En días pasados se ha presentado una compleja situación en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el Benito Juárez. Muchos medios de información nacionales e internacionales lo han reportado, pero sus impactos aparentemente no están generando la conciencia requerida en muchos mexicanos. Es un síntoma grave de un problema enorme que tenemos como sociedad encima, y que en esta columna semanal llevamos semanas pronosticado. Lamentablemente, estamos en puertas de una crisis anunciada, y eso significa que ya estamos de lleno en ella, y para muchos ni por enterados se dieron.
Desde hace varios días un muy elevado número de vuelos nacionales e internacionales se han cancelado de manera abrupta. Esto ha generado caos, confusión y gastos extraordinariamente altos, tanto para los pasajeros como para las aerolíneas. Fácil sería poner el dedo sobre una u otra aerolínea, diciendo que “ellos son el problema”, como algunas autoridades innecesariamente lo han hecho ya. El “problema” no es que Aeroméxico u otra aerolínea este experimentando cancelaciones de vuelos y genere problemas para incontables pasajeros; el tema aquí es un efecto generalizado y previsible de una pandemia fuera de control.
En muchas ocasiones en este espacio hemos comentado que la pandemia del COVID-19, independientemente de su variante, todavía no acaba, y que vamos para muy largo. También en entregas anteriores hemos apuntado que se prevén importantes afectaciones al transporte aéreo, y en al menos dos ocasiones señalamos que el transporte aéreo sería uno de los primeros afectados. Ante estas prospectivas se recibieron críticas, descalificaciones, e incluso comentarios de “alarmista” o de “amarillista”. Bueno, aquí estamos, experimentando justo lo previsto.
El tema aquí no es que haya llegado ese escenario que desde hace semanas se veía venir, sino que una vez más como sector aeronáutico nacional, estamos totalmente impreparados para atenderlo. Y a las evidencias nos remitimos: vea usted las largas filas en los mostradores del Benito Juárez, que en algunos momentos del día toman hasta cuatro horas para que el pasajero llegue al mostrador. Suficiente tiempo para perder el vuelo, o en otras ocasiones, para enterarse de que fue “cancelado”.
El motivo es claro: los contagios por la variante OMICRÓN se han incrementado alarmantemente a nivel global, dejando a muchas tripulaciones de vuelo completas fuera de acción. Por seguridad este personal no puede volar, y en ocasiones reportan sus síntomas cuando ya es imposible seguir su desempeño profesional. Esto es entendible, dado que aparentemente algunas cepas de esta variante no son tan claras y contundentes en su sintomatología como la ALFA, la DELTA o la LAMBDA y fácilmente pueden confundirse con un “catarro estacional” o como influenza. Por otro lado, existen ciertos datos persuasivos de que la variante OMICRÓN no es registrada por muchas pruebas rápidas de COVID, y la detección se puede lograr en ocasiones solo con la prueba PCR. Sin embargo, hay mucho de esta variante que todavía no conocemos.
El hecho contundente es que un número muy elevado de vuelos comerciales a nivel global se está viendo afectado o francamente cancelado por estos contagios. En Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Medio Oriente y Asia-Pacífico, así como en otras partes de Latinoamérica estos problemas se están subsanando siguiendo un protocolo de gestión de crisis que lleva meses desarrollándose. Como en alguna otra columna apuntamos, las autoridades responsables a nivel internacional, después de la crisis inicial del 2020, tomaron providencias y elaboraron protocolos de actuación ante una futura manifestación epidemiológica del COVID o de cualquier otra enfermedad, que bien se sabía vendría en el futuro.
Pero en México no hicimos eso. Al contrario, armados con la soberbia propia de aquellos que se sienten inmunes a las trascendencias de esta enfermedad, así como haciendo gala de una profunda miopía y astigmatismo estratégico-prospectivo, no elaboraron ningún protocolo de actuación, y si lo hicieron, evidentemente no esta funcionando. Siguiendo la desviada lógica de que OMCIRÓN sería un “covidcito”, prefirieron no hacer mucho al respecto. En el pasado, la iniciativa privada tomó las riendas del asunto, y confiados en la certidumbre que las autoridades los dejarían a su suerte -cosa que ha pasado ya varias veces en esta administración- hicieron lo que pudieron. Pero hay cosas que solo pueden hacer las autoridades, y eso es justo lo que ahora faltó.
Fácil es decir que este caos es derivado de “problemas internos de la compañía”, y que hay “problemas laborales y salariales” que generan estos problemas. Sin duda, Aeroméxico y otras aerolíneas tienen estos problemas, pero no son la causa de esta crisis que se vive. Es muy fácil echarle la culpa al actor privado, al particular, al “otro”. Aparentemente esta ha sido la estrategia del gobierno: echarle la culpa a alguien más, no admitir nada, no reconocer nada, y “amarrarse” en lo dicho, aunque se demuestre falso. Ante esa postura es increíblemente complicado entablar un diálogo constructivo, encontrar soluciones a problemas, o sentirse respaldado en un plan de atención conjunta.
Una vez más debemos hacer frente a una crisis que se veía venir, que era anunciada, pero que nos colisionó de frente sin que hiciéramos algo contundente al respecto. La crisis que estamos viendo en el Benito Juárez sin duda será subsanada, pero a un costo altísimo. Ciertamente es un tema que debe ser atendido por las aerolíneas, pero también es un claro señalamiento a la autoridad. Es una llamada de atención, de que no se está haciendo lo suficiente, lo necesario y lo pertinente para hacer frente a esta “cuarta ola” de contagios. De antemano sabemos que vienen más, así que no nos hagamos los sorprendidos que esto vuelva a pasar en un futuro no muy lejano.
Como sector aeronáutico, como sociedad mexicana, como actores responsables, debemos ya de dejar de buscar excusas, o trasladar la culpa y la responsabilidad a alguien más. Es momento de hacer frente al problema, no para buscar “responsables mediáticos” o para quedar bien con una élite en el Poder político. Se trata de atajar un problema en el que estamos empantanados. Se trata de desarrollar protocolos de actuación eficientes, mismos que deberían estar en operación permanente.
Problemas laborales, sindicales, de personal, de equipo, y de aspectos técnicos siempre tendremos en este y en cualquier sector productivo. Ante ellos solo queda atenderlos y resolverlos oportunamente. Pero tratar de culpar a ellos por un problema sanitario que no se atendió por las autoridades oportunamente es un atropello, una realidad desvirtuada, y una continuación a una campaña permanente de desinformación. No hay nada más nocivo para una sociedad que la desinformación, y esta es enemiga natural de la acertada toma de decisiones. No sigamos en un error que podría costarnos mucho más de lo que ya nos ha costado.
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