En las últimas semanas hemos sido testigos de muchos desencuentros y problemas sobre la manera como debería abordarse la gestión del transporte aéreo en nuestro país, con todas las áreas que implica, desde el gobierno federal y desde la iniciativa privada. Pareciera que no hay forma de establecer un solo rumbo y ya se sabe que si no hay rumbo, aunque haya “mando” no llegamos a ninguna parte.
En el caso del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a los problemas derivados del rediseño del tránsito aéreo que hicieron crisis en mayo pasado, hay que agregar la situación de la infraestructura de tierra que lleva ya 70 años de vida y que pareciera estar en una situación de crisis terminal (nunca mejor dicho).
En realidad hay aeropuertos tan viejos como éste o más y que están en mejores condiciones gracias a los trabajos de remodelación y de modernización que han tenido. No es cuestión de edad sino de conservación, pero también de comprender que la aviación no puede ser rehén de las disputas políticas y/o ideológicas.
Después de la decisión de no hacer Texcoco, el AICM debió haberse remodelado del todo.
Había proyectos en ese sentido que contemplaban una Terminal 3 (hasta hubo alguno que incluía una T4 que nunca fue tomado en cuenta pese a su pertinencia). Y ya desde 2019 se sabía con toda certeza que la Terminal 2 debía someterse a una cirugía mayor, lo mismo que el rodaje Bravo, y que el drenaje sufría de alteraciones por el hundimiento, y la situación del Cárcamo V, entre otras urgentes obras que se requieren.
La pandemia trajo un impasse que dio al traste con los proyectos. Y también con el dinero posible para seguir sobreviviendo, porque sabemos que los TUA’s se destinan a pagar los bonos del aeropuerto que no se hizo, pero los ingresos comerciales y otros derechos que se generan en la operación podrían servir para hacer obras, si no fuera porque en los meses de pandemia fueron prácticamente nulos.
A la falta de ingresos se aúna la astringencia presupuestal (hoy llamada Pobreza Franciscana) que estrangulan las posibilidades de hacer algo, lo cual no importaría si no fuera porque el “bache” de la zona de toque de la pista no es un asunto menor: nadie le ha explicado al presidente que un “triste” bache en una pista de aterrizaje no es como el de una carretera, podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. Una pista contaminada puede causar fatalidades y ahí está, sin ir más lejos, el caso del Concorde que hace 22 años se topó con una lámina metálica y terminó en tragedia.
Por otro lado, jugar con la posibilidad de destruir la Terminal 2 o incluso de cerrar el AICM es hoy una pésima señal. La Terminal 2, esté o no colapsada en su base, puede ser reparada y vuelta a pilotear adecuadamente por fases. No olvidemos que ahora mismo, el Benito Juárez alberga la tercera parte de las operaciones aéreas y es el mejor seguro para que nuestra aviación se recupere del todo al salir de Categoría dos. Este, por cierto, otra asignatura pendiente. Hoy en día esta cirugía mayor ya no es una elección sino una obligación.
E-mail: raviles0829@gmail.com
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