Sin el Aeropuerto Internacional del Norte, por sus siglas IATA NTR y OACI MMAN, popularmente conocido simplemente como ADN, el aeropuerto Mariano Escobedo (MTY/MMMY) habría colapsado ante la demanda de aviación de la aviación general y ejecutiva, comentó en su libro “Aviación General” del año 2007 el historiador y periodista aeronáutico hispano-mexicano Manuel Ruiz Romero, agregando una frase que me parece mantiene su contundencia y vigencia, aun mediando más de tres lustros desde que la publicó: “Si el ADN no existiera habría que construirlo”. Es más, podríamos también apuntar en esta oportunidad que si el Aeropuerto Internacional “Licenciado Adolfo López Mateos” de Toluca, Estado de México (TLC/MMTO) no existiese, también habría que edificarlo para no saturar al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (MEX/MMMX) con la demanda del segmento de los viajes privados del Valle de México. Algo similar cabría reconocer en el caso del nuevo Aeropuerto Internacional “Felipe Carrillo Puerto”, actualmente en construcción en Tulum, Quintana Roo, sin el cual en mi opinión, el aeropuerto de Cancún (CUN/MMUN) también se vería pronto desbordado, en especial en lo que toca a sus edificios terminales, toda vez que su lado aire es muy bueno.
Pero volvamos a Monterrey, no sin antes recordar que la aviación ejecutiva mexicana es una de las más importantes del orbe, tanto así que de acuerdo a la página web statista.com en el año 2019 la flota de jets ejecutivos de nuestro país era la tercera más numerosa entre todas las naciones, posición que también tenía en un documento a mi alcance fechado en el año 2014, duplicando su número hasta llegar a las 1,439 aeronaves, flota solamente superada por la del Brasil y a su vez por la de los Estados Unidos, esta última de manera muy comprensible.
El ADN y Toluca concentran la mayor parte de los llamados “Bizjets” (Business Jets”) operados por personas físicas o morales mexicanas, atrayendo además a una parte de las flotas norteamericanas, de ahí su importancia estratégica, la cual, tal y como el propio Ruiz Romero incansablemente pregonaba, se vincula con la seguridad y productividad que los usuarios de una aeronave ejecutiva obtienen empleándola en lugar del aerotransporte comercial tipo aerolínea. “Demostrado está, afirmaba, que existe una relación directa entre el éxito de una gran compañía y el empleo que le da a la aviación ejecutiva”.
El ADN, hoy día asunto generador de encontradas opiniones conforme el ejecutivo federal ha decidido encargar su administración a la Secretaría de la Defensa Nacional, es una infraestructura que recuerdo gustosamente por dos razones: primero por haber sido el primer aeropuerto formalmente declarado como internacional en el marco del establecimiento de una ruta regular de pasajeros y carga entre Dallas, Texas, y la Ciudad de México en el año 1942, haciendo escala en Monterrey, y segundo por haber sido escenario de algunos de los más originales vuelos que he realizado en mi vida, tres de ellos en el año 1978 al mando de un Ryan PT-22, monoplano de ala baja, motor radial y con cabina abierta, de comienzos de los años 40 y uno en el impresionante dirigible “Star & Stripes” de la llantera Goodyear, que adornó con su presencia los cielos regiomontanos en el año 2000.
Quienes tuvimos el privilegio de conocer a Don Manuel, sabemos que su carrera aeronáutica tuvo muchísimo que ver con la aviación general y ejecutiva en las que llegó no solamente a ser líder de opinión y promotor, sino también un alto y valorado ejecutivo que contó con la confianza, si bien no de todos, sin duda de una parte importante de los aeronáuticos del área metropolitana de Monterrey, quienes le hicieron suyo, al grado de contribuir a que generase una parte sustancial de su obra publicada en forma de libros que, estoy seguro, algunos de mis estimados lectores atesoran.
¿Qué pensaría el siempre objetivo, autónomo y valiente experto en esto de las artes del vuelo de la lamentable condición operativa en la que se encuentra en este 2023 el ADN y de la decisión de que sean los militares mexicanos los que lo pongan a trabajar como se debe?
¿Se solidarizaría con los integrantes de la Sociedad Cooperativa privada que hasta este año 2023 lo administrará, o comprendería y apoyaría las razones del gobierno mexicano para no renovarles la concesión? ¡No lo sé, pero me hubiese encantado escuchar su opinión!
Lo que sí me queda claro es que estaría de acuerdo conmigo en el sentido de que, en cualquier aeropuerto mexicano, sea administrado por quien sea, no solamente la aviación general, sino cualquier otra rama de la aeronáutica civil, debe encontrarse con infraestructura y servicios que le permitan operar antes que nada con seguridad, pero también con eficiencia, sustentabilidad y sostenibilidad.
Habiendo invocado por enésima vez el recuerdo del gran maestro de los periodistas aeronáuticos mexicanos, concluyo esta entrega deseando éxito a la nueva administración del ADN, es decir, ese “pequeño gran e histórico aeropuerto”, que bastante bien le hace a nuestra aeronáutica en el noreste de México y al que tanta falta le hace una buena gestión.
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