El primer sábado de septiembre, un amigo me invitó a festejar su cumpleaños en casa de su hermana y cuñado, también amistades mías. Arribé a la reunión al salir del trabajo y fui recibido por el anfitrión, que asaba en su cochera unas esplendorosas costillas y una carne que aromaban maravillosamente toda la cuadra, escena que tuvo efecto inmediato en mis adentros, porque no había ni desayunado. Noté que además de mi novia y yo, los otros asistentes eran su abuela, varios tíos y un primo y que en la reunión familiar los chavorrucos conformaríamos la minoría demográfica.
Tomé asiento cuando se servían los primeros platillos, esperando con entusiasmo aquellas costillitas que me hicieron ojitos desde que me bajé del carro, para las cuales reservé una cerveza oscura perfectamente gélida en mi hielera, la cual había enhielado con la dedicación científica de un bebedor oriundo de zonas áridas. Entonces alcancé a escuchar a mi vecino de mesa, un tío abogado, comentarle entre risas a su hijo sobre la discusión de política que había ocurrido minutos antes, misma que culminó con un comensal levantándose exasperado de su asiento.
Avanzado amenamente el convivio, al siguiente debate lo detonó un comentario que evidenció algunas diferencias generacionales en el uso de la tecnología y agradecí para mis adentros que hubiese ocurrido, ya que el ímpetu de la conversación desviaba la atención del hecho que las todavía humeantes costillas habían sido servidas, ignoradas por algunos interlocutores inmersos en la plática y alabadas en deleite por el resto de nosotros.
Para evitar ser un maleducado y no agandallar la mayoría de la suculenta caja torácica, desvié mi atención hacia la carne y sus respectivas salsas, una combinación digna de reconocimiento por su impecable sazón. Para ese entonces, ya platicaba amenamente con mis aledaños comensales y salió a relucir en qué industria laboraba, lo que dio entrada a preguntas relacionadas con la aviación mexicana.
“A ustedes les va a ir peor ahora con la reducción de slots del AICM. ¿verdad?”, preguntó lúgubremente mi interrogador como apertura del tema, dando indicios de algún sesgo de confirmación, que viene siendo la tendencia a buscar información que reafirme nuestras creencias. La pregunta fue inmediatamente seguida por la siempre polémica “¿qué opinas del AIFA?”, algo que me hizo pensar que quizá tomaba represalias por casi acabarme el guacamole asignado a nuestras inmediaciones de la mesa.
Le expliqué, en mi opinión, los motivos por los cuales el AIFA debe de funcionar como complemento de un sistema aeroportuario metropolitano planeado desde hace décadas, pese al obstáculo que representa tener una administración militar en la aviación civil, partiendo siempre con la meta común del beneficio de la aeronáutica nacional, del usuario y de sus trabajadores.
Ya de noche, terminada la sana “combebencia”, mientras manejaba a mi casa, agradecí el ameno evento y pensé en las pláticas que se aproximan en las sobremesas del país, en vísperas de las elecciones, muchas de las cuales tocarán el tema de la aviación mexicana, significativa por sí misma debido a su aporte a la sociedad y a la política pública, pero particularmente politizada estos últimos años.
Esta reciente y sórdida politización inició desde la cancelación del proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM), propulsada también por los intereses afectados por la misma y después por el cuestionable involucramiento militar, por degradaciones y recuperaciones de categorías, por necesarios o injustos decretos, quiebras y creaciones de aerolíneas y varios temas más, en lo que parecería ser, al menos para algunos, el apocalipsis de nuestra aviación nacional.
Ante dicha politización, el tema de la aviación ahora forma parte de una eficaz herramienta que utiliza la politiquería para manipular la opinión pública: la desinformación. Fiel al modus operandi político contemporáneo, la desinformación abunda en redes sociales y en algunos medios con malintencionados propósitos. Como resultado, se fomenta un oscurantismo del público que deriva en polarización, manifestándose como un abanico de sesgadas opiniones dicotómicas ausentes de objetividad, utilizando repetidamente el desprestigio, la ofensa y el menosprecio en expresiones carentes de análisis suficiente, con la finalidad de evocar emociones en el receptor.
Tal efecto de la desinformación ha sido investigado en reiteradas ocasiones alrededor del mundo por distintos organismos independientes de transparencia. Uno de estos informes, realizado en conjunto por Full Fact de Reino Unido, Chequeado de Argentina y África Check, llamado “Quién es más propenso a creer y compartir desinformación”, arroja significativas conclusiones sobre la dañina práctica.
