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23/11/2024

Viviendo virtualmente

Juan A. José / Martes, 2 Junio 2020 - 20:46

¿Cómo diablos hubiésemos podido enfrentar los tiempos de distanciamiento físico a los que nos hemos visto obligados a someternos sin ese teléfono inteligente o esa computadora que nos permita “conectarnos” con el exterior, ya sea para trabajar, estudiar, entretenerse o comunicarnos.

No voy a negar que si bien soy de los que pueden ver en la dependencia para tantas cosas importantes en nuestras vidas que hemos alcanzado con los sistemas y hacia un medio que al final de cuentas resulta vulnerable, y que además, no se sabe realmente quien lo controla, como lo es el internet, como una verdadera amenaza que debe ser en lo posible minimizada, tampoco voy a dejar de reconocer que, por lo menos en estos momentos, su servicios me parecen indispensables para seguir intentando “capotear” con los menores impactos posibles los efectos de la pandemia.

Voy a confesar otra cosa: la verdad, no me gusta el limitado mundo que nos ofrece el internet.

¿Limitado? Así es, limitado cualitativa y cuantitativamente.  

No hay que olvidar que el internet no lo ofrece todo y no todo lo que ofrece se disfruta como se disfrutaría de otra manera.

La experiencia de ver una película en Netflix jamás se podrá comparar con la de ir a un cine de la mano de la pareja, listos para comer juntos unas palomitas mientras que la enorme pantalla y los sistemas de sonido colman los obscuros pero siempre amables espacios de una sala de proyección.

La calidad de una formación académica a distancia, nunca tendrá el nivel de aquella que emana de un salón de clases, de un laboratorio o de una biblioteca.

Las visitas virtuales a los museos, a las grandes ciudades o a los maravillosos atractivos turísticos o naturales, nunca le dejarán a uno esas sensaciones que por medio de los sentidos se arraigan en nuestra mente.

No hay vuelo simulado o por computadora que iguale lo que es hacerlo realmente en una aeronave.

Hoy día nos intentan conformar, o lo que es peor, ya nos estamos satisfaciendo con lo relativo, por lo tanto, la tangibilidad física y química con la que generalmente asociamos encuentros o experiencias se ha ido perdiendo. Nos estamos intentando a acostumbrar a no tener cerca a esa persona especial, a no tener ese objeto en nuestras manos o a “volar” viendo una computadora.  

Un hijo en una pantalla, por más “en vivo” que sea el encuentro, no es más que una suerte de moderna y dinámica fotografía; el beso electrónico de mi pareja no me sabe a nada; París sin el olor a la lavanda no es más que un anuncio publicitario y un 747 no tiene nada de mágico si no lo tengo frente a mí.

Extraño y añoro esos tiempos, que parece que fueron apenas ayer, en los que el beso de un ser querido, salir a comer con mi madre, jugar con mis hijos, subir a un avión o entrar a un salón de clase no representaban un peligro de muerte.

Los valoro tanto que en una de esas hago mío ese: “nada se puede lograr sin arriesgar algo...prefiero vivir cinco años volando y estrellarme haciéndolo, que llegar a viejo haciendo lo que no me gusta hacer, muriendo en una cama de hospital” de Charles Lindbergh.

No, por lo menos yo, no me voy a poder acostumbrar a la “nueva normalidad”; no pretendo vivir virtualmente, cuidándome de un desgraciado bicho, sólo para terminar muriendo de hambre, hipertensión, cálculos renales, cáncer o divertículos.

Voy a besar a mi madre, a mis hijos y a mi pareja, voy a volver a subirme a un avión, voy a volver a ir al aeropuerto a ver aviones, al cine a ver una película y a un restaurante a tomarme una cerveza y comer unos tacos al pastor “directo del trompo”.

No voy a asumir para mí, ni para los míos, riesgos innecesarios, pero vivir es un riesgo; los seres vivos por naturaleza somos vulnerables y mortales.

No pretendo contagiar, ni que me contagie nadie, voy a hacer lo que pueda para evitarlo, pero la calidad de vida no la define el número de años que uno acumula, sino la manera como se aprovechan o se desperdician los momentos de existencia.

No voy a seguir viviendo virtualmente, porque eso, simple y sencillamente no es vivir.

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