Una nota de enero de 2017 en las páginas el diario español “El Mundo” llamó mi atención: “La mujer que cambió la historia de Cuba” se titulaba. De inmediato reconocí el rostro de esa mujer en la fotografía que acompaña el texto: “¡Es la señora Bush”!, pensé. Y efectivamente, esa dama mexicana a la que el autor de la nota atribuye haber salvado, gracias a sus contactos con altos políticos de México en el año 1956 a Fidel Castro y su grupo de combatientes de la deportación hacia la Cuba de Batista y por ende del paredón, cambiando así el destino de esa hermosa nación caribeña, la misma que eventualmente se arrepintió de haber ayudado “a esos barbudos cubanos” y quien alguna vez ofreció venderme ---por cierto bastante caro, un gobelino francés decorado con la imagen de Charles A. Lindbergh y motivos mexicanos conmemorativo de la visita que hizo el aviador a nuestro país entre diciembre de 1927 y enero de 1928; la misma señora Bush siempre presente en las mesas y en las conversaciones de los restaurantes del Club de Golf Hacienda, en Atizapán, Estado de México, pendiente del regreso de los links de su hijo José Luis.
¡Margotita! Así se refiere a ella mi madre, que tan bien la conoció y quien me comentó que su marido norteamericano de apellido Bush y pariente de quienes han inclusive ocupado la Casa Blanca, fue un pionero del aerotransporte mexicano. Habiéndome acercado a ella un día hace más de 30 años, invitado por mi madre, Dona Margot me compartió como ella solía volar con su esposo y ayudándolo a cargar y descargar aeronaves en los aeródromos en los que operaban sus aerolíneas, caso por ejemplo de Ciudad Altamirano y Arcelia en el Estado de Guerrero. Con tales antecedentes aeronáuticos, no me sorprendió entonces que entre los tesoros que heredó de su marido se encontrase el mentado gobelino lindberghiano cuyo paradero final ignoro cuál es, si bien puedo suponer que lo heredó su hijo luego de su muerte en el año 1989.
Es así que cuando menos me lo esperé, encontré en una nota periodística, aparente y originalmente sin mayor interés aeronáutico, un motivo para sentarme nuevamente ante mi computadora para redactar un texto que pretendo compartir con mis lectores en un espacio editorial especializado en lo aéreo como el que la alberga en esta oportunidad. Y es que uno no sabe realmente con quien trata; en mi caso con la señora Bush con la que confieso que a estas alturas de mi vida me hubiese gustado sentarme a charlar con más profundidad sobre la aviación mexicana de los años 40 y 50. Seguramente me hubiese contado maravillosas anécdotas y por ahí confesarme algo sobre Fidel o por lo menos cómo es que se hizo de ese gobelino; en una de esas ya fuese su marido o ella llegaron a conocer a mi héroe, al que recuerdo conocieron otros socios de ese mismo Club de Golf Hacienda; me refiero a un par de capitanes retirados hace años de Aeroméxico, que se encontraron con Lindbergh en Baja California Sur en los años 60 y con los que ya tuve oportunidad de conversar sobre su experiencia pescando con el piloto del “Espíritu de San Luis”.
No cabe duda: Hay prestar atención a lo que las personitas de cabellera blanca nos tienen que decir, en una de esas resultan generosas fuentes de joyas de experiencia, anécdotas, sorpresas y sabiduría, dignas de ser atesoradas.
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