Cada dos años, concretamente en el mes de junio, el aeropuerto de Le Bourget, que por cierto alguna vez fue la terminal aérea más grande del mundo, transforma a París, Francia, de por sí íntimamente ligada a lo aéreo, en “La Meca“ de la industria aeroespacial del orbe, a la que acude sin reparar en gastos la élite del diseño, las manufacturas, la operación, el mantenimiento, la capacitación, la comercialización, el soporte, el financiamiento, la prensa, la cultura, los aeropuertos, los servicios de tránsito aéreo, la proveeduría, los organismos especializados y las autoridades oficiales civiles y militares, que, dependiendo de su nivel jerárquico, importancia estratégica, capacidad de compra o poder de decisión, son invitados ya sea a visitar un stand, subir a una aeronave en exhibición estática u observar vuelos desde la terraza de alguno de esos exclusivos chalets que las grandes compañías aeroespaciales habilitan para atender a sus clientes o visitantes importantes.
En una ciudad en la que hasta el año 2014 habían vagones de primera clase en su Metro, a nadie debe sorprender entonces que en un evento como el “Salón Internacional de la Aeronáutica y del Espacio” se marquen perfectamente las diferencias, los espacios y las fechas entre los diversos sectores que conforman esos más de 350,000 visitantes que acuden a cada edición. Días para profesionales y días para el gran público; en los primeros se llegan a anunciar y concretar y firmar multimillonarios pedidos, alianzas o acuerdos de diverso tipo. En los segundos lo aeroespacial se convierte en la delicia de todo a quien le interese el tema.
El evento es organizado por la principal asociación de industrias aeroespaciales francesa (GIFAS), entre cuyos miembros se encuentran compañías de la talla de un Airbus, un Safran un Thales por ejemplo.
Estamos hablando no solamente del evento aeroespacial más importante del mundo, sino muy posiblemente del más antiguo, con antecedentes que se remontan al año 1909.
A Le Bourget, a donde acudí por tercera vez en mi vida para estar presente en el Salón, cuya quincuagésima segunda edición se realizó del 19 al 25 de junio de 2017, las compañías llevan lo mejor y lo que todo el mundo quiere ver. Es más, gran parte de su atractivo son las presentaciones mundiales de algunas aeronaves. ¿Cómo olvidar por ejemplo cuando en 1969 Boeing llevó uno de los primeros 747´s, al que por cierto subió en esa oportunidad nada menos que Charles Lindbergh, íntimamente vinculado a este aeropuerto que fue el destino de su raid transatlántico de 1927; cuando en 1971 los soviéticos presentaron ahí su supersónico civil TU-144, un ejemplar del cual se accidentaría en la siguiente edición (1973) al hacer un vuelo de demostración, o cuando el Antonov 225 con el Transborador Orbital ruso Buran a cuestas, llegó en 1989, cautivando con su tamaño a propios y extraños.
Evocando a Ernest Hemingway, no cabe duda que aeroespacialmente hablando, los días de su evento aeronáutico “París es una fiesta”, la más importante, la mejor; a la que alguna vez hay que ir.
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