Luego de casi año de jugar al confinamiento, y digo “jugar” toda vez que debo incluirme entre los que “medio” nos hemos quedado en casa, finalmente me decidí, ya que realmente lo necesitaba, a darme un pequeño regalo aeronáutico para comenzar el 2021, arriesgando un poco ahora si que el pellejo, abordando un avión para realizar un vuelo, poniéndome en marcha para buscar opciones, como decimos en este México totalmente abierto a los desplazamientos turísticos: “buenas, bonitas y baratas” para mi aéreo escape de fin de semana.
Para variar, fueron las aerolíneas de bajo costo las que me ofrecieron opciones a mi alcance en destinos, horarios y claro está, en materia de tarifas, esta última variable quedando por sentada a la seguridad operativa, en mi caso se convierte, como ocurre en de la mayor parte de esa extremadamente elástica demanda del aerotransporte convertida en un punto determinante.
Tal y como ocurrió con quien firma esta nota en los últimos años, esa afortunadamente todavía más bien prístina joya turística que es la costa oaxaqueña, particularmente Puerto Escondido, resultó reunir aquello que yo buscaba para darme mi aeronáutica y holística aventura, que comenzó un día después de comprar mi boleto, cuando ni raudo ni perezoso y decidido a “arriesgar” la salud en ello, me encontré, con pase de abordar en mano, recorriendo esas mismas áreas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) que solía supervisar en el pasado no muy lejano, por ahí en mi condición de Gerente de Calidad, contrastando la experiencia que ofrecía a sus usuarios por ejemplo en enero de 2020, es decir antes de la emergencia, con la del terrible enero de 2021 en el que el desgraciado bicho estaba a todo lo que daba y me temo sigue creciendo.
Muy, pero muy triste resultó mi tránsito por el AICM al que sentí abandonado y desangelado con esos locales comerciales y salones VIP cerrados, mostradores de documentación bloqueados por huelgas o desocupados por aerolíneas que ya no vuelan a este destino y por la ominosa presencia de usuarios y empleados con cubrebocas mal usados; eso sí, con dispensadores de gel por doquier.
Para variar la calidad del servicio en los filtros de seguridad fue deficiente, complicada por la “a veces sí y a veces no” aplicación de la exigencia de un, en mi opinión, al final de cuentas inútil formato con datos “Anti-Covid” emitido por la autoridad aeronáutica. Lo cierto es que no solamente en el AICM, sino casi todos los aeropuertos de México siguen evidenciando serias deficiencias técnicas y humanas en lo que a seguridad y servicio al pasajero toca.
Otra historia es el servicio de la aerolínea de mi elección, la crecientemente importante y en mi opinión sorprendente Viva Aerobús, en uno de cuyos Airbus A320 hice el que ya he registrado como mi primer vuelo del año. Y por favor, ojalá que ninguno de mis estimados lectores piense que ni esa aerolínea ni nadie patrocinó mi vuelo, mismo que elegí, insisto, atendiendo mis necesidades.
Si bien abordar un avión ataviado de astronauta tenocha sin duda resta calidad a la experiencia, lo cierto es que volar sigue siendo para mi, a menos que alguien se atreva finalmente a restringir el acceso a un asiento de ventanilla, toda una aventura sensitiva y en el caso de ese fin de semana un optimista prólogo de una estancia de ensueño en el que considero es el mejor destino turístico de México en la actualidad. Y es que Puerto Escondido es generoso en todos los sentidos, como son los paisanos de mi oaxaqueño padre.
¿Y el vuelo de regreso?
Con todos sus locales comerciales abiertos el Aeropuerto Internacional de Puerto Escondido y aún con sus también serias limitaciones en materia de calidad del servicio proporcionado al pasajero por parte de su personal de seguridad y el peligroso hacinamiento en su única sala de espera disponible, esta terminal aérea no deja de ser una grato inicio de un vuelo, en este caso en otro A320 de la aerolínea de Roberto Alcántara, a bordo del cual no faltó el irresponsable que se la pasó hablando y hasta chiflando con el cubrebocas en el cuello, como retando a los tripulantes que lamentablemente, simple y sencillamente no le dijeron nada.
Sobra decir que si bien familiares y cercanos ya me pusieron ahora sí que en cuarentena por haberme atrevido a irme de vuelo, no me arrepiento de haberlo hecho. Y es que me parecería irresponsable osar opinar sobre un tema tan importante como es la experiencia de vuelo en tiempos de pandemia sin haber tenido experiencias reales que sustenten mis textos.
No me atrevería a invitar a mis estimados lectores a subirse todavía a un avión para realizar un viaje en estos tiempos, por el contrario, soy de la idea que más que nunca debemos en lo posible “quedarnos en casa”, pero si no tienen opción, quiero transmitirles la confianza que, por lo menos yo sentí que al estar a bordo de una aeronave o caminando sobre la arena de alguna playa no me sentía más amenazado que al hacer una fila en un banco, en el supermercado o ir al dentista, por ejemplo.
Siga usted cuidándose por favor, pero también disfrute y mucho de la vida y de las experiencias de su agrado que ella le ofrece, en mi caso volar!
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