“Me da miedo volar…” En las décadas que llevo comentando los temas aeronáuticos ¿cuántas veces no he escuchado a alguien decir esto? Quizás demasiadas; para nadie es un secreto que, lo confiesen o no, son muchos los terrestres, y hay que reconocerlo, hasta algunos aeronáuticos, que temen subir a una aeronave para realizar un vuelo.
Sin embargo, me sorprendió que me haya compartido su temor, en especial con la vehemencia con que lo hizo, cierto interlocutor íntimamente relacionado con el vuelo, con el que me entrevisté recientemente en un espacio profesional de aviación.
Y es que no es común escuchar nada menos que a todo un ingeniero aeronáutico que además se dedica desde hace años a concebir y mantener en condiciones de vuelo aeronaves de la más avanzada tecnología el compartir algo tan privado como el que “le dan ñañaras los aviones”.
Cuando le pregunté el origen de su sorprendente aprensión me respondió que la misma tuviese que ver con el hecho de que está a cargo de la reparación de varios tipos de aeronaves, y por ende, conoce el estado mecánico en el que llegan a ser despachadas a la línea de vuelo. Ojo, y eso que estamos hablando de un profesionista formado en Europa que además trabaja para el mayor fabricante de la materia en ese continente, además bajo la certificación de autoridades aeronáuticas tan sólidas como las que se entiende existen en las naciones del llamado “viejo continente”.
Ya me imagino el pavor a volar que le provocaría atender aeronaves en otras geografías en las que (sin mencionar nombres de países para no herir susceptibilidades) la certificación aeronáutica y supervisión de la misma dejan mucho que desear, o sufriendo cada instante de un vuelo, pendiente del menor indicio que a su juicio suponga una amenaza a su seguridad.
Si bien me queda claro que el personaje en comento en una de esas está patológicamente exagerando su diagnóstico toda vez que las cifras a nivel mundial demuestran que el aéreo no solamente es por mucho el medio de transporte más seguro, sino que cada vez lo es más, algo que me da la impresión debería ser de su conocimiento, lo cierto es que, tal y como le ocurre a otros versados profesionistas cuyas labores inciden en la seguridad, calidad o extensión de la vida de las personas, caso por ahí de los médicos, sus conocimientos y experiencias se pueden convertir en detonadores de desconfianza, temores y miedos, principalmente cuando ponen sus vidas o las de los suyos en manos de sus colegas o de los equipos que atienden.
Nunca voy a olvidar el caso del padre de un muy querido amigo, cuya profesión era la salud y que reaccionó tan negativamente al diagnóstico de cáncer que recibió, al grado que decidió alejarse por completo de sus colegas y no someterse a tratamiento alguno que no fuese una fuerte dosis de calmantes para el dolor, sabedor, decía, “de lo que le esperaba”.
Al final de cuentas, terrestres o aeronáuticos, estamos hablando de seres humanos y por lo tanto de personas que tienen todo el derecho del mundo de sentir y expresar sus miedos. Pero cuidado, hay que pensar dos veces antes de confesar algo así, no vaya a ser que algún columnista de un medio de la industria me escuche y sorprendido por lo que le compartí, prepare y peor aún, publique una nota al respecto.
No olvidemos que por sus características, en particular el medio físico en el que tiene lugar, lo aeronáutico es campo fértil para generar miedos, de ahí la importancia de no bajar la guardia en materia de seguridad, no solamente para reducir las cifras de incidentes, sino para generar confianza dentro y fuera de la industria en base a hechos y no a especulaciones, tal y como debe suceder.
El día en que la aeronáutica adopte y aplique verdadera e integralmente una cultura de calidad y la seguridad entonces menos actores internos y externos dirán “tengo miedo a los aviones”.
No es sencillo, pero debemos seguir avanzando en ello.
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