Cada evento en la comunidad del transporte aéreo es un gran laboratorio para un observador más atento y dispuesto a comprender el universo de expectativas e intenciones no declaradas públicamente.
Quizás sea el transporte aéreo, una de las actividades humanas más propensas a la propagación de la cultura de silos: células independientes (a veces en conflicto) de la misma entidad, que buscan sobrevivir, apretujadas entre dos mundos antagónicos.
Por un lado, el universo aeroportuario, con el sentido de urgencia de una gran máquina de procesamiento de pasajeros, equipajes y carga, impulsada por el compromiso de puntualidad que promete a sus clientes - nosotros, exigentes e individualistas.
Por otro lado, el universo aeronáutico, consciente de sus limitaciones físicas, tanto en tierra como en el espacio aéreo, impulsado por el sentido de la prudencia que insiste en recordarnos que los aviones ocupan el espacio.
Es fácil ver, dentro de cada entidad involucrada en el transporte aéreo – operadores aeroportuarios, aerolíneas, proveedores de servicios, organismos reguladores, etc.-, esos silos comprometidos con la urgencia del universo aeroportuario, dotados de profesionales y procesos dedicados a expandirse al límite máximo, la capacidad de “ingestión” de pasajeros, equipaje y carga en los aeropuertos, en busca de cumplir su promesa de puntualidad.
En el otro extremo, desde estas mismas entidades, el ejército de profesionales y procesos comprometidos con la prudencia propia del universo aeronáutico, reinando en aquellos silos que buscan alcanzar la máxima eficiencia operativa, resultante del respeto a las limitaciones físicas de la infraestructura disponible, en tierra y en vuelo.
En la frontera entre estos dos universos se encuentra el conflicto entre las obsesiones por la puntualidad y la previsibilidad, lo que hoy se conoce como “First called, first served” y “best planned, best served”.
El hecho es que el transporte aéreo es una actividad única e integrada, lo que condena a los mundos aeroportuario y aeronáutico a encontrar en una forma de convivencia lo más armoniosa posible.
Este es un desafío que cada región debe afrontar a su manera, respetando sus culturas e idiosincrasias. No existe una fórmula mágica y mucho menos espacio para “importar” modelos de otras regiones.
Depende de cada región, de sus entidades y de sus expertos, bajar del pedestal de la falsa sabiduría y abrazar la humildad del aprendizaje colectivo.
No hay otra manera para que el transporte aéreo en cada región, encuentre su trayectoria de crecimiento, entendiendo su punto de equilibrio estable entre puntualidad y previsibilidad.
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