Incuestionable es ya que este episodio del COVID-19 y la pandemia global que generó, así como sus efectos, son un hecho histórico que quedará sentado como un momento definitorio del siglo XXI. Como hemos mencionado en este espacio, la historia de cada persona en el planeta se podrá definir como antes y después del coronavirus. Y por si acaso nos queda duda, la realidad nos obliga a reconocer que el COVID-19 llegó para quedarse. A partir del 1 de enero del 2020 la civilización humana deberá coexistir con esta enfermedad, y aunque en su momento haya tratamiento y vacuna deberemos acostumbrarnos a vivir rodeados de este silencioso pero letal acompañante en esta Nave Espacial llamada Tierra.
Como se ha mencionado repetidamente en este espacio y columna semanal, una de las principales actividades económicas y sociales humanas que se ha visto afectada es la aviación. De hecho, se estima que la aeronáutica civil global tomará meses, incluso años, en recuperarse. Personalmente, el suscribiente lo duda: vamos para una muy larga temporada de recuperación aeronáutica, y la aviación comercial jamás será igual. Tal vez en su momento nos acostumbremos a este nuevo paradigma, hasta el punto que lo veamos normal (tal vez como las medidas de seguridad aéreas y aeroportuarias después del 11 de Septiembre de 2001: en su momento fue un cambio total de entorno, y vimos las medidas como “extremas”; pero ahora lo consideramos como “normal” por fuerza de la costumbre), pero sin duda la aviación internacional recibió un impacto brutal a su estructura, y esto nos habla de profundos cambios venideros.
El primer cambio a venir es cómo operan las aerolíneas comerciales. Europa, Estados Unidos y Asia-Pacífico ya se encuentran en adecuaciones físicas, administrativas, conceptuales y operacionales para hacer frente al futuro. Desde dejar en tierra gran cantidad de aeronaves en “estacionamientos aeronáuticos”, hasta suspender la construcción de nuevas aeronaves, e incluso la reingeniería de sus procesos de venta y distribución de pasajes. Posiblemente veamos cambios profundos en rutas, itinerarios y horarios, puertos de conexión y centros de abastecimiento. Todos estos ameritan una columna particular y específica, por que el análisis de cómo se realizan estas adaptaciones es verdaderamente impactante. Esto nos habla de la flexibilidad, el dinamismo y la capacidad de adaptación de la aeronáutica. Retomando una colaboración anterior: pensamos como científicos, pero operamos como ingenieros. Esa es la clave del éxito.
Sin embargo, en México esto no es así. Aquí vivimos un paradigma, por decir lo menos y de manera gentil, profundamente negligente. Pero su proyección mediática raya en lo absurdo. Las autoridades federales, empezando por el titular del ejecutivo, han proyectado la “ilusión” de que el 1 de junio regresaremos “a la normalidad”, y que en poco tiempo estaremos “como si nada hubiera pasado”. Sobra decir que esto es flagrantemente falso. Es imposible que mágicamente, de un día para otro, regresemos a la “normalidad”. Las medidas de seguridad y prevención se deberán extender cuando menos uno o dos meses más, y aunque se regrese a las operaciones comerciales ordinarias estas se verán disminuidas y restringidas por las obligadas medidas de prevención.
Pensar que el 1 de junio regresaremos a ver el tráfico aeronáutico de enero del 2020 es una franca y risible ilusión. Particularmente por que algunas empresas aeronáuticas nacionales están en quiebra, muchas más en proceso de, y tantas más inoperantes. En otras palabras, la crisis del COVID-19 golpeó brutalmente a la aviación mexicana, y su recuperación llevará meses. Es físicamente imposible que de un día a otro regresemos al mismo volumen operativo que antes de la crisis.
Pero el principal problema, además de la obviedad de la pandemia, fue la falta de apoyos del gobierno federal. En un momento donde la iniciativa privada necesitaba urgentemente apoyos del Estado, la presente administración les dio la espalda. Tal vez es parte de una “estrategia de gobierno”, o más posiblemente sea una aplicación dogmática de una concepción arcaica de la interacción con la realidad global contemporánea, pero el hecho es que tal pareciera que los esfuerzos del gobierno federal se orientaron a destruir la iniciativa privada nacional, entre los cuales destacadamente se encuentra la aeronáutica civil.
El jueves 30 de abril, durante la “conferencia mañanera”, el titular del ejecutivo dijo categóricamente: “Si quiebra un comercio, ni modo, que acuda al gobierno para que lo rescate. No, ahí ve como le hace”. Con esas dos oraciones expresadas con el más profundo desprecio al sector privado nacional queda clara la postura del actual gobierno. Al buen entendedor pocas palabras. No contemos con el apoyo de las autoridades, de ellas ya no podemos esperar nada en nuestro sector. A la evidencia documentada nos remitimos, y aunque pueda haber otras interpretaciones de la misma (totalmente respetables) debemos resignarnos ante la conclusión lógica (lamentablemente innegable).
¿Entonces que debe hacer el sector aeronáutico nacional para sobrevivir y recuperarse? Lo mismo que siempre ha hecho: adaptarse. Eso implica consolidarse y apoyarse entre sí para hacer frente común a los retos de la recuperación post-COVID. Sin el apoyo del Estado, el camino de solución ante un futuro incierto reside en el apoyo mutuo. Alianzas comerciales, fusiones, compra de deudas, e incluso internacionalización accionaria y gerencial son estrategias viables. Muchas aerolíneas nacionales seguirán ese camino, y otras se disolverán para ver sus activos integrados a empresas extranjeras.
Previsiblemente veremos un decremento importante del tráfico aéreo nacional, derivado de que muchas aeronaves ya no se encuentran en primer orden para emprender el vuelo. Veremos que los otrora competidores serán aliados, y que se consolidarán vuelos en nuevas rutas para dar atención al pasaje y a la carga aérea nacional e internacional. Poco a poco veremos una recuperación del sector, pero por lo menos en los próximos seis meses veremos una reconfiguración profunda del sector aeronáutico nacional. Muy posiblemente veremos gerencias siguiendo modelos internacionales, nuevas estructuras de planeamiento para el mantenimiento del parque aéreo y de los servicios aeronáuticos. A esto veremos una considerable contracción de la inversión nacional e internacional del sector, así como posiblemente un ajuste en los “hubs” aeronáuticos y aeroespaciales.
Lo primero que se reactivará, como se comentó en la columna anterior, es el sector productivo aeronáutico y aeroespacial, así como de sus componentes. Estos son primordialmente para la exportación. Esperemos ver esto en una o dos semanas más; lo demás seguirá de tres a cuatro semanas aproximadamente. Poco a poco emprenderemos el camino a la recuperación, de manera lenta pero sostenida, y habiendo dejado atrás la que tal vez pudo ser la más importante coyuntura de cooperación entre el sector público y privado en la aeronáutica mexicana desde sus inicios. Este va a ser el verdadero legado de la pandemia en México en nuestro sector, un entorno donde la confianza en las autoridades se verá mermada irremediablemente. Y cuando se pierde la confianza, difícilmente podemos hablar de una “reconciliación conducente”. Ese será, tal vez, el mayor daño del COVID-19 en la aviación mexicana.
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