Durante la segunda mitad de los años cuarenta, el Aeropuerto de Torreón se convirtió en un importante centro de distribución de pasajeros y carga entre el centro y norte del País, en medio de la Comarca Lagunera, llegando a tener una gran importancia por su alto número de operaciones.
El 8 de octubre de 1950, en este aeropuerto se registró un acontecimiento que marcó la vida de aquel aeropuerto, en el cual se vieron involucradas dos personas de una forma muy asombrosa y dramática.
El primer protagonista de esta historia era Cliserio Reyes Guerrero, un joven de 17 años, hijo de un ejidatario de la comarca. Observaba todo el día el aeropuerto, impresionado por el vuelo de los aviones y le entró el sueño de poder volar en uno de eso grandes pájaros de acero, algo que se veía muy difícil para un hijo de un modesto campesino lagunero, pero al parecer tenía fuerza de voluntad y mucho mayor, por lo que estaba dispuesto a cumplir su sueño.
El capitán Jorge Guzmán Lavat, segundo protagonista de esta historia, era un piloto mexicano de gran experiencia. Fue piloto en la Real Fuerza Aérea Canadiense durante la Segunda Guerra Mundial y era extremadamente profesional, llegando a ser muy admirado y estimado en la aviación mexicana.
La noche de ese 8 de octubre sus vidas se cruzaron de una forma muy extraordinaria. Cliserio Reyes decidió que quería volar, y para hacerlo tuvo la gran idea de subirse al timón del avión, pues de otra forma sería imposible.
Durante un par de noches se ubicó en la alambrada del aeropuerto, por donde estaba la cabecera de la pista más lejana al edificio terminal (era la pista 12), pero en esas ocasiones el avión despegó por la otra cabecera (pista 30). Sin embargo, la noche del 8 de octubre, la suerte le “sonrió”.
El vuelo 101 de LAMSA se preparaba para iniciar el viaje con destino a la Ciudad de México. El vuelo se encontraba lleno porque ese día transportaba a un importante grupo de Senadores y Diputados que regresaban de Ciudad Juárez a Ciudad de México, por lo que el avión solamente aterrizó en Torreón para hacer una recarga de combustible.
Se trataba de un DC3 matrícula XA-FUM. A bordo viajaba como comandante el P.A. Jorge Guzmán Lavat y como primer oficial el P.A. Guillermo Bueno. Los pasajeros sumaban 21. Esa noche soplaba viento del sureste, razón por la cual el avión se dirigió a la lejana cabecera 12. Allí los pilotos lo alinearon, checaron magnetos, aceleraron e iniciaron la carrera de despegue. Faltaban unos minutos para dar las 12 de las noche.
El piloto al mando era el comandante Guzmán Lavat, quien durante la carrera de despegue sintió el avión algo pesado de la cola, luego de que tardara más de lo normal en levantarse, pero al alcanzar mayor velocidad, el avión despegó de forma normal. Al retractar el tren, el capitán comenzó a sentir en los mandos una vibración muy leve, pero anormal.
Cuando el avión alcanzó la primera etapa del ascenso, se redujo momentáneamente la potencia de los motores y la vibración cesó, pero al alcanzar el nivel de vuelo y tomar una mayor velocidad, el capitán comenzó a sentir nuevamente la ligera vibración de antes. Le indico al primer oficial que tomará los controles y que informara de cualquier anormalidad, sin embargo él no notó nada preocupante. Volvieron a revisar la lista de chequeo para confirmar que nada había dejado de realizarse.
Al aumentar la velocidad el ligero movimiento hacia atrás y hacia delante de la columna de mando se hacía un poco más perceptible. Llevaban más de media hora de vuelo y el capitán Guzmán Lavat ante la duda, decidió regresar a Torreón para que el personal de tierra de LAMSA revisara el avión. Avisados los pasajeros y el aeropuerto de Torreón, el avión inició el regreso.
Suerte o destino
Y Aquí es donde la historia toma tintes dramáticos, la vibración que había sentido el capitán Jorge Guzmán Lavat, era ni más ni menos que el cuerpo de Cliserio Reyes acostado sobre el plano de control derecho, pegado al timón y generando una alteración aeronáutica, ligera pero que por extraña había obligado al capitán a regresar a Torreón, informando a la estación de LAMSA que lo hacía por falla en los controles.
El hecho de que viento de esa noche soplara del sureste y la decisión que tomó Cliserio Reyes de esperar el avión en la cabecera de la pista 12 del aeropuerto de Torreón la noche del 8 de octubre de 1950, fue la misma suerte que hizo que el capitán Guzmán Lavat realizara todos los virajes hacia la izquierda, para regresar a Torreón y de esta forma, Cliserio Reyes no se cayera, pues la inercia del viaje lo sujeto al timón.
