Mucho se discute en los medios y redes sociales y, por cierto, con bastante justificación, el tema de las complicaciones y retrasos en materia de exámenes médicos, y trámites de expedición de documentos, que tiene que enfrentar el personal técnico aeronáutico mexicano a la hora de obtener por primera vez, o renovar, sus indispensables licencias.
“Lidiar con la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC) para un trámite de licencia, es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo…”, decía un tuit de fecha 22 de mayo de 2023, mismo que además de hacerme reír un rato, detonó el presente comentario editorial.
Tomando en cuenta la información, comentarios y anécdotas respecto al tema a las que he tenido acceso en estas semanas, debo confesar que no me gustaría estar en los zapatos, digamos de un piloto aviador, cuya licencia está por vencer o de plano ya venció y debe renovarla con tal de poder seguir haciendo su función, o del operador que requiere de este personal para seguir atendiendo su mercado.
No pretendo abonar negativamente al clima en el ambiente aeronáutico nacional sumando una crítica a la gestión de una entidad o sus funcionarios. Lo que definitivamente voy a concederme es el lujo de compartir con mis estimados lectores una experiencia, cuando en su momento, hace ya 45 años, tuve el privilegio de obtener mi licencia de piloto privado, expedida por la entonces Dirección General de Aeronáutica Civil, por cierto convalidada de manera por demás expedita por la autoridad aeronáutica norteamericana, permitiéndome así ser piloto también en los Estados Unidos.
Lo cierto es que, en el año 1978 y con apenas 16 años de edad, así es, un virtual chamaco, pude realizar el proceso por mi cuenta y sin mayor complicación que no fuese el asegurarme que las cartas de autorización para que realice los cursos y los cheques firmados por mi generoso padre para pagar a la escuela de vuelo le llegasen en tiempo y forma y claro está, pasar los correspondientes exámenes médicos, académicos y de vuelo. Dicho de otra manera: no tuve que recurrir a “coyotes”, gestores externos, “aceitaditas”, favores o apoyos especiales para recorrer en unos cuantos meses el camino desde la obtención del Permiso de Prácticas de Vuelo hasta la Licencia de Piloto Privado, sin ese estrés que hoy día me genera la idea de tener que realizar cualquier tipo de diligencia ante alguna institución pública o privada.
En la medida en la que trámites como los relacionados con la obtención o revalidación de documentos tan importantes para garantizar la seguridad de las operaciones aéreas, caso de las licencias, se sigan complicando, tal y como todo parece indicar está sucediendo, la competitividad de la aviación civil mexicana y de su aviación comercial en particular, seguirá, como diríamos los que alguna vez hemos estado al mando de una aeronave: “estoleándose”.
¿Hasta cuándo será que se comprenda que el aerotransporte es una industria estratégica que merece ser atendida como tal? ¿Qué es lo que tiene que ocurrir para que finalmente se le otorgue a la autoridad aeronáutica mexicana los recursos, independencia de gestión y talento administrativo que requiere para cumplir con su vital función en lo que toca a conectividad aérea nacional e internacional del país?
¡No lo quiero ni pensar!
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