Uno de los sustentos del desarrollo del aerotransporte internacional ha sido la cooperación entre las aerolíneas. Este esfuerzo nació a finales de agosto de 1919, coincidiendo con la realización de los primeros vuelos regulares internacionales de pasajeros del mundo, vinculado a la decisión de seis aerolíneas europeas de crear la Asociación de Tráfico Aéreo Internacional, la cual evolucionaría en el año 1945 para convertirse en la Asociación de Transporte Aéreo Internacional, la hoy muy reconocida IATA, en la que participan 290 aerolíneas y otros socios estratégicos de 120 países, que manejan, se dice fácil, el 82% del tráfico aéreo comercial mundial.
El ejercicio de 1919 vino acompañado de la adopción de estándares internacionales, criterio que ha sido empleado desde entonces para poner en orden a toda la aviación civil, objetivo nada menos de quienes redactaron en el año 1944 el Convenio de Chicago sobre Aviación Civil Internacional, máxima norma de la actividad.
Este nivel de cooperación ha dado a las aerolíneas un lenguaje común y peso para representar a la industria del aerotransporte en los más altos ámbitos de la gestión pública y privada local e internacional, contribuyendo a la salud de la aviación comercial global.
Si bien, como todo, imperfecto, este esfuerzo de cooperación se ha hecho con justicia del respaldo global a nivel de organismos internacionales, gobiernos, autoridades, gremios, industria, sistema financiero, academia, proveedores de servicios, medios y usuarios, dándosele a la voz de la IATA el crédito propio de una organización competente de alcance mundial. Pero no siempre…
En el marco de las celebraciones del centenario de esta colaboración, retomo un episodio reciente que me parece particularmente preocupante:
En su conferencia de prensa “mañanera” del 4 de marzo pasado, el presidente de México de alguna manera descalificó la opinión de Alexandre de Juniac, director ejecutivo de la IATA, vertida el 28 de febrero en el marco de la Cumbre de Aviación en la Ciudad de México, relacionada con la solución que el nuevo ejecutivo federal plantea para resolver el problema aeroportuario del Valle de México. López Obrador afirmó, y cito: “se toman en cuenta esas recomendaciones, pero a veces esos organizaciones no actúan con la seriedad suficiente…”
Me da la impresión que la decisión del señor de Juniac de expresarse tan abiertamente ante un público que incluía, nada menos, que a nuestro Secretario de Comunicaciones y Transportes, sobre los retos e ineficiencias a los que se enfrentará el proyecto del aeropuerto de Santa Lucía, no fue sencilla, pero sabedor que el futuro del desarrollo del aerotransporte mexicano, por cierto, el segundo más importante de América Latina, está en juego, optó por emplear, no solamente su prestigio personal, sino el de gran organización que representa, para tratar de llamar la atención del gobierno mexicano.
La diplomacia es una regla de oro en todo lo que tiene que ver con las relaciones internacionales, y en la IATA, tal y como se hace en cualquier otro organismo internacional, se privilegian las formas, pero hay límites…
Cuando lo que está sobre la mesa impacta la seguridad, regularidad, eficiencia, economía, sustentabilidad y calidad de la aviación, los argumentos técnicos son los que más cuentan y deben ser presentados ante el público de la mejor manera, de la más prudente, de la más oportuna o de la más clara posible, pero al final de cuenta respetuosamente exhibidos. Eso es lo que seguramente pretendía lograr con su intervención el ejecutivo de la IATA, asociación que en estos días ha confirmado que está dispuesta a trabajar con las autoridades mexicanas en beneficio de nuestro aerotransporte, incluyendo lo relacionado con el aeropuerto de Santa Lucía, algo muy congruente con lo que representa el centenario esfuerzo de cooperación internacional entre las aerolíneas, que en esta entrega me permito recordar y saludar.
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