El entorno aéreo, como hemos comentado en repetidas ocasiones, representa un espacio-contexto de intercambio global sin precedentes. Lo que hace apenas un siglo y por al menos dos milenios representaba el mar como un medio de vinculación e intercambio entre diferentes sociedades y naciones en el mundo, el entorno aeronáutico se ha convertido en el concepto vinculante entre todas las naciones de la tierra. De hecho, el espacio aéreo de las naciones tiene una soberanía limitada -hasta la Línea Káramán, equivalente aproximadamente a 100 kilómetros sobre el nivel medio del mar- ya que a partir de ese punto se extingue cualquier capacidad exclusiva de los Estados.
Así como el aire y el espacio representan una oportunidad de vinculación e intercambio internacional considerable, también representan un espacio de intermediación e interacción global para fines de defensa y seguridad mutua. Como hemos señalado en este espacio en repetidas ocasiones, quien controla los cielos tiene domino de tierra y mar; y en consecuencia la Presencia y Dominio Aéreo son conceptos estratégicos para los Estados Contemporáneos. Esto lleva consecuentemente a que el manejo y control del entorno aéreo sea un tema prioritario para las naciones del siglo XXI.
Desde mediados del siglo pasado, con el desarrollo de la llamada Guerra Fría entre la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas y sus Estados Satélite (agrupados en el llamado Tratado de Varsovia) y por otro lado los Estados Unidos de América y sus aliados (agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN) el espacio aéreo ha sido un entorno vital para la Seguridad Global, pues se asume que en caso de un acto bélico frente a cualquiera de las partes el monitoreo del mismo sería vital como una alerta temprana. Por este motivo, desde entonces se han generado varios tratados y acuerdos internacionales para el monitoreo del espacio aéreo y exterior, así como de los mecanismos de reconocimiento y sobrevuelos preventivos como instrumentos de adquisición de inteligencia preventiva y como disuasión de intenciones bélicas o preparaciones para tal fin por cualquiera de las partes de lo que entonces era un mundo bipolar.
A la caída de la Unión Soviética, el colapso del Tratado de Varsovia y el surgimiento de la Federación Rusa esta posición evolucionó a una visión de “Cielos Seguros”, es decir, de un programa mundial de monitoreo y de vuelos de reconocimiento de diversos actores internacionales como una red preventiva de escalamiento de conflictos, disuasión a intenciones bélicas y mal empleo del entorno aeroespacial. Lo anterior se orientó a brindar confianza a la comunidad internacional, a pleno conocimiento que, si todos monitoreaban a todos, nos encontraríamos con un entorno global más seguro y responsable.
Bajo esta lógica y espíritu el 1 de enero de 2002 entró en vigor el Tratado de Cielos Abiertos, donde 34 países se comprometieron a abrir sus espacios aéreos a la vigilancia, el reconocimiento y el monitoreo mutuo con un instrumento preventivo/disuasivo de agresiones de otros Estados. Estados Unidos, Rusia, Inglaterra y buena parte de la ahora Unión Europea se adhirieron a este tratado, y de manera responsable por 18 años se han llevado a cabo acciones conjuntas para hacer del entorno aéreo mundial un espacio y medio de confianza, de seguridad mutua y de responsabilidad compartida por la comunidad adherente al acuerdo.
Hasta que llegó a la Presidencia de Estados Unidos Donald Trump. Característico a su estilo personal y de gobierno -mismo que está por concluir en apenas dos meses- desde su arribo a la Casa Blanca su administración la toma de decisiones internacionales de este personaje se ha distinguido por la irresponsabilidad, el profundo desconocimiento, el más abyecto rechazo a los compromisos adquiridos por otras administraciones, por la deshonorabilidad, el doble discurso proteccionista/personalista, y la falta de respeto a otros actores internacionales. Parece que fuera hace décadas, pero apenas hace cuatro años su posicionamiento ante la comunidad internacional fue tan anti-sistémico y contrario a la tradición diplomática norteamericana causó graves conflictos internacionales y una seria disrupción de la dinámica estadounidense desde hace al menos siete décadas.
Recordemos que desde hace tres años Trump ha señalado su intención de abandonar la OTAN, las Naciones Unidas, y la Organización Mundial de la Salud (en plena pandemia, cabe aclarar), y bajo un discurso de “primero Estados Unidos”, ha cometido errores estratégicos que han vulnerado profundamente la Seguridad e Integridad Nacional de nuestro vecino del norte. Y justo en esta “tradición y costumbre”, y justo a días de concluir su gobierno en medio de reclamos y cuestionamientos a sus instituciones e instrumentos democráticos, Donald Trump en un profundo acto confrontacional e irresponsable decide abandonar el Tratado de Cielos Abiertos.
El argumento que se manejó mediáticamente es para que “Estados Unidos mantenga su soberanía”. La realidad es para que ningún otro país pueda monitorear lo que hace. Pero en la vida real es un total absurdo: cualquier país puede realizar labores de reconocimiento desde el espacio con satélites artificiales, ya que no hay soberanía en este entorno. Por lo tanto, el Tratado de Cielos Abiertos era una muestra más diplomática de transparencia y confianza mutua que una verdadera necesidad estratégica. Era un “Pacto de Buena Voluntad”, y de esa manera se entendía.
Pero con la abrupta e innecesaria salida de EUA de este acuerdo multinacional, se abre la puerta a que otros países como Rusia hagan lo mismo, y eso preocupa a las naciones europeas por las posibles implicaciones diplomático-militares de su vecino en los Urales. En pocas palabras: se acabó la confianza mutua, provocada por el irreflexivo capricho de un “líder” en vías de salida del escenario político y su muy posible ingreso a los anales de la historia como un promotor de la desunión y la confrontación internacional sin sentido.
Lejos están los días de un Estados Unidos conciliador y promotor -por las buenas o las malas- de la cooperación internacional. Tal vez con el cambio de gobierno que se avecina cambien las cosas, y ciertamente tendrán un difícil reto al tratar de revertir el gran daño que ha causado la Administración Trump en la confianza del mundo hacia su país. Recordemos que todo esto abrió las puertas a Rusia y China para reclamar como propio un liderazgo abandonado por Washington. Esto genera incertidumbre, desconfianza e inseguridad para muchos actores internacionales.
Se cierran los Cielos Abiertos, y al menos por dos meses tendremos Cielos Obscuros al ser caracterizados por la desconfianza y la falta de coherencia discursiva. Esperemos en el porvenir se abran otros espacios, y entremos a una nueva era de seguridad mutua, cooperación y responsabilidad compartida a nivel global en el entorno aeronáutico y espacial al inaugurar la tercera década del tercer milenio.
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