Estoy enojado, pero más que nada, estoy muy, pero muy triste. Y es que me entero, presto a emprender un recorrido por museos e instalaciones castrenses norteamericanas, en las que seguramente tendré las puertas abiertas para disfrutar de ellas, que el coronel Antonio Bravo Álvarez ha sido removido de su encargo como Director del Museo Militar de Aviación, es decir el
famoso, valioso y entrañable MUMA, instalado en la llamada “Ciudad Militar” de Santa Lucía, Estado de México, es decir, junto al AIFA.
Las circunstancias, el perfil de quien lo reemplaza y el rumbo que se le va a dar al museo a partir de ahora, a todas luces mucho menos aeronáutico y humanista que el que le caracterizaba bajo la labor de un coronel Bravo, al que no cuesta admirar por su amor a la historia aeronáutica, los conocimientos que ello le ha permitido adquirir y su disposición a compartirlos, me obligan a
recordar un evento que me da la impresión tiene mucho que ver con lo que ha ocurrido y sucederá en el MUMA.
Veamos: A mediados de los años noventa, tuve el privilegio de formar parte de un grupo de promotores de la cultura aeronáutica mexicana que aspiraban a contribuir a que nuestro país contase con un museo aeronáutico digno de su aviación civil y militar. Si bien la calidad de todos los participantes era de primera, más lo era la de algunos de sus líderes morales, caso de Don Manuel Ruiz Romero (q.d.e.p.) y caso asimismo de entonces mandos de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) del nivel de mi general Carlos Ignacio Velasco Wall, que también descanse en paz, y de mi general Benjamín Romero Fuentes, hoy día muy activo en temas de gestión aeronáutica, quienes, generosamente lograron que se nos facilitasen ciertos apoyos en el seno de la FAM, como lo fue tener un lugar en la sede de su comandancia para reunirnos, hasta que ello molestó a un alto mando de dicha arma de guerra, al grado que un día, en plena sesión, fuimos invitados amablemente a cancelarla y a retirarnos de las instalaciones, dándole a quien firma esta columna una primera probadita de aquello que ha experimentado en carne propia en años recientes al intentar convivir en buena lid culturalmente hablando con un sector castrense mexicano a cuyo alto mando actual me queda claro, esta variable le tiene sin cuidado.
Dicho en otras palabras: gran parte de la magia de visitar el MUMA en un ambiente relajado, y se podría decir fraterno, a lo que sin duda contribuía el poder departir y aprender de un mando con la calidad humana y profesional del coronel Bravo, seguramente se ha perdido, pisoteada por una bota militar muy similar a la que recientemente acabó con mis ilusiones y esfuerzo de aportar lo que esté a mi alcance para que en el seno de las organizaciones de corte aeronáutico civil controladas por la Secretaría de la Defensa Nacional en las que participé, no se hicieran las cosas tan mal como evidentemente se están haciendo.
Lo lamento por la cultura aeronáutica civil y militar, y hay que decirlo, por la FAM, que se haya decidido, ahora sí que militarizar en toda la extensión de la palabra, un espacio tan generoso y necesario como el MUMA, al que insisto, le han quitado una parte importante de lo que lo hacía extraordinario.
Creo que el mensaje tanto para los aeronáuticos civiles mexicanos, como para algunos generosos militares que osan creer que en nuestro país hay latitud para promover con libertad, inclusive académica, la cultura aeronáutica en el ambiente castrense es muy claro: amigos no seamos ingenuos; se cumple con lo que se ordena, como se ordena y para cuando se ordena y no hay nada más que decir mientras sea uno parte de la institución. Si bien existe el riesgo de ser enviado al ostracismo, afuera es otro tema, de ahí esta entrega que quiero dedicar a todos esos niños, niñas y adultos que ya no tendrán la oportunidad de que un director del MUMA de alto nivel y calidad humana, les compartiese su amor por la historia en originales y educativos recorridos por un
museo que por lo menos para mi acaba de perder una parte importante de su esencia y por ende de su valor y atractivo. Quizás ahora comprenda usted estimado lector la razón de mi enojo y tristeza.
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