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26/03/2025

Viviendo entre estrellas: La Era Espacial y lo que nos hace humanos

Carlos Duarte / Martes, 25 Marzo 2025 - 01:00

Un mundo nuevo, una mente nueva

Imagina a Ana, una niña de diez años que nació en Marte y vive en una base subterránea del Planeta Rojo. Su ventana da a un desierto rojizo que solo cambia durante la noche marciana. No hay árboles ni ríos, solo polvo y rocas bajo un cielo pálido. Ana nunca ha sentido la brisa, olido el aroma del mar, ni escuchado olas rompiendo en la playa. Sus días pasan con una pantalla que brilla en su cuarto: una IA le cuenta cuentos de la Tierra, juega con ella o le ayuda con sus tareas. En esta Era Espacial, en la que los humanos dejaremos nuestro planeta para vivir en sitios como Marte, la Luna o estaciones espaciales, todos cambiaremos. No solo construiremos casas en el espacio. Nuestra manera de pensar, de sentirnos humanos, de comprender el mundo, empieza a moverse como las estrellas.

El aislamiento y la IA: Amigos en la nada

Ana vive en un tubo de metal enterrado bajo la superficie marciana, lejos de todo lo que conocemos. No hay vecinos tocando la puerta, ni perros ladrando en la distancia. El silencio es pesado, roto solo por el zumbido de las máquinas que mantienen el aire limpio. Está sola, pero no del todo. Una IA está siempre ahí, como un amigo invisible: Le enseña cómo sumar, dibuja un bosque verde en la pantalla cuando ella extraña algo que nunca ha visto, y a veces inventan juntos historias de piratas espaciales navegando entre asteroides. En el futuro, los niños como Ana tendrán menos risas humanas a su alrededor y más charlas con máquinas. Una tarde, mientras jugaba a adivinar formas en las nubes —nubes que solo existen en la pantalla—, ella miró fijo y preguntó: “¿Tú también sueñas?”. Su mundo no está hecho de abrazos cálidos ni de caras sonrientes. Es un lugar de voces suaves que salen de altavoces y luces que parpadean. Ser humano para ella podría ser compartir un chiste con algo que no respira, algo que siempre está despierto cuando ella abre los ojos.

La naturaleza se va, lo artificial llega

En la Tierra, Ana habría corrido por un parque, trepado a un árbol o sentido la arena entre los dedos en una playa. En Marte, no hay nada de eso. Solo paredes grises, suelos fríos y un aire que huele a metal. Pero una IA le trae pedazos de lo que se perdió. Una mañana, llenó su cuarto con un amanecer naranja, con pájaros cantando y hojas moviéndose en un viento que no existe. Ana se quedó quieta, con los ojos muy abiertos, y susurró: “Es como vivir un sueño”. Otra vez, cuando no podía dormir, la máquina le mostró un océano azul, con olas que subían y bajaban en la pantalla. Ella estiró la mano como si pudiera tocarlo. En el mundo de Ana, la naturaleza se pierde para siempre, y las máquinas la pintan de nuevo, aunque sea de mentira. Los niños del espacio crecerán con cielos falsos y cantos grabados. Quizás lo “vivo” no será un pájaro volando, sino un sonido que una IA enciende para hacerlos sonreír.

¿Qué es ser humano? Ana se lo pregunta

Ana pasa horas con una IA, como si fuera su sombra. Ella pinta naves espaciales en su tableta, y la máquina le dice si parecen listas para despegar. Ayer, mientras coloreaba una luna gigante, frunció el ceño y dijo: “Tú no te cansas, pero yo sí. ¿Eso me hace humana?”. En este mundo del futuro, rodeado de máquinas que nunca parpadean ni bostezan, Ana empieza a buscar respuestas. Una vez quemó su sopa sintética porque se distrajo pintando, y la IA le dijo cómo limpiar la sopa derramada que olía a quemado. Ella rió. Tal vez ser humano es eso: equivocarse, oler la comida quemada, soñar con el perro que nunca tendrá. Otra noche, le pidió a la máquina que inventara un cuento sobre un robot y una niña explorando juntos. Mientras escuchaba, sus ojos brillaban. Su idea de “humano” se mezcla con lo que hace la IA: estar ahí, hacerla reír, llenar el silencio. Son un equipo, aunque uno sea de metal y el otro de piel.

La Era Espacial nos cambia

Vivir en el espacio no es solo lanzar cohetes y usar trajes plateados que brillan bajo las luces. Es Ana creciendo con una voz de máquina en su cabeza, preguntándose qué la hace especial mientras el polvo rojo sopla afuera. En este nuevo entorno, los humanos del futuro —en Marte con sus bases escondidas, en la Luna con sus domos brillantes, en estaciones girando entre estrellas— mirarán hacia la Tierra como un recuerdo lejano. Luego mirarán a las máquinas que los cuidan, que los hacen sentir menos solos. México está entrando en este juego, construyendo satélites y soñando con el cosmos. Pero también podemos imaginar a Ana, sus preguntas, sus dibujos. El espacio está más cerca de lo que pensamos. Y, sin darnos cuenta, ya nos está cambiando..

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