La noticia de la semana pasada a nivel nacional fue la visita del presidente López Obrador a Estados Unidos. Más allá de filias y fobias, se trató de una salida del país muy controvertida, y que nutre los titulares del análisis y la especulación por igual. Hay quien dice que fue un éxito rotundo, mientras que otros apuntan a un fracaso absoluto. Mientras algunos medios tratan de reflejar un entorno enteramente positivo, testimonios de ambas nacionalidades sugieren lo contrario. Si bien no es este un espacio apropiado para tales discusiones, la visita presidencial a nuestro vecino del norte si nos deja ver varios temas trascendentes para la aviación mexicana e internacional.
En primer lugar, es la primera vez que un presidente mexicano en activo viaja a otro país empleando una aerolínea comercial para una visita oficial. En un pasado no muy distante se empleaba un “avión presidencial”, o bien una aeronave de la Fuerza Aérea Mexicana. El motivo es bastante sencillo: sólo así se puede salvaguardar la integridad del Presidente de la República. Recordemos que una vez que el ciudadano electo popularmente asume la oficina de la presidencia deja de ser un individuo y se convierte en el titular de una institución estratégica nacional, se reviste como Jefe de Estado con todo lo que ello implica, y encabeza uno de los tres Poderes de la Unión. Por tanto, no es cosa menor, ya que de su seguridad depende la estabilidad nacional.
El que el titular de ejecutivo tome riesgos innecesarios es un riesgo inherente a la Seguridad Nacional, en razón que es un factor interno que vulnera la estabilidad y la dinámica de México en su conjunto. Un accidente, un error, una imprudencia puede ser desastrosa para la nación. Es por ello que se contaba con aeronaves adscritas a la Oficina de la Presidencia, con los mejores pilotos militares y navales, así como con las tripulaciones de vuelo y tierra más selectos de nuestras Fuerzas Armadas. Ser parte de ese equipo era una gran distinción, un privilegio. Las aeronaves siempre estuvieron en Primer Orden, y aunque accidentes en la aeronáutica siempre ha habido, el récord de este equipo siempre fue ejemplar.
Sobra recordar que la necedad arraigada en una toma de decisiones absurdamente fundamentadas llevó a la desintegración de este órgano auxiliar a la Presidencia de la República. De un plumazo se cortó de golpe décadas de extraordinario desempeño para dar una imagen de “austeridad” que difícilmente puede mantenerse, explicarse o justificarse. Una cosa es ser “austero”, pero otra muy diferente es ser “negligente”, “obtuso” e “irresponsable”. Lamentablemente eso ocurre cuando teniendo a la mano los recursos necesarios para salvaguardar al titular de ejecutivo, para hacer eco a un discurso vacío se incide en riesgos y gastos innecesarios. Y esos gastos no sólo son monetarios: temporales, humanos, de imagen y de logística profundizan los costos absurdos de abandonar una estructura logística de traslados perfectamente diseñada y pulida con el pasar de los sexenios anteriores.
Por otro lado, siempre esta la opción de hacer uso de las aeronaves de la Armada de México o de la Fuerza Aérea Mexicana. Cierto es que, lamentablemente, los parques aeronáuticos de ambas instituciones han visto mejores épocas. Pero aún así con poco esfuerzo se pueden habilitar aeronaves de traslado para la Presidencia. Pilotos y tripulaciones de aire y tierra para dar soporte a esta empresa están la mano: tenemos un excelente personal militar y naval adiestrado para tales fines, con calidad internacional.
¿Entonces? ¿Qué necesidad existe que el presidente viaje a Estados Unidos en función oficial en aeronave comercial civil? Prácticamente: ninguna. Políticamente: es un error de imagen terrible. Discursivamente: es una contradicción. Dogmáticamente: hace un iluso eco a su mensaje de pseudo “austeridad”. Los riesgos son enormes. Nadie cuestiona la capacidad y pericia de los pilotos y tripulación civil, ni del estado de la aeronave en cuestión. Por sabido y evidente se calla que están en buenas condiciones. Pero es un avión civil, que no cuenta con las medidas de seguridad para trasladar una delegación de alto nivel de Estado, menos si va el Presidente de la República.
Las aeronaves comerciales civiles se diseñaron y construyeron con una serie de características en mente; las aeronaves oficiales y militares con otras. Es en el segundo grupo donde debe residir la seguridad presidencial, pues en caso de un accidente o incidente existen mejores condiciones para la supervivencia de los pasajeros, y así conservar la integridad nacional. Es algo de lógica elemental: si le pasa algo al presidente, alguien tiene que poder hacer algo al respecto. Es más que obvio que se tomaron medidas y precauciones adicionales para este vuelo, y que la aeronave fue equipada con equipamiento complementario para tal fin. No descartamos que en la aeronave viajaban varios elementos de seguridad, médicos, especialistas, y “otros esenciales”. Claro, eso no se ve ni se nota ante el pasaje ordinario, pero así debe de ser, esa es su función: si hacen bien su trabajo son invisibles.
Pero hay límites. La aeronave en sí misma, por mejor mantenimiento y limpieza que tenga sigue siendo una aeronave comercial civil. No esa diseñada para trasladar a un Jefe de Estado. Todo esto nos lleva a dar una imagen internacional terriblemente mala: limitados, negligentes, riesgos. Evidentemente todo salió bien -al menos en ese aspecto- pero no deja de transmitir un mensaje muy poco favorable de nuestro país y su liderazgo al concierto internacional que ve como un Jefe de Estado de una gran economía global, por apegarse a un discurso vacío y sinsentido, consiente una irremediable negligencia. Diferentes interpretaciones hay, pero no cambian la realidad.
Sin duda este es un tema que da mucho de que hablar, más en el ámbito de la Seguridad Aérea. Queremos pensar que antes del vuelo se desarrollaron protocolos de actuación ante cualquier eventualidad. Pero lamentablemente no fue así, mucho se dejó al azar. Y aunque nadie discute la capacidad del personal especialista para gestionar estos protocolos, los mismos toman tiempo en elaborarse y pulirse, no se pueden hacer en tan poco tiempo. Entonces podemos estar prácticamente seguros que “protocolos de actuación para cualquier eventualidad” no existieron en este viaje.
Del encuentro “trilateral” por el “inicio del T-MEC” mejor ni hablamos, por que no existió. Otro discurso justificatorio vacío. No nos sorprende ya. Prácticamente nadie creyó en esa excusa para un viaje que no tuvo sentido ni beneficio para el país. Bajo este precepto, entonces se corrieron riesgos injustificados, innecesarios y totalmente irresponsables. Fuimos testigos de una gran negligencia, pues no importa cuantas medidas de seguridad pudieran haberse desplegado, el riesgo de trasladar un presidente y a dos secretarios de Estado y sus comitivas en una aeronave comercial civil de esta forma fue un acto inaceptable. Y aunque en México hay voces que quieran decir lo contrario imposible es tratar de defender lo indefensible. Cualquier intento por desmentir lo obvio es solo parte de una estrategia de descalificación de la realidad ineludible. Esto fue, en síntesis, un mal antecedente para la Seguridad Aérea en México.
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