Era un 3 de noviembre pero del año 1957 cuando una perrita mestiza de pelo corto, originalmente llamada Kudryavka, que las autoridades espaciales soviéticas recogieron de las calles de Moscú, Rusia, fue rebautizada como Laika, nombre que significa “ladradora” en ruso, y fue el primer ser terrestre en volar al espacio, a bordo de la nave Sputnik 2.
Contrario a lo que los del Kremlin quisieron hacer creer al mundo, Laika no murió sin gran sufrimiento por falta de oxígeno una semana después del lanzamiento, sino apenas seis horas después del mismo en condiciones poco agradables. De hecho, los soviéticos sabían que no regresaría viva de la experiencia, y es que para entonces no se habían desarrollado aún de manera suficiente las tecnologías que eventualmente permitieron reingresos seguros a la Tierra.
Decenas de otros animalitos, incluyendo canes, primates y hasta conejos, siguieron a la hermosa moscovita, incluyendo un chimpancé de nombre Ham, que en enero de 1961 sobrevivió un vuelo a bordo de una nave norteamericana Mercury, convirtiéndose en el primer homínido espacial, unas semanas antes de que el cosmonauta ruso Yuri Gagarin hiciera lo propio.
El empleo de animales en experimentos aeroespaciales no resultaba nuevo aún en la década de los años 50 del Siglo XX, de hecho, los pioneros del vuelo humano, los hermanos Montgolfier, antes de arriesgar la vida de un humano, decidieron que un borrego, un gallo y un pato volasen en la canastilla de lo que se considera fue el primer vuelo exitoso de una aeronave con ocupantes en la historia, me refiero al realizado en Francia el año 1783 con un globo aerostático. Conforme constataron que los animalitos sobrevivieron, finalmente optaron por programar un vuelo con un “homo sapiens” dentro.
A sesenta años de su vuelo, me parece que lo menos que podemos hacer por Laika es recordarla, aprovechando la oportunidad para rendir un sincero y sentido homenaje inspirado en ella para ese involuntario y en el mejor de los casos “sacrificio por la ciencia” que los humanos han aplicado a miles y miles, quizás podríamos decir, millones de indefensos animales que han sido sujetos a toda clase de experimentos con propósitos muchas veces vanos e injustificables, y lo que es peor, eventualmente aplicados con gran crueldad, algo que habla muy mal de nuestra especie. En fin…
Lo cierto es que, hablando de temas más amables, hoy día, los perros ya no vuelan al espacio, pero juegan un papel de creciente importancia en los protocolos de prevención de actos de interferencia ilícita contra aeronaves y la comisión de crímenes empleando la aviación, detectando amenazas, por ejemplo. Su presencia destaca también en las cabinas de pasajeros, acompañando, confortando o guiando a quien lo requiere.
Es así que cuando pienso en Laika, pienso en una de las estrellas más brillantes del cosmos; hasta me dan ganas de ladrar por ella. ¡Lo merece!
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