Nunca es agradable dar malas noticias. En esta ocasión y pese a que el fin anunciado de la aerolínea Aeromar ha sido tema recurrente sin que se llegue a concretar, hoy sí parece ser cuestión de días (tal vez 10, tal vez 20) para que la otrora aerolínea con más antigüedad en el mercado mexicano -ya que acumuló más años sin quiebras ni paros-, deje de operar definitivamente.
Ayer mismo se realizó la enésima junta en la Secretaría del Trabajo y Previsión Social para comunicarle a los trabajadores que todos los esfuerzos que ellos han realizado (incluido un plan de negocios que realmente podía ayudar a la aerolínea a reflotarse) no han rendido el fruto esperado: los inversionistas, reales e ilusorios, que se han anunciado ante diversas secretarías, incluida la Sedena, salen corriendo cuando se enteran que, para hacerse con la propiedad de las acciones, hay que invertir unos 600 millones de dólares (la mitad para pagar adeudos con el gobierno y el resto para liquidar a distintos acreedores que la empresa ha ido acumulando a lo largo de los años).
Con esa cantidad, es obvio, cualquier inversionista puede iniciar una gran aerolínea en cualquier mercado del mundo sin sujetarse a los vaivenes de la política. Pero lo cierto es que Aeromar es víctima de diversos factores, algo así como juntar el hambre con las ganas de comer y la mesa puesta.
Es decir, esta aerolínea, creada en 1987 por Don Marcos Katz, un inmigrante polaco que vino a México en medio de la II Guerra Mundial, víctima del odio anti-semita, y pronto se hizo de un lugar destacado en la comunidad, llegó a ser un referente de aerolínea regional e innovadora. Sus aeronaves, las ATR de fabricación italo-francesa, son las mejores para rutas cortas donde gastan menos combustible y tienen el número de asientos perfecto para este tipo de operaciones.
Sin embargo, en este país donde ninguna autoridad distingue (ni hoy ni antes) entre regional y troncal, pese a que su diferencia está muy clara en la Ley de Aviación, Aeromar nunca recibió el trato que se merece una empresa dedicada a la conectividad de aeródromos pequeños que enlazan regiones y apoyan el desarrollo de negocios estratégicos, como es el caso del petrolero (Salina Cruz) o el siderúrgico (Lázaro Cárdenas).
Su modelo de negocios fue exitoso hasta hace unos 15 años. Pocos pasajeros, clientes cautivos en rutas específicas, precios altos y bajo perfil. Hace unos años se hizo un esfuerzo por darle otra vocación, pero la propuesta no prosperó porque se esperaba que la idea enamorara a Germán Efromovich, accionista de Avianca que quiso comprarla, pero terminó exiliado y en el ostracismo.
Lo demás ha sido remar contracorriente, acumular deudas, dejar de pagarle al gobierno, a los trabajadores e ir tirando. Pese a sus esfuerzos para diferir pagos y pedir prórrogas, buscar inversionistas y exculpar al propietario Zvi Katz, quien se dice que vive en Israel, el director de Aeromar, Danilo Correa, ha llegado al límite de lo posible.
En este momento, dicen los que saben, sólo un milagro podría salvar a la Aerolínea regional que significó mucho en la vida de la comunidad aérea del país. Otro fracaso aéreo en tiempos de la 4T. E-mail: raviles0829@gmail.com
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