La gran mayoría de los llamados spotters (observadores, en nuestro idioma) que frecuentan, cámara en mano, las inmediaciones del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), son gente que comparte conmigo la pasión por la aviación. En ese sentido, la terminal capitalina ofrece un banquete, particularmente cuando es servido en espacios adecuados para ello, como ocurre en la cafetería Skyline, ubicada sobre avenida Fuerza Aérea Mexicana, en los altos de una escuela de vuelo, y que ofrece condiciones particularmente atractivas para disfrutar los despegues y aterrizajes en el más importante aeropuerto de América Latina.
Este espacio vio amenazado su atractivo por lo que parecía ser el fin de las operaciones en el AICM, una vez que estuviese lista la nueva infraestructura aeroportuaria en proceso de construcción en el lago de Texcoco. La buena –o la mala noticia, según se quiera ver– es que, por lo pronto, el aeródromo capitalino no va a cerrar, sus operaciones no van a disminuir y sus dos pistas se mantendrán en activo por muchos años.
¿Cuántos? A estas alturas de la vida, y con todo lo que me ha tocado atestiguar, eso no lo puedo predecir. Pero todo parece indicar que, a menos de que ocurra algo extraordinario, la vista desde la cafetería no se transformará en la de un aeropuerto abandonado –como se anticipaba que eventualmente ocurriría–, sino en la de uno en activo, es más: ¡demasiado activo!
Y es que, simplemente, y conforme se vayan confirmando y madurando las opciones a las que el gobierno lopezobradorista recurrirá para resolver la compleja problemática aeroportuaria del Valle de México, sabremos qué clase de oferta de aerotransporte permanecerá en el AICM y cuál se irá (voluntariamente o no tanto) a otras terminales aéreas, algo que sin duda no va resultar un proceso sencillo.
Por ejemplo, si en una de esas se llegase a confirmar que el Benito Juárez será solamente para los vuelos domésticos, ello significará que nos podremos olvidar de ver ahí otra cosa más grande que no sea un Airbus A321 o un Boeing 737. Si se opta por sacar a los cargueros dedicados –tal y como este analista ya ha sugerido en los espacios de Grupo T21–, entonces le tendremos que decir adiós a la gran mayoría de los Boeing 747. Al final de cuentas, el camino a seguir necesariamente va a alterar la oferta del aeropuerto y, por ende, la calidad de la experiencia de observación y disfrute de las operaciones.
Sin embargo, algo me dice que, conscientes de la importancia del aerotransporte en el desarrollo de nacional y más que preocuparles qué clase de aeronaves van a capturar en sus lentes, a los spotters les inquieta responsable y desapasionadamente el futuro de su país.
Si bien no creo que les moleste en lo absoluto la idea de seguir colmando los espacios de observación pública que existen en el AICM y sus alrededores, tampoco creo que les desagrade mucho que digamos la idea de un México próspero, respaldado por una competitiva infraestructura aeroportuaria.
Por eso siento que van a estar muy pendientes de las medidas que adopte el Gobierno a fin de, en su caso, respaldarlas, o en su defecto, si les es posible, contribuir a perfeccionarlas en los mejores intereses de nuestra aviación, que por cierto, también son los de México.
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