Es innegable que en el mundo la demanda de pilotos se disparará, y quién sabe si alcancen los pilotos para todos los aviones que están programados a integrarse a las flotas de las diferentes empresas. Éstas, por su parte, están promoviendo leyes que les permitan contratar pilotos de otras nacionalidades, o inaugurando escuelas de vuelo en sus propios países. El caso es que urge hacerse de pilotos en el mediano plazo para poder satisfacer los planes de crecimiento.
Desde los ojos del piloto, eso de que se abran más oportunidades de trabajo suena genial. No obstante, desde la perspectiva del joven ilusionado con hacer carrera en la aviación, la calidad de las escuelas no siempre es la ideal, pues en ocasiones no alcanzan niveles mínimos de aceptación y de seguridad.
Y peor aún, a menudo se torna muy peligroso el estar inscritos en programas donde volar constituye un verdadero riesgo y los últimos accidentes de aviones escuela en México constatan mi afirmación. Las sospechas de corrupción en las esferas gubernamentales nos hacen suponer que esa es una de las razones por las que no se ve mejora alguna.
Esto implica que debemos renovarnos, puntualizar lo que está fallando y lograr mejores escuelas que, aparte de que sean seguras, garanticen los mejores pilotos. Desafortunadamente no se hace lo suficiente desde la propia autoridad, que debería aplicar las medidas pertinentes aunadas a una estricta vigilancia del apego a las leyes y reglamentos.
Es bien sabido que las comparaciones no son buenas, pero es interesante apuntar que en Estados Unidos se acaban de modificar las reglas que establecen el funcionamiento de las escuelas en aquella nación. En efecto, la FAA, que es la autoridad aeronáutica del vecino del norte, modificó trece puntos en el reglamento que rige a las escuelas de vuelo. Esto las hace más ágiles en su funcionamiento, sin perder eficiencia y mucho menos seguridad. La intención es obvia: se están adelantando a lo que viene.
De este lado de la frontera, puede aprovecharse que viene el cambio de gobierno para empezar de una buena vez con la anhelada reestructuración de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) pues, al igual que en otras partes del mundo, en nuestro país proliferarán las escuelas de aviación y alguien debe poner orden.
Supongo que hay muchos requerimientos para abrir una escuela: de entrada debe haber un registro, es decir, algún documento que avise a la autoridad las intenciones de abrir un centro de capacitación, y debe haber una respuesta en tal sentido; lógicamente, se necesitan aviones adecuados para la instrucción e instalaciones apropiadas para su mantenimiento, entre una larga lista de etcéteras.
Cierto es que no hay registro de horas en la “bitácora” de los alumnos, pero esto hay que aclararlo desde un inicio para que no se piense que solo con volar un simulador de escritorio, de esos de tipo casero, es posible anotarse horas de vuelo.
Sin embargo, pienso que si alguien tiene la preparación, los recursos y los deseos de abrir una escuela de vuelo, no se le deben poner trabas. Por el contrario, la autoridad debe ver que se cumplan todos los requisitos para que la instrucción sea segura y de calidad, e incentivar de tal manera a los emprendedores para que aprovechen todo el apoyo del Estado y puedan operar adecuadamente.
Insisto: no porque se tenga un simulador clasificado -que como tal es un aparato sumamente caro-, a lo mejor uno o más aeroplanos y algún tipo de instalación que parezca un centro de capacitación, se le debe extender un permiso a cualquier escuela.
¿Que puede ser buen negocio? Igual y sí lo es. Pero lo que nunca debe permitirse es que el dinero sea el criterio principal. El nivel de exigencia debe ser parejo, tanto para escuelas pequeñas como para los grandes centros de formación. Eso sin duda redundará en la seguridad de las personas que se inscriban, y así la probidad de la autoridad nunca estará en entredicho.
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