Entre sus hallazgos, se menciona la relevancia de tres sesgos cognitivos que afectan todas nuestras creencias: el primero es “la repetición y el efecto ilusorio de verdad”, en donde “sin importar nuestros niveles de educación y capacidad analítica, somos propensos a creer en declaraciones que ya escuchamos antes” (p. 8), por lo tanto, entre más escuchemos una noticia o frase, más la aceptaremos como verdad.
El segundo es la “fluidez de proceso”, una preferencia inconsciente y apenas perceptible que tienen nuestros cerebros por creer en las cosas que son más fáciles de procesar, por ejemplo, si vemos imágenes bonitas y agradables, como las del chulo diseño de Norman Foster del NAICM, contrario a imágenes de la ahora obra negra inundada en un pantanoso lago.
En tercer lugar, se menciona el “razonamiento motivado”, cimentado en el sesgo de confirmación que mencioné anteriormente, el cual explica que a veces inconscientemente decidimos creer en las cosas que apoyan nuestro punto de vista. Se presenta independientemente de la capacidad para procesar información del individuo o de su educación y “puede moderarse si logramos controlar nuestros instintos e intentamos pensar más analíticamente” (p. 11).
Así, estos sesgos se suman a la incapacidad de distinguir entre opiniones y hechos y se hacen presentes en conjunto a la hora de lidiar con la desinformación, promoviendo la creación del pensamiento polarizado.
De acuerdo con Bo Seo, campeón mundial de debate y autor del libro “Buenos argumentos: Como el arte del debate nos ayuda a escuchar mejor y estar en desacuerdo bien” (2022), dicha polarización desgasta la confianza y el respeto mutuo, inhibiendo el tener argumentaciones productivas, manifestándose en el día a día de las personas a través de duros desacuerdos con los demás. Seo explica que las más grandes discusiones suceden por diferencias entre concepciones de tres cosas: los hechos, los juicios y las recomendaciones.
Los hechos son afirmaciones de como son las cosas y deberían ser fácilmente verificables, pero no lo son puesto que cada parte aplica la narrativa que le conviene, dando origen a tres versiones del mismo suceso (la mía, la tuya, y la verdad). Estas afirmaciones están condicionadas por los datos que podemos obtener sobre ellas, algo complicado en la actualidad, porque no se tienen dietas de información suficientemente confiables o variadas.
Los juicios son opiniones subjetivas y para disputarlos se impugnan los hechos o suposiciones en los que se basan. Por su parte, las recomendaciones o prescripciones, son juicios de cómo debemos actuar y sus desacuerdos se centran en las posibles consecuencias de la recomendación.
Además, el campeón de debate cree que tachar de incivilizadas ciertas discusiones es contraproducente para la solución de problemas y fomentación de la tolerancia. No obstante, sí considera que los discursos de odio o desinformación no deben tener una plataforma de difusión, pero pueden ser expresados para que sean contraargumentados. Este pensamiento va acorde a la “paradoja de la tolerancia” del filósofo Karl Popper, misma que mantiene que una sociedad debe de tolerar la intolerancia, contrarrestándola y evidenciándola mediante el razonamiento argumentativo, pero no debe de tolerar la acción intolerante y en especial su violencia.
Un caso extremo de esa acción violenta intolerante ocurrió en San Salvador Atenco en mayo del 2006, cuando el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, ordenó a la policía reprimir a lugareños que se oponían a la primera construcción del NAICM en sus terrenos, provocando la muerte de dos personas, decenas de heridos graves, 200 detenciones ilegales y más de veinte mujeres torturadas sexualmente.
Si bien las sobremesas en las próximas reuniones con familiares o amistades no serán mesas de debate (dado que no tenemos que convencer a nadie de algo), sí serán sede de varias discusiones que pueden ser productivas, que eviten la fomentación de la división y regresen el poder del análisis y negociación a nosotros, recuperándolo de quienes nos sugieren que pensar.
Para lograrlo hay que reconocer la desinformación, no confundir opiniones con hechos, identificar nuestros sesgos y ser tolerantes. Porque, a pesar de que tú veas al mundo color negro y yo lo vea color blanco, la realidad la conforman muchos matices de grises y el aceptarlo nos ayuda a enfocarnos en lo que en verdad importa: disfrutar y agradecer de un preciado momento con personas valiosas para nosotros, mientras degustamos y compartimos de unas exquisitas costillitas, o del sublime pozole de la abuela, o de cualquier otro platillo que amerite un armisticio.
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