El Northop Grumman B-21 “Raider”, recientemente presentado por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF), es el último de los grandes bombarderos estratégicos con los que los norteamericanos han intentado dejar claro a sus enemigos, reales y potenciales, que con Washington no se juega, en especial en lo que a armas nucleares toca.
De acuerdo con las notas periodísticas, el B-21 entraría en servicio en el año 2025, reemplazando al B-1 “Lancer” y a la Superfortaleza Boeing B-52. Lo primero, sin duda, lo creo, en donde tengo sospechas es en lo referente al icónico B-52, al que apenas en 2021 se informó se le inyectarán billones de dólares para, entre otras cosas, mejorarlo con nuevos motores. ¿Será que, para variar, las cosas no le están saliendo bien a Boeing con el proyecto? No debemos descartarlo, como no debemos dejar de considerar la posibilidad de que el ocho turbofanes finalmente cuelgue sus alas en un plazo tan breve, como podría ser el año 2030, tiempos en los que, en una de esas, la producción del B-21 marche a “tambor batiente” y permita contar con los ejemplares que requiere.
La era de las letales plataformas aéreas desde las que, potencialmente, puede caer un infierno de radiación y fuego sobre la faz de la tierra, acabando con la raza humana, comenzó con el Boeing B-29, concretamente con el tristemente famoso “Enola Gay” destruyendo Hiroshima, al mando del entonces coronel Paul Tibbets, a quien este analista aeronáutico alguna vez conoció en Columbus, Ohio, donde residía y murió. No tardó en llegar el que considero fue el primer gran bombardero estratégico del mundo: el Convair B-36 “Peacemaker” de 1946, aeronave a la que catalogo entre las más impresionantes jamás concebidas y a la que, por cierto, pude ver en una inolvidable visita al Museo de la USAF, en Dayton, Ohio, en 2001, en la que también disfruté del pretenso bombardero supersónico estratégico de ala delta North American XB-70 “Valquiria”.
“Qué triste es que tan hermosas aeronaves tengan fines de guerra (destructivos)”, comentó por ahí un forista en un grupo de WhatsApp al que pertenezco. Si bien concuerdo con lo expresado, también soy de la idea de que los grandes bombarderos resultan unas de las más efectivas herramientas de disuasión, ingrediente de primera importancia en el contexto geopolítico para evitar una tercera guerra mundial, casi seguramente de carácter nuclear, y que no hay que olvidar, bien pudo haber dado inicio en el marco de la llamada “Crisis de los Misiles” en Cuba, en 1962.
Complemento mi apunte con el detalle de que, nos guste o no el tema de la guerra, al cual veo desgraciadamente como parte inherente al ser humano, esta termina las más de las veces por traducirse en avances tecnológicos, que eventualmente benefician a la aviación civil. Además, hay que ser honestos, algunas aeronaves militares, aún con toda su carga de letalidad, resultan hermosas (baste recordar al Supermarine Spitfire) y generan considerable actividad económica y empleos aeronáuticos, caso de esas alas voladoras como el nuevo juguete en el arsenal bélico norteamericano que inspira esta entrega.
Esperemos que nunca, absolutamente nunca, caiga de un B-21 un arma que no sea en un ejercicio de entrenamiento. Por lo pronto, ¡bienvenido sea el modelo a la historia de las construcciones aeronáuticas!
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