Un encuentro, una sorpresa
Al momento de aterrizar, por la misma cabecera 12, el capitán notó que la cola del avión bajó más rápido y brusco de lo normal. Cuando el XA-FUM se detuvo en la plataforma del aeropuerto, fueron los dos pilotos que bajaron primero del avión, siendo ya esperados por personal de LAMSA, tras intercambiar impresiones con el jefe de aeropuerto y el mecánico encargado en el turno, empezaron a inspeccionar con lámparas la cola del DC3.
Fue cuando el comandante Guzmán Lavat noto a un hombre tendido sobre el plano del empenaje y pensó que era un mecánico. Pero al momento de acercarse que no tenía el overol del LAMSA, que no era ningún mecánico de la empresa y entonces comenzó a gritarle, preguntándole por qué estaba ahí. Como no obtuvo respuesta, se acercó más y lo tocó, notando que estaba totalmente entumecido, rígido y frío, por lo que indicó al personal que lo bajaran del plano y lo depositaran en el suelo.
Cliserio Reyes solo podía escuchar voces y gritos de la gente que lo rodeaba pero no comprendía y no pensaba con claridad, por lo que tampoco podía contestar. Mientras que Jorge Guzmán Lavat procesaba lo ocurrido y no daba crédito a lo ocurrido, desde la despegue, la vibración en el vuelo, así como el intempestivo encuentro de este joven en el empenaje del avión.
Un vuelo para la historia
Ya era de madrugada cuando Cliserio fue llevado a la oficina de Operaciones de LAMSA, la cual era un remolino de gente, había desde pilotos y autoridades aeronáuticas y policiacas, hasta algunos senadores y diputados que eran pasajeros del avión y se acercaron a escuchar la historia.
El joven lagunero despertó bruscamente de su sueño, que terminó siendo una pesadilla. Tuvo muchísima suerte o bien Dios se apiado de él, pues salió vivo de su imprudencia. En ese momento tenía miedo, sed, frío, todas las emociones encontradas, pero al final, Cliserio Reyes Guerrero había volado arriba de un DC3 y vivía para contarlo.
Por su cuenta, el comandante Jorge Guzmán Lavat , concluyó la revisión del XA-FUM, sin encontrar ningún problema técnico, especialmente con los controles. Y tras constatar la historia del joven Cliserio Reyes, tomó la decisión de continuar el vuelo a la Ciudad de México. En la bitácora del avión, Guzmán Lavat anotó que el vuelo 101 de LAMS, del día 8 de octubre de 1950, alcanzó una altura máxima de 12 mil pies, y tras 59 minutos de vuelo aterrizó nuevamente en el aeropuerto de Torreón para una revisión en los controles de mando, de esta forma quedó constatado que el joven campesino había realizado una hazaña.
Cliserio Reyes, recibió el apoyo de la comunidad aeronáutica de La Laguna. Su tenacidad lo llevó a convertirse en un piloto real al obtener su licencia de Piloto Aviador. Primero trabajó como fumigador y posteriormente se trasladó a Chiapas, donde fundó una empresa junto con el Capitán Delmar Román, que se llamó Servicios Aéreos Reyes Román, S.A., y más tarde voló para la Secretaria de Recursos Hidráulicos, además de pilotar aeronaves privadas. Logró alcanzar más de 12,000 horas de vuelo anotadas en su bitácora.
Por su parte el comandante Jorge Guzmán Lavat, continuó volando por muchos años en la aviación comercial, y tras dejar a LAMSA por seguir un aventura en la aviación general, voló por un corto periodo en Mexicana de Aviación y se incorporó posteriormente a GUEST Aerovías México, volando los Super Constellation L-1049G y más tarde fue de los primeros pilotos en volar en la Era del Jet en la ruta México-Europa en el Comet 4C. Finalmente voló en Aeroméxico, terminando su carrera como comandante de aeronaves Douglas DC8, en 1979, con más de 25,000 horas de vuelo.
Ambos pilotos coincidieron solo una vez más, brevemente en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a principios de los años setenta. Ambos a bordo de sus respectivos aviones.
Esta locura, imprudencia o un acto desesperado por volar de un joven campesino mexicano, pasó a formar parte de la historia, no solo de nuestro país, sino de la aviación mundial, pues ha quedado incluida en un gran número de libros que se han escrito sobre la vida de otro legendario, el Douglas DC3.
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