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Me preguntan mis allegados si será que la aviación civil global se ha vuelto peligrosa, lo anterior a raíz de la reciente serie de accidentes aéreos, casos notables los ocurridos en Kazajistán en diciembre, involucrando un avión Embraer 190 de Azerbaijan Airlines y de la impresionante colisión contra un muro de un Boeing 787-800 de Jeju Air en Corea del Sur; del choque en vuelo ya en enero de un avión de American y un helicóptero militar en las cercanías del aeropuerto Reagan de Washington, D. C. y para efectos mexicanos de un avión ambulancia de matrícula nacional en Filadelfia, ambos en los Estados Unidos, además de otros accidentes, no menos lamentables, pero sin duda menos mediáticos en otras geografías.
Comprendo la preocupación que estos eventos generan en la opinión pública, sin embargo, debo anotar que, tanto a nivel mundial como local en México, los índices de seguridad en las operaciones aéreas afortunadamente históricamente tienden a seguir mejorando, tal y como lo han hecho por décadas producto de ese enorme esfuerzo tecnológico, operativo y regulatorio por parte de los aeronáuticos del mundo entero, con altibajos es cierto, pero cada año con mejores números. Si bien los tristes casos antes mencionados ponen presión en la estadística de forma negativa, estoy convencido que, por lo menos a estas alturas aún no modifican tendencias a no ser que sigan sumándose accidentes en cantidades extraordinarias, algo nunca hay que descartar, pero que no puedo vislumbrar en base a la información con la que cuento. Y es que aun con los retos para la seguridad aérea que en mi opinión provienen especialmente del incremento de las tensiones geopolíticas internacionales, de malas prácticas operativas y de la debilidad de la gestión de algunas autoridades aeronáuticas nacionales, incluyendo a algunas latinoamericanas, caso mexicano y de manera destacada la norteamericana, volar sigue siendo tan seguro en este 2025 como lo fue en el 2024.
Para que esto no cambie, lo que el público debe hacer, más que preocuparse, es ocuparse en presionar a sus representantes sociales, comenzando por sus congresistas electos, para que se aseguren que el ejecutivo federal haga el trabajo que le corresponde en materia de gestión de la seguridad de la aviación civil en su soberanía, labor a cargo en nuestro país de la Agencia Federal de Aviación Civil, dependiente, por lo menos en el papel de la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes, autoridad aeronáutica a la que hay que dotar a la brevedad de aquello que necesita para que esté en condiciones de velar por cielos seguros no solamente en México, sino también en los que operan aeronaves mexicanas. No hay que olvidar que algunos casos más relevantes de pérdida de aeronaves y vidas involucrando aeronaves mexicanas han tenido lugar fuera del país; baste con recordar el accidente de un Boeing 737-200 de Global Air registrado en La Habana, Cuba en el año 2018 con un saldo de 112 fallecidos.
Dicho en otras palabras: No son tiempos de alarmarse por los recientes desastres aéreos, sino de lamentar las pérdidas de vidas y de presionar por los canales ciudadanos y legales a quien haya que hacerlo a nivel local y externo, incluyendo por medio de espacios de opinión como este, para que no bajen la guardia en materia de seguridad aeronáutica, por cierto, insisto, uno de los más grandes logros de una humanidad que comenzó a volar aviones en 1903, casi cuando los más añejos viejitos aún con vida, ya habían nacido.
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