Nuevamente llegamos a otro diciembre y a un nuevo… ¿tan rápido?
Seguramente así cuestionarán aquellos para los que, habiendo ya entrado a niveles superiores de vuelo, digamos al cuarto piso, cada año se pasa más y rápido. ¡Si supieran lo rápido que nos pasan los años a los llamados “adultos mayores”!
Además de regalos, fiestas, brindis y atracones, diciembre nos recuerda a los hermanos Wright, cuyo primer vuelo propulsado, por cierto, el primero controlado de una aeronave más pesada que el aire, tuvo lugar un 17 de diciembre pero de 1903, efeméride que al calor del ponche en las posadas navideñas en las organizaciones aeronáuticas cada año tiende a olvidarse más y más, como si volar fuese un acto providencial y no consecuencia de un enorme esfuerzo humano,
“Cuando un avión abandona sus ruedas para trasladarse sobre sus alas,
Para la Ley de la Gravedad es una intromisión,
Para un piloto es la razón de su vivir
Y para todos los demás es un milagro…”
Desconozco el nombre el autor de este pensamiento que me remonta a la naturaleza del vuelo humano y me plantea algunos cuestionamientos:
¿Será posible que volar sea para alguien aquello que lo mantiene en vida?
¿Existe tal milagro llamado “Vuelo Humano”?
¿Qué es lo que perseguía el humano de la antigüedad al tratar de emular a las aves y alcanzar los astros con tan sólo un plumaje y algunos maderos adheridos al cuerpo?
¿No fue así el sacrificio del Rey Bladud, que murió al arrojarse del templo de Apollo en Trinvantum (hoy Londres, Inglaterra) en un intento de volar en el año 843 antes de nuestra era?
Leonardo da Vinci, quien no se arrojó desde nada para probar sus teorías, definitivamente imprimió al vuelo del hombre un carácter más técnico, humano y menos místico.
Curiosidad, vocación científica, anhelo místico, locura o gusto por lo circense..., ¿qué es lo que llevó al hombre a derrotar las leyes naturales y emprender finalmente el vuelo en Francia en 1783, gracias a los hermanos Montgolfier o a personajes como Otto Lilienthal, Clément Ader y Octave Chanute a sentar las bases para que en las Dunas de Kitty Hawk, Carolina del Norte, los hermanos de Dayton, Ohio experimentasen con su aerodino, pensando, según algunos románticos, en los beneficios que su invento pudiera traer para la humanidad, si bien ha quedado demostrado que los Wright en realidad pensaban en su negocio, llegando al grado de pretender apropiarse por medio de una patente del concepto integral de avión.
¿Y qué nos ha traído el vuelo humano?
Al final de cuentas usamos al avión para transportarnos y transportar mercancías, no sólo con mayor velocidad, sino también con más seguridad que otros medios de transporte. Lamentablemente le dimos el poder de destruirnos con sus aplicaciones militares y su capacidad de contribuir al deterioro del medio ambiente, además de ser, tal y como desde el año 2019 con el Covid, un vehículo de propagación de epidemias, obligándonos como en todo, a la mesura y la contención para que la herramienta nos otorgue más de lo que nos quita.
En cualquier caso, siento que el balance es positivo y los humanos debemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado en el aire, al que hemos conquistado en mi humilde opinión, por orgullosos y entrometidos y místicos. Orgullosos por querer escapar de alguna manera de nuestra terrenalidad; entrometidos, porque hemos osado invadir con nuestras aventuras los espacios de los astros, las nubes y las aves; y místicos, porque nos encanta penetrar en lo que no podemos comprender.
Lo cierto es que los humanos nos seguimos maravillando al ver, por ejemplo, a un gigante como el Boeing 747 despegar, como seguramente lo hicieron los parisinos cuando vieron al globo de los Montgolfier elevarse con dos humanos en su canastilla.
En pocas palabras: el hombre vuela porque es muy necio y siempre soñó en volar, un sueño que aún hecho realidad no deja de sorprenderle y de paso las más de las veces beneficiarle.
Que el 2023 sea un año de grandes vuelos para usted, estimado lector y lectora.
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