Hace una semana, Aeroméxico lanzó un video relacionado con lo que parece ser una campaña en redes sociales; es la historia de Emmanuel Monge, un niño de 5 años con una fascinación por los aviones y un gran sueño: volar. La aerolínea le obsequia un boleto y cumple su sueño.
Personalmente creo que la historia no es muy atractiva, hay detalles que pudieron haber tomado en cuenta para lograr una mejor empatía con los usuarios, como por ejemplo, el boleto es entregado por lo que parece ser un ejecutivo de la empresa cuando un sobrecargo o un capitán de vuelo pudo dar mayor identidad a la historia.
Sin embargo, hay una escena muy interesante; la madre de Emmanuel cuenta que existía un “lugar donde era posible observar los aviones en la pista”, donde la gente no tenía más que asomarse por las gradas para tener acceso a lo que para muchos, me incluyo, es una delicia.
Ver el tránsito de los aviones y las operaciones que hacen posible cada vuelo crea un vínculo entre las personas y la industria aérea (tanto para quienes hemos tenido el placer de volar como también para los que aún no han tenido la oportunidad). Esto es un insight muy fuerte que me abrió la puerta a pensar en cómo una terminal aérea puede generar un lazo emocional con las personas que conviven con el aeropuerto.
En Bahamas hay un aeropuerto famoso por tener una playa que permite sentir, literalmente, los aviones aterrizando y despegando a pocos metros de sus cabezas. Esto es un espectáculo atractivo en sí.
De pequeño, iba al Aeropuerto Internacional Merino Benítez de Santiago de Chile, amaba ir a dejar a las personas y disfrutar de una terraza que permitía ver parte de la vista, pero luego de que éste fue remodelado se clausuraron los pocos lugares donde era posible ver la pista, esto quitó la magia para muchos. A comienzos del 2015, en el aeropuerto de Narita en Japón, pasé horas sentado viendo el ir y venir de aviones de todas partes del mundo, y en las banquitas dispuestas para los observadores, pude ver gente de todas las edades mirando con admiración los bellos aviones que pasaban.
En un foro reciente sobre el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, uno de los expositores invitados contaba la experiencia del cierre de un aeropuerto en la ciudad de Quito, donde al entrevistar a las personas que antiguamente vivieron junto a la terminal, declararon que lo que más extrañaban “es el ruido de las turbinas”. Puede parecer extraño, pero para los amantes de la aviación ese sonido es algo que se puede llegar a disfrutar mucho.
Sabemos que está en desarrollo el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, ojalá contemple un espacio para que las personas puedan tener acceso a observar las luces, sentir el sonido de los motores, los despegues y aterrizajes de esos aviones que tanto nos encantan. La sensación que las personas experimentan cuando van a dejar a un familiar que viaja a destinos lejanos haciendo señales de despedida al avión es muy bella.
Hay que colaborar en la vinculación positiva entre la industria y los usuarios, esto puede incluso, generar un sentimiento de mayor ganas de volar.
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