritariamente si es una condición aceptable y asumible o no.
Hasta el momento las estadísticas globales nos indican que, mientras se tomen las precauciones prudentes y pertinentes, la aviación es el medio de transporte más seguro, rentable y eficiente con el que cuenta la humanidad. Pero en México, en lo general –y en sus Fuerzas Armadas en lo particular–, se encuentran ante una innegable coyuntura potencialmente conflictiva: desde 2014 se han incrementado muy considerablemente los accidentes e incidentes aéreos en nuestro país.
Por supuesto, esto no quiere decir que antes no ocurrían estos sucesos pero, tan sólo en el último año, la cantidad de accidentes aéreos de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) y la Aeronaval ha sido alarmantemente alta, y todos los indicios apuntan en la misma dirección: falta de mantenimiento, falta de refacciones apropiadas, falta de adiestramiento/práctica de los pilotos, y problemas con los equipos de apoyo en tierra. Para pronto, demasiadas cosas que daríamos por ciertas y que ni siquiera pensaríamos ocurren.
Lamentablemente esta es la terrible situación que enfrenta la FAM y la Aeronaval derivada de dos procesos complementarios en un círculo vicioso al que debemos ponerle fin: debido a la coyuntura nacional se le ha dedicado un presupuesto y recursos institucionales y nacionales insuficientes para mantener y desarrollar las capacidades de detección, reacción, protección y salvaguarda en materia de Defensa y Seguridad Aérea; mientras que, por otro lado, existe un aparente bajo interés de los mandos nacionales en materia aeronáutica. Lo segundo coadyuva a lo primero y el ciclo se perpetúa hasta que pasan incidentes como los del sábado 20 de octubre. ¿O es que hay algo más allá?
Protocolos y acciones
El que ocurra un accidente y/o incidente aéreo es preocupante y obliga a una investigación exhaustiva con todos los recursos nacionales e internacionales pertinentes con una doble finalidad, a saber, determinar las causas del siniestro y generar recomendaciones para prevenir pueda volver a ocurrir. Sin duda, en México llevamos a cabo tales protocolos con un alto nivel de profesionalismo.
No obstante, sus conclusiones y productos rara vez –a menos que sea un suceso extraordinario– llegan a ser presentados y discutidos ante la población en general, coadyuvando a un proceso mucho más amplio de desconocimiento y falta de reflexión en torno a la seguridad aeronáutica en México. Otras sociedades han desarrollado un amplio interés en este tema y buscan –por medio de organizaciones de la sociedad civil– ser partícipes del desarrollo, la defensa, la seguridad, la protección y la salvaguarda de sus espacios aéreos. Pero tal parece que en México sigue siendo un tema obscuro, parco y al que pocos les interesa participar activamente.
Así, entenderíamos por qué el liderazgo nacional presente y pasado –y aparente muy lamentablemente, también el venidero– tiene poca presión e incentivo para voltear su mirada arriba a los cielos mexicanos.
Esto nos lleva a la tercera tragedia: ¿cómo es posible que el mayor número de accidentes/incidentes de esta naturaleza en México ocurra en aeronaves militares y navales? Debido al carácter castrense de estas instituciones, así como por los altos estándares impuestos por su formación y vocación en su desempeño profesional, lo lógico sería que este tipo de sucesos tuvieran una mucho menor incidencia en la Fuerza Aérea y en la Armada mexicanas cuando ellos deberían poner el ejemplo a seguir. Lamentablemente, los siniestros han sido tan recurrentes en los últimos años que ya hasta parecen casi rutinarios por ser objeto y sujeto de poca atención.
Sin embargo, un accidente/incidente aéreo, militar o civil, es todo menos “rutinario”. De hecho, cuando llega a esta situación, significa que algo está excesivamente mal y requiere de una urgente atención del Estado en su conjunto, no sólo de una, dos o tres Secretarías o de las Instituciones Armadas. No olvidemos que todos ellos son responsables y titulares de la Defensa y la Seguridad Aérea de México, que no es una encomienda menor cuando las exigencias contemporáneas son cada vez más altas.
Los sucesos del 20 de octubre pueden deberse a un problema mecánico, a un mal mantenimiento de la aeronave, o bien de una negligencia humana en el aire o en tierra. Sea como sea, pudo ser evitado y prevenido si se hubiera actuado con prudencia y responsabilidad en algún momento. Entonces, ¿por qué no pasó esto?
Ante una semana muy cargada de noticias, debates y desencuentros en materia aeronáutica en México, este incidente llama al lector reflexivo a un tema más importante y que encapsula mucho de lo que se discute en los medios nacionales: es urgente reorientar la visión nacional hacia el aire y el espacio y que se dediquen los recursos humanos, materiales y financieros necesarios para invertir en este sector. Esta visión nacional es congruente con la orientación estratégica global, a la que necesitamos sumarnos antes de ser rebasados y relegados.
Pero para tal fin debemos invertir en nuestra Fuerza Aérea Mexicana y en nuestra Aeronaval, ya que sin ellos resulta imposible defender, proteger y salvaguardar nuestros intereses estratégicos nacionales. Nuestro Poder Aéreo Nacional ha quedado descuidado por la coyuntura política de corto plazo, en un momento donde el Estado –sociedad y gobierno de manera conjunta– debe mirar a largo plazo.
En otras palabras: no por atender lo urgente nos olvidemos de lo importante ya que, si lo hacemos, lo segundo se convertirá en crisis y lo primero en tema ordinario.
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