Pasar al contenido principal
28/03/2024

La altura del miedo

José Medina Go… / Lunes, 7 Enero 2019 - 12:30

 

A una semana del recién inaugurado 2019 son muchos los temas que destacan en la agenda nacional e internacional en el ámbito aeronáutico. Sin duda uno de los más relevantes en México hace alusión a los lamentables y terrible sucesos del día 24 de diciembre de 2018, donde perdieron la vida Martha Érika Alonso, la gobernadora del estado de Puebla; su cónyugue, Rafael Moreno Valle, senador de la República y exmandatario de la misma entidad; Héctor Baltazar Mendoza, un colaborador del último; Roberto Coppe Obregón, el capitán de la aeronave siniestrada –un Agusta A109S Grand, matrícula XA-BON y propiedad de la empresa Servicios Aéreos del Altiplano–, y el copiloto de la misma, el capitán Marco Antonio Tavera Romo.

Sus fallecimientos sobre Coronango, en un incidente rodeado de interrogantes y profundas implicaciones, cimbraron no sólo a Puebla sino al país entero a tal grado que, en lo subsecuente, la emblemática fecha será remembrada por la duda aguda, la retórica póstuma y la especulación infundada.

Y es que todavía no se habían extinguido las llamas del Agusta caído cuando ya sonaban en medios de comunicación convencionales y digitales las palabras “magnicidio”, “derribo”, “sabotaje” e incluso “bazucazo”. Fuertes sustantivos pero inoportunos e imprudentes: la determinación de la causa de un siniestro de esta naturaleza no puede tomarse como “obvia” ni reducirse a una tendencia de redes sociales. Para ello es pertinente una profunda y exhaustiva investigación profesional, que toma mucho más tiempo que unas cuantas horas de “elucubraciones” en Twitter, Facebook o Whatsapp.

Pero así de reprobable como la tendencia social a la calificación y la caracterización anticipada, igual o más criticable resultó la inapropiada y prematura respuesta del Gobierno federal: en vez de emitir una contundente postura que sentara precedente y ofreciera certidumbre a la nación, pareció más un capricho “político”. Pero dejemos esta crítica a otros espacios más conducentes.

Sea entonces nuestro objetivo dilucidar este trágico suceso navideño en un contexto estratégico nacional e internacional más amplio: este incidente vuelve a traer a los reflectores dos temas ora complementarios, ora contradictorios, a saber: la seguridad aérea de procesos internos (safety) y externos (security).

En nuestra lengua castellana ambos conceptos los agrupamos con la expresión integral “seguridad”. Sin embargo, hacen alusión a procesos muy diferentes. El primero nos remite a las condiciones mínimas e indispensables que necesita una aeronave para mantener el vuelo de manera estable y eficiente; mientras que el segundo se refiere a la prevención de amenazas y condiciones coyunturales externas que pueden influir en la seguridad de la aeronave.

En este caso, el siniestro del equipo XA-BON debe llamarnos la atención sobre la calidad y cantidad de los mantenimientos, así como en las precauciones de vuelo (adiestramiento, preparación y condiciones) que requieren las aeronaves de ala fija y rotativa para operar con seguridad. Este es un tema vigente y permanente en la aviación nacional, internacional y global, y que no puede ser desatendido ni minimizado.

Llama la atención que la segunda concepción del término no haya tomado fuerza en nuestro país, como lo hizo alrededor del globo a raíz de los atentados del 11 de septiembre del 2001. A partir de esa fecha quedó claro para la comunidad internacional que las aeronaves son objeto y sujeto de actos delincuenciales, vandálicos y terroristas que pueden causar importantes daños patrimoniales y a la vida humana. Y que la protección física ante amenazas y vulnerabilidades es un requisito indispensable de la aviación moderna.

Desde ese día volteamos a los cielos con un poco más de cautela. Y aunque el paso del tiempo a veces nos orilla a la confianza y al olvido ignominioso de un suceso que inauguró el tercer milenio de nuestra era, la seguridad exterior en la aeronáutica civil contemporánea no puede ser olvidada, y debe ser tema de revisión y reflexión continua.

Así, sucesos como los de Puebla y sus secuelas mediáticas nos llevan a ver los cielos con suspicacia y desconfianza. Pero es igual o más dañino el asumir precipitadamente un “siniestro provocado” que contar con la evidencia del mismo, ya que lo segundo es una postura objetiva mientras que la primera es una actitud emocional-reactiva-pasional.

Sobre la segunda podemos tomar medidas y acciones concretas para disuadir y prevenir su reincidencia, mientras que la primera crea daños inmateriales cognitivos y perceptivos irracionales, que pueden ser aún más costosos en el largo plazo, mayoritariamente debido a que una vez plantada una duda –irracional– difícilmente podemos arrancarla de raíz.

¿Qué imagen da México al mundo cuando reaccionamos mediática y públicamente sin evidencia? ¿Qué dice de nuestra sociedad y nuestro gobierno que se responda por reacción y sin evidencia? ¿Qué seriedad puede darse a las declaraciones emitidas sin evidencia clara y contundente?

Sea este un llamado a la prudencia, a una resolución profesional y competente, a la mesura declarativa y a la obligada objetividad discursiva. Que el lamentable suceso del 24 de diciembre pasado no sea un caso más de “terrorismo mediático”, y sí el inicio de una poderosa lección que podamos aprender para que nunca más se repita tan trágica pérdida de vidas humanas en cielos mexicanos.

Facebook comments