En la década de los años sesenta, “la región más transparente del aire” ofrecía una interesante oferta al segmento de la población en condiciones de pagar por un entorno de habitación y esparcimiento de alta calidad en el Club de Golf Hacienda, fundado en 1962 en un pequeño valle rodeado de montañas, en una de las cuales, por cierto, se ubica una importante radio ayuda: El VOR Mateo.
Ubicado en terrenos del pueblo de San Mateo Tecoloapan, Municipio de Atizapán de Zaragoza, Estado de México, el Club llamó la atención y atrajo a un grupo de importantes inversionistas quienes, además de hacerse socios de sus instalaciones deportivas, invirtieron en bienes raíces y construyeron hermosas residencias, caracterizadas entre otros detalles por la ausencia de bardas limítrofes, lo que las amalgamaba con el entorno.
Ese campo de golf de 18 hoyos no tardó en ser testigo de los golpes de los bastones de empresarios de la zonas industriales de Atizapán, Cuautitlán, Naucalpan y Tlalnepantla, además de políticos mexiquenses, artistas, comunicadores, profesionistas y, notablemente, de actores del quehacer aéreo nacional, cuya cantidad y alto perfil se combinaron hacia los años setenta para convertirlo en todo un enclave aeronáutico en el Valle de México.
Me tocó conocer y tratar a algunos. Uno, Jorge Pérez y Bourás, ingeniero de profesión, fue de los más coloridos, recordados y longevos directores generales de la entonces Aeronaves de México; representó muchos años a México en el Consejo de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
Otro ingeniero –pero aeronáutico–, José Rodríguez Torres, fue director general de Aeronáutica Civil, pero antes también había representado a México en la OACI; me lo encontraba frecuentemente en los casilleros o disfrutando de las delicias del “Hoyo 19” en compañía de los hermanos Agustín y Claudio Arellano Rodríguez, ambos alguna vez al frente del Seneam (Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano), a cuyo histórico y reconocido gran director general y expresidente del Consejo de OACI, el ingeniero Roberto Kobeh González, si bien no era socio ni vivía en el fraccionamiento, también vi alguna vez con ellos, cerrando así con broche de oro una terna de distinguidos representantes de la aeronáutica mexicana en el máximo organismo internacional de la especialidad.
No podría dejar de incluir en esta lista a ejecutivos de aerolíneas extranjeras como César Bistraín, otro “hacendado” que estuvo al frente de Pan American en México, y a ávidos deportistas aéreos como Michel Kun, famoso piloto de planeadores.
Sin embargo, quienes virtualmente hicieron suyo al Club de Golf Hacienda fueron los pilotos de Aeroméxico; decenas de ellos de todas las generaciones, algunos verdaderos pilares de esa aerolínea y del gremio, comenzando por ASPA de México, siempre presente en los greens del campo, ya fuese con integrantes de su dirigencia como en el caso del capitán Manuel Tirado, quien llegó a servir como Secretario de Trabajo o de agremiados activos.
Menos políticos, pero también grandes aviadores, son los muy recordados “Carlos” (Ureña y López Coria). Qué decir del reconocido piloto regiomontano Gustavo Treviño, dueño de un hermoso Mustang en el que recorría esos casi treinta kilómetros que separan a La Hacienda del epicentro de las actividades aeronáuticas nacionales: el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Menudo viaje que hoy día, dada la creciente congestión del tráfico vehicular en la metrópolis, suena descabellado.
¿Y por qué esos aviadores que habitaron “el Club” (como le solemos llamar quienes tenemos lazos con él) no eligieron otros espacios con campo de golf más cercanos al aeropuerto, caso por ahí del Club de Golf México o el Country Club?
Yo creo que mucho tiene que ver el hecho de que La Hacienda resultó un desarrollo particularmente hermoso para habitar, criar una familia o pasar un fin de semana detrás de ese birdie. Siento que contribuía a su atractivo el que se ubicara, por lo menos en sus primeras dos décadas de existencia, en los linderos de la mancha urbana, con la que se vinculaba mediante un Periférico Norte mucho más “circulable” de la pesadilla en la que se ha convertido. En pocas palabras, se trataba un espacio de gran calidad, propio de una residencia urbana sin sentirse en ella.
Si bien cada día con menos frecuencia, aún es posible encontrarse por esos rumbos con algunos de estos aeronáuticos, ya sea disfrutando de su jubilación o muy cerca de ella.
Por eso, creo que el Club de Golf Hacienda merece un lugar en la memoria de la aviación civil mexicana.
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