Bien se dice que “divide y vencerás” y sin duda que el actual primer mandatario mexicano lo sabe perfectamente, tanto que no ha hecho otra cosa que polarizar aún más el de por sí fragmentado tejido social mexicano con tal de ganar y mantener el poder, aun cuando ello suponga atentar contra la unión de núcleos tan importantes como son los familiares y los fraternos, estos últimos entendidos como amigos que se tratan como hermanos. Desde un punto de vista humanista la fraternidad es vista como el lazo de unión entre los seres humanos basado en el respeto a la dignidad de la persona, la igualdad de derechos y la solidaridad de unos hacia otros.
Si bien siempre con algunas naturales diferencias entre ciertos integrantes, la comunidad aeronáutica mexicana, por lo menos aquella en la que me he manejado, se había caracterizado por una envidiable homogeneidad en torno a un propósito común: el vuelo humano en condiciones de seguridad, eficiencia, sustentabilidad, sostenibilidad y calidad. Más allá de ideologías, orígenes, responsabilidades, educación o clases sociales, a los aeronáuticos mexicanos nos unía el maravillarnos por concebir, volar a bordo, ver, regular, operar, mantener, administrar o tripular aeronaves, al grado que los espacios físicos o virtuales en los que solemos reunirnos se convirtieron en una suerte de santuarios de paz conforme uno sabía que, al acceder a ellos, no le esperaba otra cosa que gratos y relajados momentos compartiendo y debatiendo respetuosamente con ajenos y extraños la común pasión.
Hasta que llegó la mentada 4T y puso su destructiva mirada en los aeropuertos y el aerotransporte civil, a los que ha decidido depositar en manos de las fuerzas armadas, generando sentimientos encontrados entre los integrantes de la industria, algunos de los cuales apoyan tales decisiones, mientras que otros, honestamente caso de quien firma esta columna, las vemos con enorme preocupación y no dudamos en denunciarlas con la misma vehemencia que quienes son afines al régimen las aplauden, contexto en el que, como sucede en los accidentes aéreos, barreras en este caso como el sentido común, la prudencia, la educación, los lazos familiares o fraternos o las propias leyes, poco a poco van cayendo, solo para dar paso a esa catástrofe que es la ruptura, no siempre temporal, de una relación personal.
Como nunca lo había visto en mi vida estoy constatando, y creo que no soy el único, como la figura de López Obrador logra fracturas de entrañables lazos, que otrora parecieran inquebrantables, generándome enorme preocupación debido a que como descendiente de exiliados republicano español estoy familiarizado con las grandes pasiones, pero también, con las nefastas consecuencias de los enfrentamientos en torno a ellas. Conforme mis dedos invaden el teclado me pregunto: ¿Me puedo dar el lujo de tener la razón al enviar a publicación esta entrega?
No le es la primera vez que empleo los espacios editoriales que albergan mis textos para hacer un llamado a la unidad entre los aeronáuticos mexicanos, misma que elevo en esta entrega en particular, a un llamado de cordura. Y es que debo confesarle estimado lector que no me puedo dar el lujo de seguir perdiendo amistades ejerciendo mi derecho a no estar de acuerdo con la destrucción de la aviación civil mexicana, proceso ejemplificado de manera por demás clara con el empleo de la icónica marca “Mexicana” y su logotipo en un emprendimiento de carácter político- militar que poco o nada tiene que ver con el espíritu con el que se redactó el Convenio de Chicago sobre Aviación Civil Internacional de 1944, respaldado en México por la inteligencia, honestidad y madurez de personajes procedentes tanto de las fuerzas armadas como de los cuadros civiles, caso notable del ingeniero y militar hidalguense Juan Guillermo Villasana López, quien tal y como lo afirmé en una nota publicada el pasado mes de octubre, tuvo la inteligencia de entender dos décadas antes de que las naciones se reuniesen en Chicago para poner orden a lo aéreo, que había que “dar al César lo que es del César”, que no es otra cosa que otorgarle un marco regulatorio y una gestión civil, valga la redundancia, a la aeronáutica civil, distanciándola de la militar, con el fin de otorgarles y beneficiar a ambas, además de la independencia que requieren, que en mi opinión, debe ser preservada en aras de sus mejores intereses, que no hay que olvidar, son también los de México.
Bien decía Voltaire al exaltar el valor del respeto y la tolerancia, además del derecho a la Libertad de Expresión como cimientos de una sociedad democrática que se puede estar o no de acuerdo con lo que otros dicen, habrá que defender hasta la muerte propia su derecho a decirlo.
Solo espero que en este 2024 expresemos lo que necesitemos decir con prudencia y en el caso de los lectores de A21 con amor por lo aeronáutico, olvidándonos en lo posible de filias y fobias políticas en el proceso, para así mantenernos unidos, a fin de que, cuando en caso de encontrarnos por ahí nos saludemos como hasta ahora con gusto y ¿por qué no?, con cariño, algo que solamente se puede conseguir mediando antes que nada el respeto.
¡No dejemos que nos sigan dividiendo los políticos! Si tenemos algo que resolver en materia aeronáutica, discutámoslo y hagámoslo, pero siempre volando en formación.
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