Hay que ser honestos, el incidente del pasado 14 de septiembre en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), que involucró a un Embraer 190 de Aeroméxico Connect, a punto de despegar con destino a Mérida, al que supuestamente “se le atravesaron” unos helicópteros militares, pudo haber ocurrido en cualquier aeropuerto del mundo. De no haber sido por esos video-testigos, con teléfono en mano, que se están convirtiendo en los modernos reporteros del mundo, virtualmente nadie se habría enterado de ello y, menos aún, de manera tan distorsionada como lo que rodeó el caso del “Costera 874” en las pistas de Santa Lucía.
La convivencia de operaciones aéreas civiles y militares en un mismo espacio aéreo no es exclusiva de la Base Aérea Militar Número 1 y el AIFA. Dicha escena tiene lugar en varios lugares de la geografía nacional e internacional. Basta darse una vuelta, por ejemplo, a San Diego, California, en donde el otrora Campo Lindbergh, hoy día simplemente Aeropuerto Internacional, está notoriamente cerca de la Estación Aérea Naval de Coronado. El que de dichas actividades no emanen incidentes depende de la calidad de su ejecución, la cual debe estar sujeta a procedimientos, capacitación y algo muy importante: comunicación y coordinación efectiva entre los participantes, algo que estoy seguro es tomado en cuenta en el espacio aéreo mexicano.
Si bien hay versiones que apuntan a que el avión de Aeroméxico Connect inició su carrera de despegue sin haber recibido la correspondiente autorización, lo cierto es que a estas alturas se ignora a qué o a quién se debe atribuir el incidente del 14 de septiembre. Lo primero lo determinarán los investigadores oficiales, mientras que lo segundo seguramente provendrá del no siempre objetivo juicio de los “expertos” en las redes sociales. Lo que definitivamente me queda claro es que, el o la culpable, le hicieron un mal favor a una infraestructura aeroportuaria que de por sí enfrenta un enorme reto de relaciones públicas, como es un AIFA claramente inmerso en una campaña para ganarse la confianza de los pasajeros y los expedidores de carga, algo por cierto harto difícil de lograr y más mediando variables tan complejas y de tanto peso como son las políticas, con las cuales resulta imposible no asociar a este aeropuerto mexiquense.
“Mala Pata”, pero muy mala la que tuvo el de Zumpango hace unos días. La verdad no quisiera estar en los zapatos, más bien en las botas (recordemos que este aeropuerto es administrado por la Secretaría de la Defensa Nacional) a cargo de su área de Comunicación Social. Mi solidaridad con esa persona, pero también una constructiva sugerencia de revisar la calidad de su manejo de información en Twitter, toda vez que, por lo menos hasta el momento de concluir esta entrega, el AIFA no ha emitido comunicado oficial alguno respecto al evento que comento, mismo que el final de cuentas tuvo lugar en sus instalaciones.
En mi opinión, lo preocupante en todo este asunto es que “ya sea Chana o Juana”, lo cierto es que, justificada o injustificadamente (más bien me inclino a lo primero), la imagen nacional e internacional de la seguridad aérea mexicana, más allá de filias y fobias políticas, está por los suelos. Incidentes tan mediáticos como el referido no abonan positivamente para que esto cambie.
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